La presidenta Cristina Kirchner dedicó apenas los últimos párrafos de su discurso de esta tarde a la movida que todo el país estaba esperando: convocar al diálogo a los productores agropecuarios. Pero lo hizo con una condición, explícita: que levanten el paro, y luego de haberlos sacudido verbalmente durante más de 40 minutos.
"Yo les pido humildemente que levanten el paro para entonces, sí, dialogar", fueron sus palabras. Y repitió el adverbio "humildemente".
Fue una mano tendida, pero no mucho: no hizo ninguna oferta y, por el contrario, marcó estrictamente la cancha de una eventual negociación aclarando que el sistema de retenciones flexible y focalizado en la soja es una parte central del "modelo de país" que está aplicando, de su "política de redistribución del ingreso".
La magnitud del paro agropecuario y el apoyo que recoge en las ciudades son pruebas cabales del paso en falso dado por el Gobierno con la modificación última del esquema de retenciones. Esa decisión cayó muy mal y eso en el Gobierno ya no se niega. El problema del oficialismo es otro: cómo hacer que el campo levante el paro pagando el Gobierno el menor precio político posible, cómo atraerlos a una negociación pero sin dar el brazo a torcer.
La Presidenta hizo en Parque Norte un intento más bien módico. Más allá de su invitación, no abandonó para nada su estilo arrogante, esas inútiles chicanas, ese reflotar de las antinomias, esos calificativos irritantes ("señoras paquetas vecinas de donde yo vivo", en alusión a quienes respaldan la protesta en Buenos Aires; "bastaba verles las caras", se indignó a continuación).
Tal vez tenga suerte, le funcione y los productores rurales terminen levantando el paro atraídos por su oferta. De lo contrario, habrá perdido otra oportunidad y podrá aplicársele un dicho campero para estos casos, cuando se quiere enmendar un error pero no se elige el instrumento adecuado: "Reculó en chancletas".
*Editor del Diario Perfil.