Todo en ella son nervios. Ante cada pregunta busca los ojos vigilantes de su marido que, sentado a su lado, fiscaliza cada respuesta de Ana María Capoluppo, madre de cinco hijos, esposa del diputado Francisco de Durañona y Vedia (48) y flamante jueza del Tribunal de Casación, el máximo organismo de la Justicia Penal argentina.
La jueza explica su tensión: "Es que nunca traté con el periodismo, soy un poco ingenua y eso se paga", justifica. Es que su meteórico camino al Tribunal estuvo sembrado de impugnaciones. Entre los que la consideraron poco apta para ocupar ese sillón estuvieron la Asociación de Abogados, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.
La principal acusación que sobrevoló a esta cocinera que atiborra con platos franceses a la imponente humanidad de su marido, es su falta de experiencia en el derecho penal. "Pero es el derecho civil, que es lo que yo conozco, la madre de todos los derechos. El Código Civil tiene 4.500 artículos y el Penal sólo 300. Además, nunca se dominan todos los temas, nadie puede decir "yo domino un tema". No domino el derecho penal, pero lo voy a dominar, para eso - añade con entusiasmo - estoy estudiando todos los días".
La doctora Capoluppo niega que su marido haya "pedido por mí. Algún mérito debo tener. Ahora debo demostrarme a mí misma que puedo, sé que soy capaz de hacerlo. El presidente Menem (62) debe haber pensado que en el Tribunal hacían falta mujeres. Es una persona muy simpática y agradable", agrega que además invoca su ascendencia italiana y confiesa humilde: "Dicen que para las pastas tengo buena mano".
Ana María Capoluppo considera a su marido "un ejemplo, al que no hay nada que demandarle" y define sus prioridades: "El papel de la mujer de un político es acompañar a su esposo y eso no es nada fácil. Que la gente que viene a cenar, que los desayunos de trabajo todo eso lleva mucho tiempo", asegura y observa a su marido buscando una sonrisa, un gesto de aprobación que nunca llegará.
El rostro de su hombre es una máscara gélida que mira el techo y menea la cabeza con preocupación. "Además debo estudiar - agrega la jueza - Es más, si cuando tenga 95 años alguien me pregunta qué estoy haciendo, le voy a contestar: Todavía estoy estudiando".