Los policías de la Bonaerense involucrados en la masacre de San Miguel del Monte están presos en la misma cárcel, pero no hablan del tema pese a que duermen juntos, comparten el mismo pabellón y el espacio de esparcimiento.
El dato fue revelado por uno de los efectivos en la indagatoria a la que fue sometido en el marco de la causa que investiga el fiscal penal Lisandro Damonte. Se trata del oficial subayudante Cristian Alberto Righero (22), uno de los que intervino en la trágica persecución del lunes 20 de mayo pasado.
“Tratamos en general de no hablar del tema”, respondió el policía ante una consulta puntual del fiscal sobre el ataque a tiros contra el Fiat 147 en el que viajaban Camila López (13), Danilo Sansone (13), Carlos Aníbal Suárez (22), Gonzalo Domínguez (14) y Rocío Guagliarello (13), la única sobreviviente.
“Me enteré por televisión que los que dispararon fueron García y Monreal”, explicó.
Righero está detenido en la Alcaldía Departamental Penitenciaria N° 1 Roberto Petinatto de Olmos, partido de La Plata, al igual que el único civil, el ex secretario de Seguridad del municipio, Claudio Martínez, y nueve de los doce policías que están presos por esta causa. Las oficiales Melina Blanco y Nadia Genaro, las únicas dos mujeres detenidas, se encuentran a unos pocos kilómetros: en la Alcaidía Departamental N° 3 de Melchor Romero.
Rutina carcelaria. Righero no duerme solo: comparte la celda con el oficial Gutiérrez, curiosamente el mismo policía que lo acompañaba en el móvil 46775 en la madrugada del lunes 20 de mayo. Es vecino de dos de los cuatro policías imputados por homicidio doblemente agravado, los oficiales Daniel Ecilape y Manuel Monreal.
Que estén todos en el mismo centro de detención no es azaroso, como tampoco lo es que compartan el calabozo con un compañero de causa. Si el objetivo es debilitar la cadena de encubrimiento, no parece una buena estrategia.
Una hora por día salen al patio de recreo de la unidad carcelaria, donde realizan actividades deportivas supervisadas por un profesor de educación física, charlan y toman mate.
La versión de Righero plantea una armonía entre los policías involucrados, pero al mismo tiempo indica que el pacto de silencio sigue tan fuerte como la madrugada en la que salieron como hienas hambrientas a perseguir a un grupo de adolescentes que viajaban amontonados en un viejo Fiat 147.
El único dato sobre los presuntos tiradores que aportó Righero es que ambos serían diestros porque siempre llevaban las armas del lado derecho.
Respecto a su labor en el día de la persecución mortal, el oficial detalló que estaba a veinte cuadras del lugar donde el auto de los chicos chocó contra el acoplado de un camión estacionado.
“Salimos del barrio Montemar y agarramos la avenida Las Perdices; luego de unas cuantas cuadras cortamos creo por la calle El Jilguero y luego agarramos la Ruta 3 y aumentando la velocidad fuimos hacia el lugar. Mientras estábamos yendo escuchamos una segunda modulación del mismo masculino que lo había hecho antes pidiendo ambulancias urgentemente sin expresar el motivo”, explicó sobre el momento final de la persecución, según consta en su declaración, a la que tuvo acceso PERFIL.
“Yo cuando escucho eso supuse que capaz se había chocado el móvil contra el Fiat éste. Cuando salimos a la Ruta 3 vimos a una cuadra de distancia que había varios móviles, al menos, creo una camioneta y no recuerdo si el otro era una camioneta o un auto. Vi a Ecilape y a García, pero también a Blanco y al oficial Monreal”, detalló Righero.
El conductor de uno de los móviles que intervino en la persecución recordó que cuando llegaron a “la escena ya estaba tranquila, con el auto cortado en dos partes”.
“Cuando llegamos no había humareda ni polvo. Yo creo que fue porque nosotros estábamos a veinte cuadras del lugar”, puntualizó.
La descripción que el oficial detenido realizó del lugar es dantesca: “Vimos la bolladura del acoplado, vimos botellas de cervezas rotas en el lugar y dentro del Fiat parte trasera. Además, vi algunas víctimas, un muchacho debajo del acoplado, dos chicas que estaban a la par del camión y creo que había dos personas más adelante, cerca de la parte delantera del Fiat. La verdad no sé si estaban con signos vitales porque fue todo muy rápido”.
Sobre los disparos declaró que no escuchó nada.“Solo que había sido una desgracia”, aclaró. “Con Monreal –uno de los efectivos que supuestamente disparó contra el auto de los chicos– hablé del tema, pero solamente sobre que la situación había sido una desgracia”, agregó.
En otro tramo de la indagatoria, Righero reconoció que cinco minutos más tarde llegó a la escena el subcomisario Franco Micucci, titular de la comisaría de San Miguel del Monte y uno de los 13 detenidos.
“Estaba en el auto. Se quedó a mitad de cuadra entre el lugar del hecho y donde estaba yo, a unos 50 metros del lugar. Hablaba por teléfono. Con Gutiérrez y Monreal nos quedamos cuidando el lugar a la espera de los peritos”, recordó.
Micucci es el primero y único policía involucrado que habló del caso con la prensa. Fue el que planteó la hipótesis de “un lamentable accidente, una fatalidad para nosotros y toda la ciudad”.
En un bar, familiares de las víctimas descubrieron la mentira del accidente
En un bar de la terminal de micros, un familiar de uno de los cuatro chicos que murieron en San Miguel del Monte descubrió que no se había tratado de un accidente como les habían informado, sino de una persecución a los tiros.
“Un policía me mencionó que en una persecución con disparos unos chicos ‘se la pusieron’”, le narró un empleado del bar a Luis, abuelo de Camila López (13), según consta en la causa.
Esa versión era muy distinta a la que desde un principio intentó instalar la Policía cuando difundió que se había tratado de un “lamentable accidente”.
Pero la investigación del abuelo de Camila continuó. El hombre se entrevistó con el dueño del camión contra el que había impactado el auto de los chicos. “Me mencionó que él estaba recostado, escuchó disparos y segundos más tarde un impacto fuerte en el acoplado del camión, lo que hace que se levante y vea la escena”, le contó. Además, destacó que “en la declaración no querían poner que escuchó tiros, le ponían e insistían con la palabra estruendo”. Luego se confirmó que uno de los chicos tenía un tiro en el glúteo. Solo habían pasado seis horas del hecho y quedaba en evidencia la mentira del accidente.