El marco de la democracia chilena despierta cierta admiración entre primeras figuras de la política argentina, desde Ricardo López Murphy a Néstor Kirchner, de Cristina Fernández a Mauricio Macri y Carlos "Chacho" Álvarez.
Más allá de ideologías, nuestra dirigencia top se ve tentada de elogiar rasgos de un sistema político en el que los partidos, bien organizados, con buen marketing y discusión civilizada, abarcan al estilo europeo toda la gama de colores, de izquierda a (extrema) derecha.
Ahora que parece superado el "tremendo susto" que nos dio la salud de Augusto Pinochet, se presenta una ocasión para repasar la real dimensión de las virtudes de una política, la trasandina, que alardea de coincidencias básicas y falta de estridencias.
Se sabe que el dictador, entre otras, tuvo la habilidad de condicionar la democracia que le fue arrancada en marzo de 1990. Una Constitución con impronta pinochetista actuó como corset durante una década y media de democracia, que entre otros lastres otorgaba bancas “designadas” del Senado a modo de consejo de sabios, con especial representación de las Fuerzas Armadas.
De ese estigma se terminó de deshacer Ricardo Lagos recién este año en el traspaso de mando a Michelle Bachelet, aunque siguen vigentes otros legados como un sistema electoral que combina la Ley de Lemas con el binominalismo. Este engendro favorece, casualmente, a los partidos de derecha (Unión Demócrata Independiente, UDI y Renovación Nacional, RN) y deja sin bancas a la izquierda comunista-humanista, bloque que llegó a rozar el 10% de los votos a nivel nacional.
Los muros pinochetistas, está claro, no sólo son republicanos. Ahora resulta que Bachelet se pone firme y analiza no llevar a cabo funerales de Estado, aunque sí se le rendirán honores como jefe del Ejército al responsable de la segunda mayor tragedia padecida en el Cono Sur de América. Créase o no, la valiente mujer que sufrió torturas en carne propia y perdió a su padre a manos del pinochetismo, durante la campaña electoral apenas mencionó el pasado porque, todos coinciden, Chile mira al futuro.
En la política chilena imperan las coincidencias básicas, por lo que RN (centroderecha) y UDI (ex pinochetista) cesaron de alabar la figura del ex gobernante militar en los últimos años, sobre todo cuando las cuentas secretas del Riggs Bank dejaron la sensación de que el general no fue precisamente un estadista.
Como candidato presidencial en 1999 y 2005, Joaquín Lavín (UDI) tomó la agenda de la nueva derecha (mano dura, asistencialismo, valores tradicionales) y se olvidó de quien lo inspiró en la carrera política y de quien fue funcionario en los ‘80.
Pero quien profundizó la estrategia fue Sebastián Piñera, el exitoso político-empresario de RN que en 2005, durante la campaña presidencial, respondió que los peores gobiernos de la historia chilena habían sido el de Salvador Allende y el de Pinochet, porque ambos –argumentó–generaron odio y dividieron al país.
Piñera se ganó la crítica por “oportunista” de parte de miembros de la Concertación y hasta de “traidor” para el ala más nostálgica de UDI. Sin embargo, nadie se escandalizó demasiado por la comparación entre un gobernante, con sus más y sus menos, electo democráticamente, y el responsable de desapariciones masivas, según la Justicia del mundo entero.
Algunas cosas quedan claras: Chile mira al futuro y las dictaduras provocan sangre mientras duran y democracias traumadas cuando terminan.