La campaña del miedo que Cristina Fernández de Kirchner y Daniel Scioli iniciaron contra Mauricio Macri y Cambiemos es una jugada desesperada del Frente para la Victoria para intentar retener el gobierno nacional. Si les sale bien, podría partir al electorado en dos y transformar a la Argentina de los próximos 15 días en un verdadero infierno.
Si les sale mal, puede explotar en la cara tanto de la jefa de Estado como del candidato a presidente. ¿Cúal sería un “buen resultado” de esta campaña brutal? Que la mitad de los argentinos termine creyendo en todos los fantasmas que vienen agitando la Presidenta, Scioli, pero también Estela De Carlotto, Pablo Echarri Euardo Aliverti o cualquiera de los monigotes que pasa por el programa de propaganda oficial 6,7,8 y repite cualquier tontería, con la esperanza de que la escuche la Jefa o Máximo Kirchner. Así, la segunda vuelta registraría un “empate técnico”. Los fantasmas no son pocos ni inocuos. Los agitadores oficialistas quieren hacerles creer a los desprevenidos que sobrevendrán una serie de catástrofes que, de producirse todas juntas, casi podrían hacer desaparecer el país.
Desde la supuesta liberación inmediata de los condenados por delitos de lesa humanidad hasta una megadevaluación que llevaría el precio del dólar a más de 20 pesos. Desde la promulgación de una ley contraria al matrimonio igualitario hasta la eliminación de todos los subsidios a las tarifas de luz, gas, agua y transporte.
Desde la quita de todos los planes sociales hasta el despido masivo de decenas de miles de trabajadores del Estado. Desde la instalación permanente en la Casa Rosada de las máximas autoridades del Fondo Monetario Internacional hasta la privatización de la educación en todos sus niveles. Desde la prohibición de ingreso a los humildes a los hospitales públicos hasta el ajuste salarial más brutal de toda la historia de la Argentina.
Desde la apertura irrestricta de la importación de productos chinos hasta el congelamiento de los salarios de los jubilados.
Todo eso, condimentado con una buena cuota de viejas fotos y viejos videos que lo hagan aparecer a Macri apoyando la dictadura militar, a Carlos Menem a Eduardo Duhalde, a Domingo Cavallo y a todo lo que una buena parte de la opinión pública considera nefasto y “de derecha”. La desesperada campaña del miedo tiene un serio inconveniente: las formulaciones son tan burdas y tan exageradas que chocan inmediatamente con la realidad. Analicemos algunas de ellas. Para que Macri pudiera liberar a los condenados por delitos de lesa humanidad tendría que intervenir a todo el Poder Judicial.
Supongamos por un momento que Macri enloqueciera y analizara la posibilidad de hacerlo. ¿Acataría el pedido su futuro ministro de Justicia, Ernesto Sanz? ¿Apoyaría la medida, por ejemplo, la diputada nacional Elisa Carrió? Ahora hablemos de la supuesta futura megadevaluación. ¿Con qué nivel de credibilidad puede el Frente para la Victoria hablar de megadevaluación si este es el gobierno que más devaluó en toda la historia del país? El mismo análisis es válido cuando se sostiene que Cambiemos va a terminar con la “ampliación de derechos”.
La Presidenta, en su larguísimo discurso del jueves pasado, cargó contra Gabriela Michetti porque no había votado a favor del matrimonio igualitario. Además, en vez de interpretar el arrepentimiento público de la candidata a vicepresidenta como un dato de la evolución de su pensamiento lo quiso transformar en una señal de alarma. ¿Olvida acaso que ella misma, y más de una vez, frenó el proyecto original de matrimonio igualitario de la senadora Vilma Ibarra y que recién lo alentó por cuestiones puramente electoralistas? Algo parecido se podría decir de la quita de los subsidios a las tarifas de los servicios públicos. No es que Néstor Kirchner o Cristina Fernández no quisieron emilinar los subsidios. Lo intentaron decenas de veces. Pero terminaron instrumentándolo mal. Y comunicándolo con cierto resentimiento de clase. Desafiando a “los ricos” para que se anotaran en una planilla y dejaran constancia, a través de una declaración jurada, que renunciaban al beneficio del subsidio del Estado. El resultado fue paupérrimo. Y los pobres del conurbano siguieron pagando más caro el combustible de garrafa que miles de “ricos” de clase media y media alta que calefaccionan las piscinas de sus casas de fin de semana con gas natural subsidiado.
En cuánto a las fotos, los videos y las políticas noventistas, Macri podría ser debidamente preguntado y debería, como todos, dar sus explicaciones. Pero la jefa de Estado, el gobernador y el Frente para la Victoria en general no quedarían exentos de la condena de su pasado. El y Ella integraron en seis oportunidades las boletas encabezadas por Carlos Menem. Es más: Kirchner, cuando era gobernador de Santa Cruz, lo llegó a calificar como el mejor presidente de la historia. Después lo transformó en innombrable porque necesitaba consolidar su base electoral.
El y Ella apoyaron a Cavallo cuando se presentó como candidato a jefe de gobierno de la Ciudad. Kirchner defendió la convertibilidad y lo usó de consejero para invertir los controvertidos fondos de las regalías petroleras del Estado de Santa Cruz. Y así como en las redes sociales hay unas algunas fotos de Macri con el expresidente nacido en la provincia de la Rioja, también hay una larga entrevista televisiva de Marcelo Longobardi a Scioli en la que el entonces diputado nacional se pronuncia a favor de las privatizaciones y pide con energía la posibilidad de modificar la Constitución para permitir la tercera reelección de su jefe político.
Lo mismo pasa cuando se revisan los nombres y los apellidos de los dirigentes que integraron la Alianza que transformó a Fernando De la Rúa en presidente. Son muchos más los que hoy reportan al oficialismo que los que integran la alianza de Cambiemos. Aun así ¿podría la campaña del miedo penetrar y hacer efecto en buena parte de la sociedad? Depende de los recursos que tengan para desplegarla. Y de la reacción de los estrategas de la oposición. Por lo demás, hace muy poco que empezó, pero ya da asco. Mucho asco.
(*) Editorial leído por el periodista Luis Majul en La Cornisa el 1/11/2015