—¿Quiere empezar por revelar su punto débil?
—Mis hijos. No les puedo decir que no. Mi papá me dijo mucho que no. Era muy estricto y yo ligaba mucho. No podía jugar a la pelota ni ir a los cumpleaños.
—¿Una fortaleza?
—Reconozco mis errores.
—¿Qué hacía antes de ser mecánico del subte?
—Fui inspector de colectivos en la empresa de mi tío en Paraguay. Me echó porque le perdonaba a los choferes cuando “dibujaban” boletos. Ganaban muy poco. Me volví a Moreno. Trabajé de panadero y repostero de noche, en Once. Me echaron porque me quedé dormido y se quemaron dos horneadas de pan. En 1994, fui a pedirle trabajo a un señor de Metrovías. Me tomaron como peón del taller mecánico de la línea C.
—¿No sabía nada de mecánica?
—La verdad, nada. No me daban los manuales porque no tenía estudios. Me enseñó un compañero del taller que no sabía leer, me llevó al tren y me enseñó a aplicar todo a la práctica. Cuando me evaluaron me saqué el puntaje más alto. Pero los jefes siempre beneficiaban a los suyos y no me ascendieron. Por eso decidí hacerme delegado.
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