“Cada vez hace más méritos para llegar a canciller”, me dije el jueves pasado cuando leí la columna de Héctor Timerman (ver recuadro, página siguiente), dentro de la nota de tapa de la revista Veintitrés en la que estrambóticamente se me incluye en la trama de Papel Prensa por un reportaje al ex general Camps, donde el ex represor se refirió a los Graiver y la papelera que hoy es de Clarín, La Nación y el Estado nacional, publicado en la revista La Semana, de Editorial Perfil, en junio de 1983, mientras –nada menos– yo vivía en el exilio y a disposición del Poder Ejecutivo Nacional acusado de traición a la patria.
Pero no imaginé que lo lograría tan rápido y, al día siguiente, mi respuesta ya no estaría dirigida al embajador sino al canciller que devino. El mal de amores entre su predecesor, Jorge Taiana, y la Presidenta viene desde el comienzo de su mandato. El 15 de marzo de 2008 el título principal de la tapa de PERFIL decía: “Sin apoyo de Cristina, tambalea Taiana y Alberto Fernández copó la Cancillería”, cuando, previo a la crisis del campo, el puesto de vicecanciller fue ocupado por un hombre del ex jefe de Gabinete.
Timerman, quien siempre se caracterizó por su devoción cristinista, trabajó con dedicación y paciencia para ser designado ministro. Primero llegó su ascenso de cónsul en Nueva York a embajador en Washington, junto con la asunción de Cristina en diciembre de 2007. Y cuando el Gobierno decidió concederle al Grupo Clarín el carácter de principal enemigo, Héctor Timerman encontró en el papel de ariete antimedios su camino al estrellato. Cumpliendo el alineamiento acrítico con los deseos de los Kirchner, se metió en todo lo que pudo: Papel Prensa, la filiación de los hijos adoptivos de la dueña de Clarín, la Ley de Medios y la participación del periodismo durante la dictadura.
Fue una posición extraña para un embajador en Estados Unidos, que en lugar de concentrarse en sus importantes tareas en Washington, se dedicó más a ser vocero de la política de comunicación oficial que el propio subsecretario de Medios, Gabriel Mariotto.
Si a Timerman lo hubiera guiado su condición de periodista a participar más activamente en el tema, habría hecho un gran aporte ayudando al kirchnerismo a no ser tan brutal y obvio. Pero el matrimonio presidencial eyecta a los funcionarios que entienden la lealtad como la responsabilidad de alertar a sus superiores de sus errores. Y Timerman parece comprender perfectamente la lógica oficial, donde no importa que la materia que se amasa sea falsa mientras resulte útil. Y en este caso, el mejor ejemplo está dentro de nuestra casa.
Héctor Timerman fue columnista de la revista Noticias –la continuadora de la revista La Semana, denunciada por él– durante un lustro: de 1999 hasta 2004 (en junio de ese año fue nombrado cónsul en Nueva York). En su currículum frente al Departamento de Estado de los Estados Unidos colocó: “Column writer for Noticias magazine” (ver www.embassyofargentina.us) como último trabajo.
No se entiende cómo el hoy canciller pudo escribir durante tantos años, y encima lo destaca, en una publicación de Editorial Perfil si, como dice en su columna de la revista Veintitrés, en “sus revistas la apología del genocidio llegó hasta el final, aun más que la de cualquier otro medio”.
Tampoco se entiende, si se apoyó al genocidio hasta el fin, por qué la dictadura habría ordenado mi propia detención; habría tenido que vivir asilado en una embajada; por qué el gobierno de ese país me concedería estatus y visa de perseguido político, y luego tuviera que vivir en el exilio.
Tampoco se entiende por qué si la revista La Semana era funcional a los represores –como dice Timerman, “aun más que cualquier otro medio”–, fue clausurada por la dictadura en 1982 y pudo volver a publicarse los últimos once meses previos a la llegada de la democracia y sólo después de que la Corte Suprema obligara al gobierno a reabrirla, lo que como castigo sustituto derivó en que el Poder Ejecutivo dispusiera entonces mi detención.
Si antes de acusarme de “último alcahuete de Ramón Camps” (diplomatiquísimo) Timerman se hubiera tomado el trabajo de leer los archivos periodísticos, habría encontrado varias veces publicado que fue precisamente Camps quien durante la Guerra de Malvinas me citó en el Estado Mayor Conjunto en nombre de las tres fuerzas armadas para decirme: “No existe una flota inglesa con cuarenta barcos que zarpó de Londres como publicó La Semana. Y usted, jovencito (por entonces yo tenía cinco años más que los conscriptos), es un idiota útil de los norteamericanos y lo vamos a fusilar por traición a la patria. No ahora sino cuando ganemos la guerra, porque todas estas balas (con gesto hacia la pistola que tenía sobre el escritorio) las usaremos para matar ingleses”. Meses después de terminada la guerra clausuran La Semana por haber publicado la primera nota sobre Astiz, y poco después ordenan mi detención con los mismos argumentos de Camps: “Traición a la patria”.
Preferiría no tener que seguir repitiendo estas historias ni recordar mi paso –cuatro años antes– por el centro clandestino de detención El Olimpo, ya publicado varias veces y antes de que el kirchnerismo llegara al gobierno. Pero la pretensión de reescribir algunas historias, sesgando fragmentos para generar exactamente una idea contraria a lo que fue, obliga a repetir los testimonios.
La campaña de comunicación de un medio que más premios internacionales a la creatividad ganó fue la del diario Folha de São Paulo, que decía más o menos así: “Construyó miles de escuelas, aumentó más que nadie en la historia de su país el producto bruto, bajó la inflación de mil por ciento a cero, también redujo la mortalidad infantil a cero... (pausa): Adolf Hitler”. Y la campaña del diario concluía diciendo: “Decir parte de la verdad también es mentir”.
Contraargumentos. Específicamente sobre la crítica a La Semana por el reportaje a Camps, faltaría decir que:
Se critica la extensión de la nota, pero la mayor parte del espacio no la ocupa el reportaje sino el extracto del libro de Camps, que fue uno de los libros políticos más leídos de ese año como también lo fueron en Alemania ese mismo año las memorias apócrifas de Hitler. El interés del lector no es sólo sobre las buenas personas, y la propia La Semana aclaró que la publicación del anticipo “no convalida lo que afirma el general Camps”.
Si el solo hecho de publicar implicara compartir, lo que no es cierto, se omitió en la acusación a La Semana decir que en esa misma edición y tras el reportaje a Camps (páginas 6 a 11), se publica la marcha de Madres de Plaza de Mayo en Nueva York (páginas 12 a 13), como único medio argentino presente en los actos de la Semana Internacional del Detenido/Desaparecido. Y dando vuelta la página comienza un reportaje a Serrat (páginas 14 a 17) donde aparece como frase destacada: “Decir que el exilio es duro es simplificar absolutamente las cosas. El exilio es una de las tragedias peores que le pueden ocurrir a un ser humano. Corta con todos los nutrientes vitales, te cambia constantes, te pone al revés”.
También en esa misma edición de Camps y con la misma cantidad de páginas que el reportaje a Camps, aparece una entrevista a Magdalena Ruiz Guiñazú denunciando las amenazas de muerte que estaba recibiendo. Más adelante hubo espacio para otro miembro de la Conadep: Ernesto Sabato, cuatro páginas. Y finalmente, con la misma cantidad de páginas del reportaje a Camps, se publicó también en esa edición del 2 de junio de 1983 un extenso reportaje a Antonio Cafiero, por entonces el candidato del peronismo.
Y respecto de lo que Héctor Timerman dice de mí:
Ninguno de los méritos anteriores por publicar notas molestas a la dictadura en junio de 1983 me corresponderían porque en esa fecha yo no estaba en Nueva York, y ni siquiera con la posibilidad de contar con un teléfono, sino en la selva nicaragüense con el ejército sandinista. Junto al fotógrafo Rudy Hanak pasamos muchos días en Nicaragua haciendo una amplia nota que ocupó –pocas ediciones después– 18 páginas de La Semana, que incluía desde una entrevista al mítico Ernesto Cardenal, el ideólogo de la revolución hablando de Malvinas y los futuros juicios a los militares, pasando por la estadía en las trincheras de frontera donde se enfrentaba a los contras bajo el fuego continuo de las Kalashnikov AK-47.
Desde su perspectiva, tiene razón Héctor Timerman en que durante el exilio yo “estaba ansioso por volver al país” y en mi almuerzo en Nueva York con su padre –Jacobo– mis comentarios “no coincidían con el habitual diálogo entre tres exiliados” y “sólo quería hablar de negocios (sic)”. Yo sólo quería hablar de revistas, de diarios, de redacciones, de periodismo. Y me entendía muy bien con su padre, que estaba con idéntica pasión planeando su regreso a la Argentina, tras las inminentes elecciones y el eventual relanzamiento de La Opinión o algo que lo sustituyera. Finalmente dirigió el diario La Razón, y durante ese período me invitó a su redacción y yo a la de Perfil. Con Jacobo Timerman nos unía una pasión que hacía desaparecer las diferencias generacionales. Jacobo fue el primero en llamar para felicitarme cuando la Universidad de Columbia me premió casualmente “por la lucha a favor de la democracia y contra la dictadura”, el mismo premio que él había recibido años antes. Y cuando el diario PERFIL fue lanzado en 1998 hizo la crítica más elogiosa posible: “El lanzamiento de PERFIL –escribió Timerman– es una verdadera hazaña. Una verdadera victoria para la profesión de periodista”.
Por último, en ese mismo mes de junio de 1983, La Semana publicó una extensa nota sobre la filmación en Nueva York de la versión cinematográfica del libro de Jacobo Timerman Preso sin nombre, celda sin número. Obviamente, cuando su libro se editó en español, La Semana también publicó un extracto y le dedicó al querido Jacobo muchas, pero muchas, muchísimas más páginas que al tristemente célebre ex general Camps.
Qué lástima que un ex columnista de la revista Noticias tenga tan mala memoria. Ojalá que, ya siendo canciller, se recomponga.