Cuando le mostraron la encuesta, pagada por el Gobierno y luego silenciada para que no llegara a los medios, Néstor Kirchner explotó: “ ¡Qué carajo le ven a De Narváez, no lo puedo creer! ¿Cómo nos va a ganar un tipo al que no lo conoce nadie? ¿Quién lo puede votar a ese?”.El ex presidente agitaba los papeles con furia y nadie en la Quinta de Olivos atinaba a responderle. Cristina Fernández contemplaba la escena en silencio y los funcionarios no sabían si convenía quedarse o irse. Kirchner seguía gritando, furioso con el ingrato sondeo que lo ubicaba no primero, ni segundo, sino tercero en una importante ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, debajo del candidato del PRO-peronismo y hasta de la fórmula de Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín.
Ocurrió hace menos de un mes y fue el punto de inflexión para que el patagónico aceptara los consejos de sus asesores, que le pedían morigerar el tono combativo de su discurso: si no corregía el rumbo, se encaminaba a una derrota segura. Desde entonces, el ex Presidente está hecho una seda. Y la propaganda oficial, que antes de ese día se ensañaba con los adversarios del Gobierno, ahora se concentra en resaltar las supuestas hazañas de la gestión K y machaca con estadísticas y frases que parecen salidas de una realidad paralela.
Hoy, en la residencia presidencial de Olivos, los Kirchner hablan de un triunfo arrasador en territorio bonaerense y una ventaja segura en el resto de la Argentina, siguen soñando con continuar en el poder después del 2011, manejan variables que hablan de superávit fiscal y comercial, desempleo bajo control e inflación mínima, castigan a los encuestadores que osan llevarles malas noticias y hasta abonan en público la increíble teoría según la cual el propio Obama se habría inspirado en Kirchner y su modelo económico. Una increíble mezcla de negación y voluntarismo.
Compenetrado con su nuevo personaje, el que susurra en los actos, besa a los chicos y no ofende a nadie, el ex presidente practica en Olivos los trucos que luego desparrama en cada acto: el tono de voz amable, el gesto de contrición, la mirada perdida en la multitud, las manos cubriéndose el pecho... Cuando sus colaboradores lo felicitan por el flamante discurso moderado, Kirchner se sincera entre risas: “ Y no saben lo que me cuesta...”.
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