OPINIóN
Relaciones internacionales

¿Qué mundo queremos?

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Inicios. Con Nicholas Onuf y su obra desafiantes nace el constructivismo. | cedoc

En la década de los 80 tuvo lugar el “cuarto debate” con dos discusiones en el seno de las relaciones internacionales.  

En primer lugar, se enfrentaron los neorrealistas con los neoliberales, que mutuamente consolidaron la aplicación de la lógica del racionalismo económico dentro de la disciplina. El resultado fue un “neoutilitarismo”, que selló la alianza entre la realidad del poder internacional y la comunidad epistémica que lo legitima.   

En segundo lugar, los racionalistas empezaron a perder el monopolio y la consistencia  epistemológica y metodológica de la disciplina con el desafío de los “reflectivistas” o “pospositivistas”.

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A finales de esa década se produce la caída del Muro de Berlín y aparece la obra desafiante de Nicholas Onuf El mundo que hacemos (1989), que marca el inicio del constructivismo.   

Otros autores, apoyados en este punto de partida, iniciaron una “reflexión” sobre el objeto de las relaciones internacionales. Fue sin duda Alexander Wendt –en La anarquía es lo que los Estados hacen de ella, de 1992, como en La teoría social de la política internacional, de 1999– quien se transformó en el referente más destacado. También es justo mencionar la obra de Friedrich Kratochwill, Thomas Risse y Christian Reus-Smit, entre otros.

Pero más allá de que los constructivistas se dividen en modernistas y posmodernistas, ambos comparten postulados que intentan reconstruir los pilares de la disciplina y el planteamiento de que un cambio de la estructura internacional es posible.

Un primer planteo es que los aspectos cognitivos, normativos y valorativos de la estructura de poder internacional tienen un peso semejante a la materialidad militar y económica. Las ideas ejercen un poder central en la construcción social e intersubjetiva del poder.

Un segundo planteo es la dimensión de la identidad de los actores y las sociedades que integran la abstracción del Estado como único actor del realismo clásico. Esta identidad que consolida intereses particulares se traslada a la estructura internacional en términos del neorrealismo.

El tercer planteo del constructivismo es la reciprocidad constitutiva entre la estructura y los agentes que la componen. La estructura internacional es reproducida por roles y prácticas repetitivas que deben ser analizadas para su comprensión.

Estos planteos pusieron de nuevo en el centro de la comunidad académica las dimensiones normativas, sociales, históricas y culturales que enriquecieron las interpretaciones del mundo y propusieron cambios en el plano internacional.

Veamos los tres planteos del paradigma analizado y su aplicación a la política exterior argentina para comprender el mundo y construir un adecuado patrón de inserción internacional.  

Primero. El mundo tiene una lógica de poder militar y económico que se sustenta en valores y discursos que lo sostienen y que es necesario “deconstruir” para comprender las pretensiones de hegemonía de los sectores que sostienen el sistema internacional.

Segundo. Las estructuraciones sociales centradas en intereses de los países centrales en su interior nos darán elementos para conocer cómo se proyectarán al escenario internacional. Las relaciones internacionales deben seguir construyendo instrumentos científicos para conocerlas.

Tercero. La interrelación entre agente y estructura debe conocerse a partir de los discursos y las prácticas de los actores internacionales para interpretar dónde reside el poder que es necesario construir para un desarrollo con equidad. Se impone pasar de observar las “bolas de billar” a comprender quién las mueve y con qué intereses.

Solo si analizamos la conciencia humana, creadora del mundo cuántico material como proyección, podremos entender el sistema internacional. Y si no incorporamos estos nuevos enfoques disruptivos al análisis el planeta seguirá dormido para interrumpir la entropía en marcha.

*Politólogo y doctor en Ciencias Sociales. Profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires.

Producción: Silvina Márquez.