Aunque este libro se publicó originalmente en abril de 1997, la serie de entrevistas a soldados, oficiales y suboficiales que inspiraron la composición coral del relato empezó mucho antes. En 1994, a partir de unos pocos nombres, la red se fue extendiendo y después concentrándose hasta hilvanar una historia posible de la Guerra de Malvinas. Ni fue fácil vencer la reticencia inicial de los veteranos. Eran encuentros entre desconocidos intentando reconstruir experiencias íntimas, veladas por el tiempo, casi siempre fragmentarias después de quince años. Un largo año de montaje quiso traducir las muchas horas de conversaciones grabadas en un único relato, preservando en la pausa obligada de los blancos el tono propio de cada testimonio, las contradicciones y las paradojas históricas.
Veinticinco años más tarde, decidimos conservar el texto original intacto, como un documento vivo de la guerra, según la recordaban algunos de sus protagonistas. En casi todos los casos, no sabemos qué fue de sus vidas, pero nos queda el recuerdo nítido del vértigo y la emoción de cada uno, tratando de traducir en palabras la inmediatez escurridiza del campo de batalla. No hay primera persona más dramática que la que bucea en la memoria tratando de recomponer las imágenes desgajadas de la guerra y no hay interpretación histórica o política que pueda reemplazarla. (…)
Juan José Gómez Centurión. Zarpamos el 28 de marzo desde Puerto Belgrano y recién en ese momento conocimos los detalles de cada una de las operaciones locales que iban a llevar a cabo la Infantería de Marina y nuestro regimiento. A mi compañía se le había asignado la toma de la residencia del gobernador. Ibamos a desembarcar en dos helicópteros del ejército que iban a bordo del buque y durante la travesía ajustamos la planificación del apoyo de fuego, del aislamiento de la zona y de la coordinación con los buzos tácticos y los comandos anfibios. A poco de salir del puerto, se largó una tormenta infernal calificada de mar 6. Uno de los helicópteros Puma con el que iba a desembarcar mi sección, rompió los anclajes dentro del hangar y quedó destruido. Se cambió el planteamiento de la operación por este imprevisto, quedé embarcado como reserva para ser transportado por un helicóptero de la Armada en caso de necesidad y por lo tanto pasé a ser prioridad 500. Esa fue mi primera decepción: sentí que perdía el tren de la historia, que la historia pasaba delante de mí y se iba. La tensión fue creciendo, sobre todo a partir de que empezamos a navegar en sigilosa porque sabíamos que había por lo menos un submarino británico en la zona. Para los soldados la tensión era aún mayor, sentados en las bodegas, en medio de la tormenta, navegando sin luces, en silencio, sin saber todavía adonde iban. El 1° de abril a las 18:30 el contraalmirante Büsser comunicó la orden de desembarco.
Oscar Reyes. La clave del desembarco era la sorpresa. El 31 de marzo se tuvo conocimiento de que el gobernador de Malvinas estaba organizando la defensa porque Londres, aparentemente, había tomado conocimiento de nuestra aproximación. Sin el factor sorpresa no sabíamos si la operación se podría llevar a cabo en forma incruenta y rápida. Veinticuatro horas antes del desembarco nos cambiaron la misión. En lugar de avanzar sobre Puerto Argentino para tomar prisionero al gobernador, nos asignaron la zona del aeropuerto donde se suponía que podía concentrarse el foco de resistencia. Los comandos anfibios, al mando del capitán Giachino, quedaron a cargo de la captura de la casa del gobernador. Una vez planificada la operación, Büsser la comunicó por altoparlantes a los soldados, que recién entonces tomaron conocimiento de su verdadera misión.
Guillermo Huircapán. En ese momento ya era un secreto a voces pero no teníamos nada confirmado. Se rumoreaba que había problemas en las Georgias con el desguace de una fábrica ballenera. Después de dos días de navegación, se largó una tormenta terrible que llamaron la tormenta del Rosario por el nombre de la operación. El 1 de abril nos avisaron que nos darían un comunicado por radio. Nos quedamos todos en silencio y escuchamos por altoparlante la arenga del comandante Büsser.
Carlos Büsser. Soy el comandante de la fuerza de desembarco, integrada por los efectivos de la Infantería de Marina y del Ejército Argentino embarcados en este buque, de algunas fracciones a bordo del destructor Santísima Trinidad, del rompehielos Almirante Irízar y de los buzos tácticos embarcados en el submarino Santa Fe. Nuestra misión es la de desembarcar en las Islas Malvinas y desalojar a las fuerzas militares y a las autoridades británicas que se encuentran en ellas. Eso es lo que vamos a hacer. El destino ha querido que seamos nosotros los encargados de reparar estos casi ciento cincuenta años de usurpación. En esas islas vamos a encontrar una población con la que debemos tener un trato especial. Son habitantes del territorio argentino y, por lo tanto, deben ser tratados como lo son todos los que viven en la Argentina. Ustedes deberán respetar estrictamente la propiedad y la integridad de las personas, no entrarán a ninguna residencia privada si no es necesariamente por razones de combate. Respetarán a las mujeres, a los niños, a los ancianos y a los hombres. Serán duros con el enemigo pero corteses, respetuosos y amables con la población de nuestro territorio, a la que debemos proteger. Si alguien incurre en violación, robo o pillaje, le aplicaré en forma inmediata la pena máxima. Y ahora, con la autorización del Señor Comandante del Grupo de Transporte, quiero expresar que lo que haga la fuerza de desembarco será el resultado de la brillante tarea que los integrantes de este grupo han realizado. Gracias por traernos hasta acá y gracias por ponernos mañana en la playa. No dudo que el coraje, el honor y la capacitación de todos ustedes nos darán la victoria. Durante mucho tiempo hemos venido adiestrando nuestros músculos y preparando nuestras mentes y nuestros corazones para el momento supremo de enfrentar al enemigo. Ese momento ha llegado. Mañana mostraremos al mundo una fuerza argentina valerosa en la guerra y generosa en la victoria. Que Dios los proteja. Ahora dirán conmigo: ¡Viva la patria!
Guillermo Huircapán. Las últimas palabras del comandante fueron: ¡Viva la patria!. Esa noche casi nadie durmió. Sergio Zabala, un compañero cordobés, me decía que el tema era complicado, que los ingleses tenían mejores armas, mayor tecnología, que nos arriesgábamos mucho. Para tranquilizarnos calculábamos que en las islas habría unos pocos soldados que no iban a resistir. Calculábamos que al ver desembarcar a casi seiscientos soldados se rendirían inmediatamente. Conversamos toda la noche en la bodega, nadie pudo dormir.
Carlos Moyano. Nos enteramos de la misión en alta mar. El mar estaba picado, muy tormentoso, el barco se movía mucho y nos avisaron por altoparlante que íbamos a tomar Malvinas. Nos preguntaron si estábamos de acuerdo. Pero en el medio del agua, ¿qué íbamos a decir?
Juan José Gómez Centurión. Una emoción tremenda, angustia, euforia, los sentimientos eran muy confusos en ese momento. Le tomamos juramento a los soldados que tenían sólo dos meses y medio de incorporados. A medianoche, se lanzó el primer escalón de comandos anfibios desde el Santísima Trinidad. Vimos parte del desembarco desde la baranda del Almirante Trizar, a tres kilómetros de la casa del gobernador. Veía que la historia me pasaba por la punta de las narices.
Oscar Reyes. Intervine como cabeza de vanguardia de la fuerza de desembarco. Fue la única sección de ejército que participó con la Armada. A las 5:30 de la mañana, salimos del agua con los vehículos anfibios, cayeron los faldones, me di la vuelta y vi las fuerzas de desembarco llegando a la playa. Era el crepúsculo matutino, un crepúsculo claro, y se veían muy nítidos los vehículos que se iban aproximando a la playa.
César Clot. Nos pusieron los salvavidas, nos prepararon y nos metieron en el anfibio, que es como un tanque que anda en el agua y después muerde tierra y sigue andando. Cuando bajó el anfibio del barco, nos hundimos y por el ojo de buey que estaba a nivel del agua se veía todo oscuro, agua nada más. Estábamos todos tratando de mirar y cuando fue subiendo, empezamos a ver tierra. Después, con las orugas, subió a la playa y bajaron las compuertas. Nos ordenaron que avanzáramos observando todo, cada movimiento a lo lejos y a nuestro alrededor. No sabíamos de dónde nos podían disparar. Recién ahí tuve clara conciencia de que estábamos en guerra. Ibamos mirando hacia adelante y observando, así fuéramos a dos o tres metros uno del otro, mirando siempre alrededor. Todavía no estaba claro. Estaba recién amaneciendo.