La política argentina, con sus múltiples facetas, continúa mostrando particulares episodios. Así, por ejemplo, pudieron observarse dos situaciones en simultáneo separadas por miles de kilómetros y un océano: mientras en el país el conflicto del campo tenía derivación en el área del transporte con los cortes de ruta y, nuevamente, reinaba el desencuentro entre los diversos sectores y la propia ciudadanía, en Suiza, durante la conferencia anual de la OIT, se exaltaba la búsqueda del diálogo social.
Podrá evaluarse que una situación no excluye a la otra, pero en realidad será muy difícil establecer una mesa de consensos si sobre esa misma mesa los protagonistas siguen arrojándose de manera desesperada y despedazan la torta, pretendiendo cada uno la mejor porción.
El paradisíaco entorno de los paisajes helvéticos y ese auditorio internacional siempre son propicios para que Gobierno, empresarios y sindicalistas aflojen las tensiones y desplieguen una batería de principios, intenciones e ideas-fuerza que puestas en práctica resolverían los problemas en lo que dura un chasquido.
Pero cuando se emprende el vuelo rápido a la Argentina, enseguida aparece una realidad distinta, donde acostumbran brillar por su ausencia la concordia y el trabajo por los objetivos comunes, despojados de egoísmos sectoriales.
El representante del Gobierno en la conferencia anual de la OIT -el ministro de Trabajo de la Nación- fue quien propugnó el establecimiento de una agenda de temas sobre los cuales edificar ese diálogo social. Lucha contra el empleo en negro, formación laboral y una nueva política sobre accidentes de trabajo serían, para la administración, algunas de las líneas centrales para la búsqueda de ese camino.
¿Qué ocurre al respecto en la actualidad? El trabajo no registrado sigue en un nivel espeluznante; la formación laboral invariablemente demanda el acompañamiento de una política de Estado que recree la cultura del trabajo -incluida, obviamente, la educación-; la cuestión de los accidentes de trabajo continúa navegando en un mar de incertidumbres, sin que aparezca en la superficie un proyecto de nueva ley. Las intenciones son plausibles pero estos problemas no son nuevos, sino más bien añejos, por lo que tiempo hubo para debatir y procurar acuerdos al respecto.
En ese marco, lo lamentable es que los temas de fondo suelen ser ahogados por los coyunturales y a veces, como en el caso del agro, terminan envueltos en severos conflictos. Así, el diálogo zozobra y, por supuesto, tampoco es posible apuntar al objetivo máximo, que es el pacto social, ambición ésta manifestada por casi todos los gobiernos pero nunca llevada a la práctica.
Entonces reaparecen las sombras de las dudas, ya que un pacto debe construirse sobre cimientos sólidos que lo hagan inconmovible, y hoy el camino hacia ese destino, por más buenas voluntades que lo arropen, es víctima de interrupciones, cambios de humor o variaciones de las circunstancias.
La sospecha, de tal manera, toma visos de realidad: el pacto o acuerdo social profundo entra en etapa de hibernación, a la espera de climas más favorables que quizás se hagan esperar bastante.
Y así, mientras el debate de ideas por un país mejor queda embretado en los laberintos de la semántica, se suman otros episodios como el protagonismo de Hugo Moyano en las discusiones por la superación del problema desatado a partir de la protesta del campo.
De fustigador a conciliador, Moyano estuvo en varias mesas junto a funcionarios, empresarios y los propios dirigentes rurales. El gremialista es jefe de los camioneros y de la CGT y uno de los vicepresidentes del PJ, pero desde hace rato está actuando como un virtual miembro del Gobierno kirchnerista.
Este rol puede ser crucial para su futuro, ya que, si bien un éxito en su gestión podría depararle algunos laureles políticos, también está a merced de un desgaste largamente deseado por sus más furiosos detractores.
Lo visto en los últimos días es una nueva muestra sobre el importante engranaje gubernamental en el que se ha convertido el sindicalista, lo cual es un argumento fundamental para quienes quieren que dé un paso al costado y abogan por una central sindical más distanciada del oficialismo.
No obstante, algunos de los nombres que circularon en los últimos tiempos como posibles reemplazantes de Moyano no cumplen con los niveles de independencia necesarios, aunque esa autonomía en realidad no sea absoluta en casi ningún dirigente. En este ámbito también se están registrando diálogos, aunque todos segmentados todavía, con alianzas por conveniencia y con el fin de dañar al otro y birlarle poder.
Pasados entonces por el tamiz estos y otros hechos de la realidad nacional, la única consigna válida, en definitiva, continúa siendo el diálogo para el pacto social, cabal, sin exclusiones. Esa es la cuestión.