Veinticuatro horas en vilo. Así pasó ese tiempo la sociedad argentina. Veinticuatro horas durante las que se desconocía el paradero de Alfonso Severo, un testigo que debía declarar el jueves al mediodía en los tribunales de Comodoro Py donde se desarrolla el juicio por el crimen de Mariano Ferreyra, tribunal al que Severo nunca llegó. A las siete de la mañana se conoció la noticia de su desaparición.
Durante todo ese jueves, la sociedad argentina se preguntó si estaba ante la presencia de un nuevo caso Julio López, el testigo platense que declaró en el juicio contra el represor Miguel Etchecolatz, pero desapareció el día de los alegatos y aún hoy permanece desaparecido.
Severo sí apareció. Eran las diez y media de la noche del jueves. Estaba descalzo y maniatado por detrás de su espalda. Un trabajador del Diario Popular que vive en Gerli lo ayudó al verlo caminar tambaleándose y en estado de shock. En exclusiva para PERFIL, Severo contó su experiencia de cautiverio.
— ¿Cómo sucedieron los hechos?
— Le había prometido a mi nieto ir a verlo porque lo habían operado. Salí en el auto. En un momento, iba a pasar una loma de burro y de repente vi unas luces y del otro lado, una moto. Era un flaco encima de mí que me dijo: “Perdiste, girá acá”, apuntándome. Di la vuelta, estacioné el auto, abrí la puerta como para decirle: “Tomá, llevate el auto”, pero me manoteó la camisa y me sacó para afuera, me pegó una piña y aparecieron otros tres que me subieron a una camioneta. Ahí empezó todo el despelote. Me decían barbaridad de cosas. “Cagón, sabés que no tenés que hablar, vigilante, tenés familia, tenés hijos”. Nunca me golpearon, salvo esa primera vez. "Sabés que somos profesionales de esto, así que vos no tenés que hablar más. No vas a volver nunca más al ferrocarril, no rompas las pelotas más con eso”. Y me dijeron: “Mirá que a vos no te salva ni la conchuda".