Jorge Bergoglio se fue del país, rumbo a Roma, previendo volver y seguir siendo el mismo de antes. Según lo que transmitió y dejó sin hacer en el Arzobispado de Buenos Aires, no estaba en sus planes pasar a ser el papa Francisco. Por lo menos eso es lo que demuestra su agenda post-cónclave y la lista de tareas pendientes que tenía.
Una vez electo, sin embargo, siguió dando órdenes a la distancia. El pedido que realizó con mayor énfasis es el de que nadie viaje a la ceremonia de asunción que se realizará el martes. A la dirigencia política, sindical y empresarial se lo hizo llegar como un pedido, remarcando el espíritu de austeridad que quiere inculcar. Recomendó que no gasten plata en el viaje y que por el contrario donen esos fondos a una entidad de bien público. Pero puertas adentro, al parecer el mensaje fue interpretado como una orden.
Hay un miembro de la Iglesia, de quien no se quiso difundir el nombre, que ya tenía agendado un viaje a Roma desde el año pasado, e incluso ya tenía los pasajes emitidos. La casualidad quiso que la fecha coincidiera justo con la asunción de un papa argentino en El Vaticano. Sin embargo, el papa Francisco le pidió especialmente que no viajara.
Cuando viajó a Roma para la elección papal, el boleto de regreso de Bergoglio tenía fecha establecida: 23 de marzo. A gente de su entorno le había explicado que su agenda así lo determinaba. El domingo 24 tenía una obligación ineludible: oficiar en la misa de Ramos, la tradicional ceremonia que se realiza el domingo anterior a la Semana Santa. El lunes 25, además, comienza la festividad judía de Pesaj, en la cual él suele participar como parte de sus tradicionales vínculos interreligiosos.
En su despacho, además, dejó una larga lista de documentos sin firmar. Ahí se incluyen desde decisiones vinculadas al canal de televisión del Arzobispado hasta viáticos para diversas tareas pastorales de miembros de la congregación. Palabras más, palabras menos, el mensaje que dejó fue siempre el mismo: “Total nos vemos el 23”.