OPINIóN
Culto

¿Qué Napoleón?

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Discurso. El presidente fracnés, Emmanuel Macron en el Institut de France. | cedoc

Recientemente el presidente francés Emmanuel Macron conmemoró el bicentenario de la muerte de Napoleón. ¿Pero qué Napoleón conmemorar? De todos sus avatares, prefiero el menos conocido: Napoleón, el Americano.

Derrotado en Waterloo, rechazado por sus ministros, abandonado por sus generales y abucheado en París, donde se había refugiado,

Napoleón llegó a Rochefort, una ciudad portuaria en el Atlántico, el 2 de julio de 1815. Desde allí esperaba tomar un barco hacia Estados Unidos, hacerse americano y empezar una nueva vida. Solo tenía 45 años y se imaginaba a sí mismo como un hacendado a la cabeza de una gran empresa agrícola. Su hermano mayor, José, que había sido rey de España y de Nápoles, llegó a América (y vivió unos 15 años en Nueva Jersey). Los Bonaparte siempre habían soñado con América como tierra de conquista. Napoleón aceptó vender el territorio de Luisiana a Thomas Jefferson en 1803 solo con amargura y bajo coacción; en ese momento, no poseía ni las tropas ni los fondos necesarios para retener esta posesión francesa.

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""El Gran Corso" ha sido representado más veces que Cristo en el cine, siempre como un héroe positivo

Pero Napoleón nunca llegó a ser estadounidense. La flota británica bloqueó el puerto de Rochefort, y el antiguo emperador no tuvo más remedio que rendirse, como escribió más tarde, “al más constante de sus enemigos”. Propuso al gobierno británico que le permitiera convertirse en agricultor en Inglaterra o en pionero en Estados Unidos. Al final, fue enviado a la isla de Santa Elena, donde murió el 4 de mayo de 1821, hace dos siglos.

Macron eligió conmemorar esta fecha sin duda por la misma razón que persuadió al rey Luis Felipe a traer las cenizas de Napoleón a París en 1840: la esperanza de que un poco de la gloria del emperador brillara sobre él, siendo Macron apenas más popular hoy que lo fue Luis Felipe en su tiempo. Aunque el regreso de las cenizas de Napoleón ayudó muy poco a Luis Felipe, sí pareció suscitar el entusiasmo de los parisinos. ¿Pero los franceses de entonces estaban realmente animados por su gloria pasada, o más bien contaban sus muertos? Napoleón les había costado millones de víctimas en 15 años de campaña militar desde Egipto hasta Rusia, sin contar a los inválidos y viudos.

El culto a Napoleón siempre ha sido un misterio francés. ¿Es algo espontáneo, que refleja la nostalgia del imperio, o algo organizado por el Estado, que ha heredado de ese período un gusto inigualable por la autoridad? A los escolares franceses solo les enseñan los beneficios del reinado del emperador. Según nuestros libros de texto, se supone que Napoleón dotó a Francia de un sistema jurídico perfecto que aún hoy nos gobierna y que hizo soplar los vientos de la libertad en toda Europa. Cada año se publican en Francia una docena más de libros que pregonan la gloria de Napoleón. Ha sido representado más veces que Cristo en el cine, siempre como un héroe positivo.

Otros europeos lo ven de forma muy diferente. Mientras los historiadores franceses amplían el mito que el propio Napoleón creó al dictar sus idealizadas Memorias en Santa Elena, los autores ingleses, alemanes, rusos y españoles cuentan las masacres y la destrucción de sus ciudades y su civilización.

Napoleón empezó a forjar su reputación en vida. Escribía habitualmente informes sobre sus victorias antes de que las batallas hubieran comenzado, lo que le convierte en el padre fundador de las noticias falsas. Algunas catástrofes, como la batalla de Eylau (ahora en Polonia) contra rusos y prusianos, por ejemplo, siguen inscriptas en los muros del Arco del Triunfo de París como si fueran victorias, ya que así se anunciaron por primera vez.

Dado que Francia forma ahora parte de Europa –en lugar de que Europa forme parte de Francia, como deseaba Napoleón–, ¿qué debemos conmemorar? Las victorias francesas, como Austerlitz, fueron derrotas para los rusos y los austríacos. Waterloo, un día de luto para los franceses, es un símbolo de liberación para los británicos, alemanes y holandeses. En cualquier caso, desde el regreso de las cenizas de Napoleón, nuestra visión de la historia ha cambiado; el destino de las personas nos preocupa más que el de los ejércitos. La estatura de Napoleón no se beneficia de este cambio de perspectiva. Para financiar sus guerras, arruinó Europa, prohibiendo el comercio internacional (solo los contrabandistas se enriquecieron), reclutando campesinos, arrasando cosechas y confiscando caballos. ¿Cómo debemos conmemorar las campañas rusas y alemanas de 1812 y 1813, cuando el Gran Ejército no dejó a su paso la liberación de los pueblos, sino el hambre y la epidemia? Peor aún, ¿cómo conmemorar la restauración de la esclavitud en las Antillas francesas, Guadalupe y Santo Domingo (Haití), donde los diputados de la Convención Revolucionaria de Francia la habían abolido en 1794?

Napoleón no puede excusarse por su contexto histórico, ya que los británicos habían abolido la esclavitud en Guadalupe cuando la ocuparon, y en Santo Domingo, una colonia francesa y española, un general republicano negro, Toussaint Louverture, había proclamado la primera república negra del Nuevo Mundo, con su propia Constitución que proclamaba los ideales de la Revolución Francesa. Napoleón envió una expedición militar a Santo Domingo y capturó a Louverture, que murió en una prisión francesa. Los únicos que acogieron con satisfacción este restablecimiento de la esclavitud por la ley del 20 de mayo de 1802 fueron los plantadores blancos de las Antillas y del sur de Estados Unidos, preocupados por la propagación de la revolución. Ese mismo año, Napoleón excluyó a los oficiales “de color” del ejército y, en 1803, prohibió los matrimonios “mixtos” en territorio francés. Napoleón, a quien le gustaba presentarse como heredero de la Ilustración, era sencillamente racista, mientras que la Revolución Francesa no lo era. Napoleón tampoco fue republicano, ya que acabó con la República mediante un golpe militar en 1799, antes de proclamarse emperador, una denominación ya anacrónica en el siglo XIX.

Entregar su cuerpo a sus familiares y enterrarlo en América sería su último sueño

Los historiadores a los que Macron encargó la organización de los festejos afirmaron que la conmemoración no era una celebración. Lo que significa esta distinción no está claro, a menos que se restablezca una verdad que desorientaría al pueblo francés y que lógicamente requeriría sacar al emperador de su mausoleo en Les Invalides y devolver el cuerpo (como se hizo con Franco) a sus descendientes, algunos de los cuales aún viven en EE.UU. Enterrar a Napoleón en América cumpliría su último sueño.

*Filósofo y autor francés.