Los antiguos griegos, que crearon y perfeccionaron la oratoria en base a distintas teorías filosóficas, crearon el "sofisma", definido como "una refutación aparente, con el objetivo de defender algo falso confundiendo al oyente o interlocutor, mediante una argucia en la argumentación que puede consistir, o bien en exponer premisas falsas como verdaderas, o bien en seguir premisas verdaderas con conclusiones que no se siguen realmente con dichas premisas".
Teniendo en cuenta esa definición, cabría considerar que la presidenta Cristina Kirchner, y también su esposo y antecesor Néstor Kirchner, se han convertido en maestros en el arte de emplear el sofisma.
Si no, véanse algunos ejemplos. El conflicto con el campo es un ejemplo del " enfrentamiento entre los ricos y los pobres", aunque el justicialismo " nunca ha fomentado la lucha de clases", pero " los que más tienen son los que menos ponen".
Esas fueron algunas de las ideas con que la Presidenta intentó -y parcialmente logró- crear un enfrentamiento dentro de la sociedad que estaba dormido pero latente, haciendo creer a muchos que el "mal" estaba encarnado en los hombres del campo que hicieron la primer protesta que puso en dificultades a su gobierno, y que el "bien" estaba del lado de las presuntas "víctimas" de esa acción.
El Gobierno intentó hacer creer que las únicas "víctimas" del lock out del campo eran los pobres que no podían comprar mercaderías en los supermercados por el desabastecimiento, y los automovilistas con dificultades para pasar por rutas interrumpidas en las protestas ruralistas.
Pero la verdad es que la principal "víctima" de esa acción fue el propio poder político, y por muchas razones palpables.
La protesta de 21 días demostró la debilidad del oficialismo, que intentó una pulseada en la que ni uno ni otro sector salieron victoriosos, pero el Gobierno tuvo finalmente que acceder -en la figura de la propia Cristina Fernández- a iniciar un diálogo que nunca había estado en sus planes, y probablemente tendrá que modificar algunas de las medidas sobre retenciones, muy a su pesar y aunque se haya pregonado que eran inamovibles.
La imagen de la Presidenta cayó en muchos puntos durante el conflicto, y reveló que también en ese aspecto salió perdiendo, aunque haya apostado todas las cartas a lograr el desprestigio de los productores.
La mandataria utiliza otro "sofisma" cuando en sus reiteradas presentaciones públicas pretende defender las retenciones exclusivamente como una medida para beneficiar a los que menos tienen, impidiendo que el precio de productos básicos alimenticios sigan creciendo.
En realidad, parece que su mayor preocupación son sus propias arcas, las del Estado, que a influjo de la creciente inflación se van debilitando y necesitan de más recursos -en este caso obtenidos de las ganancias del campo- no sólo para poder afrontar deudas y obligaciones, sino además para seguir disponiendo de una caja generosa a la hora de acumular poder mediante el pago de beneficios para los gobernadores e intendentes que "se portan bien" y para los piqueteros oficialistas y sindicalistas que le llenan la plaza de Mayo cada vez que ella siente la necesidad de reafirmar un liderazgo que aún le cuesta generar.
No recurre en cambio a sofismas a la hora de abordar el tema de la inflación: aplica otra estrategia, la de ignorarlo lisa y llanamente, como si no existiera. Pero sí lo emplean sus portavoces.
Alberto Fernández, por ejemplo, dio el viernes la explicación más original y audaz que se le ocurrió a un miembro de la dinastía Kirchner para explicar lo inexplicable: los índices ínfimos y ya risibles que arroja el INDEC a la hora de definir el crecimiento de los precios.
No es que los productos en los supermercados aumentaron enormemente: es que la gente compra las cosas que no son las que se miden en el INDEC: compra, dijo palabras más palabras menos, los productos más suntuarios: por ejemplo, en vez de adquirir el pan más barato, sería el caso de imaginar, de acuerdo a ese discurso, adquiere panes saborizados de los establecimientos más exclusivos.
Si le parece que el precio de la carne que compra no coincide con el que el INDEC dice que es en realidad, es porque compra lomo de exportación y no la carnaza que mide el organismo, y así sucesivamente.
Otro de los "sofismas" más sorprendentes es el que utilizan los esposos Kirchner cada vez que hablan en público: dicen que su poder está amenazado, incluso por posibles "golpes de Estado". En realidad, lo que sienten en riesgo es el sistema casi absolutista de gobernar que se ha estrenado en la era de Néstor Kirchner, según el cual la menor disidencia es señalada como un caso de ataque contra la democracia.
Otro "sofisma" es el que utilizaron para crear el inefable "Observatorio de Medios": según el discurso oficial, su propósito es evitar la discriminación que supuestamente se refleja en notas periodísticas de todos los medios, de la que serían víctimas los sectores menos privilegiados de la sociedad.
En realidad, el "Observatorio" no es más que una chicana inútil -y más gastos de recursos caprichosos- para supuestamente amedrentar a la prensa y poner fin a las críticas a distintos modos de gestión del Gobierno. Un sueño que acariciaron gobernantes totalitarios pero que no tiene nada que ver con los democráticos surgidos del voto popular. La prensa, lo ha demostrado la historia universal, puede ser momentáneamente amenazada o acallada, pero la mordaza siempre se desintegra y el que pierde es el poder de turno.
Las ideas que se han querido instalar con tanta virulencia en los días que pasaron sólo contribuyeron a generar una inquietud social que ya estaba sanándose después de tantos sinsabores, sumada a una desconfianza en quienes ejercen el poder que antes no le tenían.
Otra vez, la víctima del "sofisma" es su propio autor. La verdad a la larga o a la corta cunde, y no valen tantos esfuerzos para ocultar la basura debajo de la alfombra. Siempre llega el momento en que sale a la luz.