A esta altura, quien puede dudar que Cristina Kirchner maneja el factor sorpresa con las candidaturas. Como nadie. Si lo sabrá Juan Manuel Abal Medina, cuando el 25 de junio de 2011 en la Quinta de Olivos, la por entonces presidenta, hizo alusión a que había dos cosas en discusión en Argentina, River y el candidato a vicepresidente. Quienes vuelvan a ver con detenimiento la escena, podrán reparar en cómo su ex jefe de gabinete, con apellido impregnado de prosapia setentista, esboza una sonrisa y hasta se acomoda la corbata, para terminar desayunándose con la noticia de que Amado Boudou era el elegido. Cristina explícita. En comparación a esa movida, la del día anterior, quedó mas solapada. La designación de Gabriel Mariotto como candidato a vicegobernador de Daniel Scioli, en la provincia de Buenos Aires.
Dos iniciativas políticas hermanadas por el factor sorpresa, aunque también por su lógica. Boudou al frente de la estatización de las AFJP, Mariotto al comando de la ley de medios. En definitiva, dos leales funcionarios que fueron arietes del discurso kirchnerista de embate contra las corporaciones, los bancos en un caso, el Grupo Clarín en el otro. Por cierto, mucho fulbito para la tribuna. En comparación a la fusión de Cablevisión con Multicanal, habilitada por Néstor Kirchner, la ley de medios era para “la corpo” apenas un sketch de Alberto Olmedo, in memoriam. Si algo quedaba en claro con ambas nominaciones, es que los soldados de la revolución imaginaria, pasaban por caja a lo grande. Sin embargo, no hizo falta que corriera mucho tiempo, para que también apareciera el tercer rasgo en común de las sorpresas de Cristina, el fiasco.
A Boudou no lo hundieron más que con un par de investigaciones vía Google, mientras que Mariotto, fiel soldado con la misión de convertirse en duro stopper del entonces ascendente Scioli, en apenas dos meses ya estaba incorporado a la ola naranja, junto a Ricardo Montaner y Pimpinela. Ahora bien, corrió mucha agua bajo el puente, para que Cristina volviera con su varita mágica a ejecutar su tercera gran movida electoral, la más pesada de todas. Ubicarse ella en la butaca vicepresidencial y dejarle el comando de la escudería K, a su ex jefe de gabinete Alberto Fernández, devenido en crítico acérrimo de su gestión. Fue una lectura muy lúcida del tablero del momento. Juan Schiaretti acababa de ganar las elecciones cordobesas con 54% de los votos. Ello le otorgaba las credenciales no para ser candidato, pero sí bastonero de un armado alternativo.
¿Tenía cancha Cristina para ser ella? Ante el fracaso económico de Mauricio Macri, hasta el perro Pluto quizás podría terminar coronando. Cristina pudo ser, pero el proceso de cierre hubiera sido muy turbulento, ante el fuerte rechazo en toda la zona núcleo argentina. Interior de la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Buscar una diagonal era lo más razonable, así lo entendían muchos líderes políticos. José Manuel de la Sota aspiró a encarnarla en un momento. Hasta mantuvo diálogo con el entorno de Cristina, pero Fortuna Imperatrix Mundi, in honorem Carmina Burana. El resto es historia conocida. Ahora solo resta develar, si la tercera movida electoral de Cristina, será la vencida. Por supuesto, en términos de su éxito. Mucho depende de ella, aunque de la fortuna también. Si lo sabrá el gallego De la Sota.
El punto de arranque de Alberto Fernández es bajísimo. Ni siquiera puede hablarse de kilómetro 0, es negativo. En primer término, Cristina fue reptando con las reservas del Banco Central casi en 0, hasta no entregarle el bastón presidencial a Macri. Éxito, “el ajuste es tuyo Mauricio”. No obstante, las condiciones del mercado internacional y el arreglo con los holdouts, le abrieron la puerta para ir llevándola hasta mayo de 2018, cuando se le atascó el guitaducto del exterior. Estampado contra la pared, sudden stop. De todos modos, su amistad con Donald Trump, forjada en los campos de golf y en los negocios inmobiliarios de Nueva York donde no pudo entrar, le abrió la puerta para que terminara colgado del travesaño, entregara el bastón que no le dieron en su oportunidad, con una muesca que hoy cotiza alto, “dólar a $60”.
¿Qué precio interesa más en Argentina que ese? El oscuro objeto del deseo argento, rondando hoy los $130, saca del letargo y hasta activa el Tik Tok de una oposición que estaba dormida y que encuentra el mejor tratamiento de rejuvenecimiento conocido, un plan (¿?) económico que chapotea en el barro del coronavirus, la negociación con los acreedores, la ausencia de moneda y la conformación de un gabinete pergeñado en base a un diagnóstico de base absolutamente erróneo. En particular, la idea de un contexto tipo 2003 o, más bien 2007, con una base de crecimiento y un mundo promisorio a la vista que hoy no existe. No hay 2003, menos 2007, sin el trabajo sucio de 2001. Más aún, a Argentina más que plan, hoy le hace falta una refundación económica.
En el discurso inaugural de Alberto Fernández del 1 de mayo, faltó esa mención fundamental, siendo suplantado ese espacio, por una serie de iniciativas institucionales como reforma de la justicia, AFI y promoción de género que, aún siendo muy importantes, tienen implícito el diagnóstico de que la supervivencia del gobierno, no está en tela de juicio, cuando sí lo está. El coronavirus solo agravó el contexto material de arranque, pero no lo modificó sustancialmente. Ronald Reagan no representó un gran punto de inflexión en la política de Estados Unidos, por las reformas materiales que llevó a cabo, sino por el giro ideológico. En tal sentido, no fue casual que sus menciones inaugurales fueran “inflación”, “carga tributaria” y “endeudamiento”. Era la brújula del nuevo tiempo, el instrumento que, hasta hoy, está ausente en Argentina.
(*)Analista Político y Consultor Estratégico @DanielMontoya_