El dulce de leche sí, pero la inseguridad no. La inseguridad no es un invento argentino. Nació con el hombre, con el daño que uno le pudiera ocasionar al otro para conseguir algo. Desde las pequeñas tribus hasta las grandes urbes, las sociedades siempre intentaron moderar esa amenaza, convenciendo a sus miembros de que hacer daño no es correcto. Se lo hizo y se lo hace de distintas formas.
En su Leviatán, Thomas Hobbes señala a la inseguridad como una de las tres razones principales de conflicto entre los individuos (las otras dos son la competencia y la gloria). El filósofo inglés entendía que los fuertes se imponen ante los débiles y que esa es la primera organización del mundo. Esa fortaleza podía llevar a que los más poderosos dañaran al resto, pero Hobbes vio que no sólo los débiles tenían miedo por su seguridad, también los fuertes temían. Porque, finalmente, hasta los gigantes duermen o se descuidan, y entonces el más débil de los débiles podría liquidarlo. Su conclusión es que de ese miedo debía surgir el comienzo de la vida social, ya que por más fuerte que uno fuera no se podría sobrevivir sin el amparo de los demás, sin ciertas reglas básicas de convivencia.
Todas las sociedades intentaron moderar los conflictos que podían terminar con la vida y los bienes de los demás, a través de esas normas y de los castigos que se les aplicarían a quienes intentaran romperlas. Así, además de las creencias morales de cada persona sobre el bien y el mal, de sus postulados religiosos o ideológicos, existe otro motivo social de convencimiento: el que daña es castigado, no por el más fuerte sino por la fuerza que da la suma de los miembros de una comunidad y de las normas que ellos establezcan para convivir.
No, la inseguridad no es nueva. Lo que sí resulta novedoso es que hoy un Estado decida abstenerse de moderar en esa vieja disputa. Y más si ese Estado es administrado por un gobierno que se jacta de haber recuperado el rol estatal.
Existen distintos modelos en el mundo para luchar contra la inseguridad. Los estadounidenses son coherentes con su genética liberal: en una sociedad que postula libertad de oportunidades para todos, les reserva a los infractores sólo leyes estrictas y cárceles para cumplir sus penas. En Europa, donde el Estado de bienestar tiene su historia, entienden que al menos una parte de los delitos está vinculado con la desesperación económica, e intentan mediante subsidios y beneficios universales dar una base de sustentabilidad económica que desincentive el delito. Para los que aún así delincan, leyes y castigo.
La filosofía de este modelo podría asociarse a lo que decía el francés Georges Clemenceau: “Lo más seguro consiste en dar a cada uno algo que defender”. Los beneficios económicos y sociales que los europeos vuelcan hacia los sectores de riesgo, sería lo que implícitamente esos sectores “defienden” a la hora de decidir no cometer un delito. Si es más lo que se pierde que lo que se gana cuando se piensa en delinquir, es más probable que el delito no se concrete.
Siga leyendo la nota aquí, en el sitio de la revista Noticias .
*Jefe de redacción de Noticias.