Cuando el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, recientemente reclamó un reseteo de las relaciones bilaterales con Estados Unidos, un portavoz de la Casa Blanca respondió que Estados Unidos consideraba que la relación entre ambos países era de una fuerte competencia y que requería de una posición de fortaleza. Es evidente que la administración del presidente Joe Biden no está simplemente revirtiendo las políticas de Trump.
Algunos analistas, citando la atribución de Tucídides de la guerra del Peloponeso al miedo de Esparta a una Atenas en ascenso, creen que la relación entre Estados Unidos y China está entrando en un período de conflicto en donde se enfrentan un poder hegemónico establecido con un retador cada vez más poderoso.
Yo no soy tan pesimista. En mi opinión, la interdependencia económica y ecológica reduce la probabilidad de una guerra fría real, mucho menos de una guerra caliente, porque ambos países tienen un incentivo para cooperar en muchas áreas. Al mismo tiempo, un error de cálculo siempre es posible, y algunos ven el peligro de “caminar como sonámbulos” hacia la catástrofe, como sucedió en la Primera Guerra Mundial.
La historia está plagada de casos de percepciones erróneas sobre los equilibrios de poder cambiantes. Por ejemplo, cuando el presidente Richard Nixon visitó China en 1972, quería equilibrar lo que veía como una creciente amenaza soviética para un Estados Unidos en decadencia. Pero lo que Nixon interpretó como una decadencia era en verdad el retorno a la normalidad de una participación artificialmente alta de Estados Unidos en la producción global después de la Segunda Guerra Mundial.
Nixon proclamó la multipolaridad, pero lo que siguió fue el fin de la Unión Soviética y el momento unipolar de Estados Unidos dos décadas después. Hoy, algunos analistas chinos subestiman la resiliencia de Estados Unidos y predicen un predominio chino, pero esto también podría resultar un error de cálculo peligroso.
Lo que resulta igualmente peligroso es que los norteamericanos sobreestimen o subestimen el poder chino, y en Estados Unidos hay grupos con incentivos económicos y políticos para ambas cosas. Medida en dólares, la economía de China tiene dos tercios del tamaño de la economía estadounidense, pero muchos economistas esperan que China supere a Estados Unidos en algún momento en los años 2030, dependiendo de las proyecciones de tasas de crecimiento chinas y norteamericanas.
¿Los líderes norteamericanos admitirán este cambio de una manera tal que permita una relación constructiva o sucumbirán al miedo? ¿Los líderes chinos asumirán más riesgos, o los chinos y los norteamericanos aprenderán a cooperar en la producción de bienes públicos globales bajo una distribución cambiante del poder?
Recuerden que Tucídides atribuyó la guerra que desintegró al antiguo mundo griego a dos causas: el ascenso de una nueva potencia y el miedo que esto generó en el poder establecido. La segunda causa es tan importante como la primera. Estados Unidos y China deben evitar temores exagerados que pudieran crear una nueva guerra fría o caliente.
Aún si China supera a Estados Unidos y se convierte en la mayor economía del mundo, el ingreso nacional no es la única medición del poder geopolítico. China se ubica muy por detrás de Estados Unidos en poder blando y el gasto militar norteamericano es casi cuatro veces el de China. Si bien las capacidades militares chinas han venido aumentando en los últimos años, los analistas que miran cuidadosamente el equilibrio militar concluyen que China no podrá excluir a Estados Unidos del Pacífico occidental.
Por otro lado, Estados Unidos alguna vez fue la principal economía comercial del mundo y su mayor prestador bilateral. Hoy, China es el principal socio comercial de casi 100 países, comparado con 57 en el caso de Estados Unidos. China planea prestar más de 1 billón de dólares para proyectos de infraestructura con su Iniciativa Cinturón y Ruta en los próximos diez años, mientras que Estados Unidos ha recortado la ayuda. China ganará poder económico a partir del mero tamaño de su mercado, así como de sus inversiones y asistencia para el desarrollo en el exterior. El poder general de China en relación al de Estados Unidos probablemente aumente.
De todos modos, los equilibrios de poder son difíciles de juzgar. Estados Unidos conservará ciertas ventajas de poder en el largo plazo que contrastan con áreas de vulnerabilidad china.
Una es la geografía. Estados Unidos está rodeado de océanos y vecinos que probablemente sigan siendo amigables. China tiene fronteras con 14 países y las disputas territoriales con India, Japón y Vietnam marcan límites a su poder duro y blando.
La energía es otra área donde Estados Unidos tiene una ventaja. Hace diez años, Estados Unidos dependía de energía importada, pero la revolución del gas esquisto transformó a Norteamérica, que pasó de importar a exportar energía. Al mismo tiempo, China se volvió más dependiente de las importaciones de energía de Oriente Medio, que debe transportar por rutas marítimas que destacan sus relaciones problemáticas con India.
Estados Unidos también tiene ventajas demográficas. Es el único país desarrollado importante que, según se proyecta, conservará su posición global (tercero) en términos de población. Si bien la tasa de crecimiento de la población de Estados Unidos se ha desacelerado en los últimos años, no se volverá negativa, como en Rusia, Europa y Japón. China, mientras tanto, teme y con razón “volverse vieja antes de volverse rica”. India pronto la superará como el país más poblado, y su fuerza laboral alcanzó un pico en 2015.
Estados Unidos también sigue liderando en tecnologías clave (biotecnología, nanotecnología, información) que son centrales para el crecimiento económico del siglo XXI. China está invirtiendo fuertemente en investigación y desarrollo, y compite bien en algunos campos. Pero 15 de las 20 principales universidades de investigación del mundo están en Estados Unidos; ninguna en China.
Quines proclaman la Pax Sinica y la decadencia de Estados Unidos no tienen en cuenta el rango total de los recursos de poder. La soberbia norteamericana siempre es un peligro, pero también lo es el miedo exagerado, que puede conducir a una reacción desmesurada. Igual de peligroso es el creciente nacionalismo chino que, combinado con una creencia en la decadencia norteamericana, lleva a China a asumir riesgos mayores. Ambas partes deben tener cuidado de no cometer errores de cálculo. Después de todo, en la mayoría de los casos, el mayor riesgo que enfrentamos es nuestra propia capacidad de error.
*Profesor de la Universidad de Harvard. Su último libro es Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump.
Copyright Project-Syndicate.