La cuestión ambiental, que había sido uno de los obstáculos para la elección de Beijing como sede de los Juegos, sigue siendo un problema infranqueable para las autoridades chinas. Sobre todo porque, a diferencia de la cuestión de los derechos humanos en el Tíbet, no hay forma de esconderlo.
El smog de la capital china se ve a simple vista y sume a la ciudad en una nube de humo gris que molesta a sus visitantes. Para los deportistas que participarán de las competencias, la molestia llega, incluso, a ser un problema.
El etíope Haile Gebrselassie, por ejemplo, - récordman mundial de maratón-, decidió no participar de la carrera porque con un nivel de contaminación tan alto su asma le impedirá correr los 41 kilómetros que requiere la competencia.
La falta de agua, consecuencia de una prolongada sequía en la región adonde se ubica Beijing, es otro de los desafíos. El remedio, dicen algunos, puede haber sido peor que la enfermedad.
La contaminación del aire. Pese a que los miles de millones invertidos en saneamiento parecen no haber surtido el efecto deseado, las autoridades de la ciudad de Beijing confían en que dos medidas que pusieron en marcha el pasado 20 de julio lograrán surtir el golpe de efecto que necesitan para revertir décadas de contaminación.
La primera de las iniciativas tiene que ver con reducir en un 50% los autos que transitan todos los días por las calles de la capital china: desde el domingo pasado, los vehículos con patente par e impar circulan alternativamente.
El problema es que con la cantidad de turistas que se esperan en la ciudad para los Juegos (alrededor de medio millón), la medida promete convertir en un infierno el sistema de transporte público. Pese a que se inauguraron varias nuevas líneas de subte, moverse por Beijing no va a ser nada fácil.
El segundo proyecto para bajar de forma drástica el nivel de polución del aire tiene que ver con limitar la producción de las fábricas, sobre todo las más contaminantes. En este sentido, se impusieron frenos a la actividad de minas y plantas químicas, mientras que un grupo de fábricas especialmente tóxicas debió trasladarse fuera de la ciudad (con las consecuencias obvias que esto tuvo para otras regiones del país).
Los especialistas advierten que el éxito de estas medidas, por lo menos en el corto plazo, dependerá sustancialmente de las condiciones climáticas. La prueba de restricción del tráfico que se realizó en agosto del año pasado fracasó porque se realizó durante cuatro días en los que no hubo viento.
De todas maneras, si las iniciativas terminan por lograr un cielo más azul, los habitantes de Beijing no podrán disfrutarlo por mucho tiempo, ya que las restricciones se levantarán el próximo 20 de septiembre, justo después de los Juegos Paraolímpicos.
La falta de agua. Para hacer frente al abrupto incremento poblacional y, sobre todo con el objetivo de intentar limpiar los canales y lagos artificiales de la ciudad, las autoridades de la capital china debieron aumentar drásticamente el suministro de agua.
Para traer agua de los ríos del sur del país a la región de Beijing, muchísimo más árida, invirtieron cerca de 25 mil millones de dólares.
Así, los turistas que viajen a la ciudad para presenciar los Juegos podrán apreciar grandes atracciones de agua (entre ellas, la fuente más grande del mundo), pero ambientalistas advierten que la medida tendrá consecuencias devastadoras sobre las regiones del país a las que el gobierno dejó secas.
“Tanto si se trae agua de otras regiones como si se cava más profundo para extraer agua subterránea, la solución que se está utilizando es comparable a tomar veneno para calmar la sed”, afirmó un estudio de la ONG Probe International.
Según Greenpeace, alrededor de 300 millones de chinos no tienen acceso a agua potable, mientras que la mitad de las 617 grandes ciudades del país enfrentan problemas de falta de agua en el corto o mediano plazo.