Las prácticas criminales de la familia de San Isidro, comandada por Arquímedes Puccio, son una de las páginas más oscuras de la historia delictiva argentina. Los secuestros de las víctimas, cuya historia llegó recientemente al cine bajo el film 'El clan', terminaban con la víctima encerrada en una especie de cárcel propia que habían construido en el sótano de su casa.
De allí, el 23 de agosto de 1985 se logró rescatar a quien estuvo a punto de ser una nueva víctima fatal, la empresaria Nélida Bollini de Prado. Es que los Puccio, según consta en los expedientes judiciales, terminaban asesinando a sus víctimas pese a que habían cobrado los rescates. El llamado "Clan Puccio" estaba compuesto por Arquímedes, dos de sus cinco hijos -Daniel y Alejandro-, el militar retirado Rodolfo Franco y sus amigos Guillermo Fernández Laborde y Roberto Oscar Díaz.
La casona, ubicada la esquina de Martín y Omar y 25 de Mayo, y su sótano -convertido en parte en 'el calabozo'- fueron descriptos y registrados fotográficamente entonces por la revista Semana, de Editorial Perfil. En sus páginas se describió que al sótano primario se podía acceder directamente desde la habitación del matrimonio Puccio. Otra de las tres entradas estaba disimulada por una tabla apoyada sobre una mesa en el taller de cerámica que tenía la hija del clan. Sin embargo, los testimonios quitarían responsabilidad a la hija de los Puccio. En el sótano guardaban tarros de pintura, herramientas y estanterías de la rotisería que habían tenido antes del comercio de artículos de windsurf.
Sin embargo, algo siniestro se ocultaba en sus paredes. Detrás de un viejo armario con rueditas, se encontraba una minúscula puerta de 70 centímetros por el cual se accedía a la prisión, construida de hormigón armado, en donde mantenían a las personas secuestradas. Ese suerte de cuarto improvisado estaba empapelado con diarios y el piso era de tierra, a fin de que el prisionero pensara que se encontraba en una vivienda precaria o en el campo. Ningún sonido podía salir de allí.
Dentro de la celda, un ventilador había sido instalado sobre fardos de pasto mojado con lo que se generaba una especie de "olor a campo" que pretendía confundir a las víctimas.
Una vez al día le permitían a sus víctimas incorporarse de la cama de una plaza a la que estaban encadenados para hacer sus necesidades. Como no había baño, los secuestradores improvisaron un inodoro con cuatro tablas sobre una lata de 20 litros de puntura. Cuando la Policía bonaerense accedió al lugar, la atmósfera era irrespirable a tal punto que debieron abrir a la fuerza una ventiluz en el techo.
Según consignó el diario Libre en 2011, el 'calabozo' (así descripto por los investigadores) medía 3 metros por 1,50 y 2,20 de alto, pero la altura había sido reducida por una lona colocada a 1,80.