“Se me había sugerido que el resultado sería otro”, se lamentó el papa Francisco en un correo electrónico que envió a un negociador del gobierno argentino, quien a su vez había implorado su ayuda frente a la puja con los fondos buitre. Las palabras del Papa aludían a las señales que había recibido desde los Estados Unidos, tras los pedidos para que Washington intercediera en una resolución piadosa frente a los especuladores. El final es conocido: Washington se mantuvo al margen, en especial en su decisión de no apelar ante la Corte Suprema de Justicia norteamericana, y el fallo de Thomas Griesa a favor de los buitres cayó con todo su rigor sobre la Argentina.
Francisco enfrenta un descarnado aprendizaje acerca del funcionamiento del poder mundial. Pero no fueron las intervenciones por los fondos la más cruda lección para el Papa. En mayo se abrazó con un rabino y un líder musulmán en Jerusalén, una esperanzadora imagen alegórica que rápidamente dio vuelta al mundo, y dos meses después se desató un conflicto armado entre Israel y Palestina que ya lleva 2 mil muertes.
Con dramatismo diferente, las acciones de los fondos buitre y el conflicto de Medio Oriente encuentran en Estados Unidos un mismo actor determinante.
La estrategia diplomática de la Argentina se limita a dos palabras: ganar tiempo. El objetivo es llegar hasta enero con los menores daños posibles y revisar entonces la estructura de la deuda, ya sin la atadura de la cláusula que obliga a equiparar al resto de los bonistas cualquier mejora.
El papa Francisco reconoció en intercambios con colaboradores del Gobierno que el problema de la deuda se había deslizado durante el diálogo de marzo pasado con Barack Obama. Cualquiera sea la señal de la diplomacia norteamericana que llevó al Papa a creer que “el resultado sería otro”, la realidad es que Griesa avanzó sin obstáculos.
Tras la primera frustración, Francisco derivó las gestiones a la Segunda Sección de la Secretaría de Estado. Se trata de la rama del gobierno vaticano que se encarga de las relaciones entre los Estados. La encabeza monseñor Dominique Mambertí, quien se encuentra ocupado actualmente en la afanosa tarea de multiplicar los pedidos de paz frente a la guerra en Medio Oriente. La prioridad es fácil de descubrir.
La popularidad de Francisco es un recurso insuficiente para torcer el poderoso despliegue de los fondos. Hasta ahora también lo fueron las múltiples señales de apoyo de otras naciones a favor de la Argentina. Por el contrario, el Gobierno parece encontrar mayores posibilidades en buscar aliados en el propio sistema financiero privado, como la confluencia con el Citibank que ahora busca una rendija en una cámara de apelaciones de Nueva York para destrabar un pago “por única vez” a un grupo de bonistas. Pero el pragmatismo choca con la épica electoral que entusiasma al Gobierno en su puja con los buitres. Las coincidencias con el Citibank son banderas difíciles de ondear en el patio de la Casa Rosada.
Realismo. Argentina no podía esperar el apoyo de los Estados Unidos tras una década de tensión. Pero tampoco lo garantiza el alineamiento automático, como proclaman aquellos analistas que creen que las concesiones del poder en el mundo responden a las formas y el protocolo. Una década de cordialidad no fue suficiente para que Estados Unidos salvara a la Argentina en 2001. En aquel entonces, las potencias simplemente acordonaron el efecto de la crisis para evitar el contagio y luego dejaron que el país colapsara por su propia torpeza económica. No fue culpa de Washington que los líderes locales se creyeran el canto de sirenas de Wall Street.
Las potencias simplemente se mueven por conveniencia o por criterios de seguridad. La primera suele esconder razones económicas. La segunda, militares. Ni uno ni otro camino motiva en el presente a que Estados Unidos se preocupe en apoyar a la Argentina y enfrente a los inversores que aparecen detrás de los fondos, quienes a su vez levantan la bandera del derecho a la propiedad privada, un credo religioso en la unión hace más de dos siglos. El viernes, Francisco confirmó que viajará a Estados Unidos en 2015. La comunicación diplomática entre San Pedro y Washigton se mantiene intensa, aunque los lenguajes sean aún muy diferentes y lleve a esperanzas ilusorias.