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¿Ayer se jubiló Alfonsín?

Durante los noventa, el ex Presidente habló varias veces sobre cómo era estar lejos del poder. Cuál era su teoría sobre el retiro de un político.

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| DyN

Los periodistas solemos ser poco originales. Algo que sufren las figuras públicas, a las que hacemos una y otra vez las mismas preguntas. El colmo del lugar común lo practican los cronistas deportivos cuando entrevistan a un jugador del equipo triunfante: "Fulano, ¿están para campeones?". En política ocurre algo similar. Y Alfonsín solía divertirse poniendo el mismo cassette para las mismas preguntas.

Durante los noventa entrevisté varias veces a Raúl Alfonsín. La más interesante para mí, y tal vez para los lectores, fue cuando hablamos del poder, sin nombres propios y con su experiencia como materia prima. "Doctor, ¿cómo podría explicar el momento en que uno se da cuenta de que va perdiendo el poder?". Alfonsín, que por ese entonces atendía en unas oficinas de una fundación despojadas de todo, se acomodó en el sillón y apeló a una metáfora automovilística: "Es una sensación de impotencia parecida a manejar un auto y de golpe comenzar a sentir que no responden los pedales. Que uno acelera y el auto no reacciona".

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En los noventa, los temas clave para preguntarle al ex presidente eran recurrentes: consecuencias del Pacto de Olivos, extinción del radicalismo, etc. Pero el lugar más común de todos era preguntarle por su retiro. Nuevas camadas de radicales -los mismos que lo habían apoyado a él, pero que querían reciclarse-, pedían que diera un paso al costado, que le dejase paso a las "nuevas generaciones". "Je, je, ¿usted dice que me quieren mandar a Chascomús?". Pero enseguida se ponía serio y relucía esa terquedad que fue una de sus aderezos personales. "¿Usted sabe cuándo se jubila un político...? Cuando lo sacan con los pies para adelante".

Según esa definición, Raúl Ricardo Alfonsín se jubiló ayer, cerca de las 20.30. Pero es mentira. Para bien o para mal, los hombres como él siguen influyendo más allá del certificado de defunción. Desde donde esté, el viejo zorro de Chascomús reirá satisfecho cuando en las próximas elecciones se lo mencione en las tribunas. Y tendrá que aceptar una reformulación de su teoría: un gran político ni siquiera se jubila con su muerte.
 

(*) Editor General de Perfil.com