Diego Maradona y sus 23 jugadores están en el balcón de la Casa Rosada, con la Copa del Mundo en sus manos, y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a su lado. Desde abajo, una multitud los ovaciona. Ese es el escenario que asusta a la oposición y entusiasma al Gobierno. Aunque parezca mentira, existe el mito –no sólo atribuible a esta administración– de que un buen resultado en el Mundial puede darle réditos al poder de turno. Como si hubiera una suerte de transferencia de todo lo positivo que ocurre en el país hacia la gente, que retroalimenta al que gobierna. Sucedió con el Bicentenario: el Gobierno intentó apropiarse del humor social que colmó los festejos patrios. Y, envalentonado, dejó trascender un paquete de medidas populares, que aún no se materializaron.
"Después de esos cuatro días de fiesta, si salimos campeones del mundo con Diego (Maradona) a la cabeza, hasta yo me animo a una candidatura", dijo hace unos días el sindicalista Hugo Moyano.