POLITICA
el vaticano y la campaa

Gestiones en torno al Papa para lograr una bendición imposible

Mensaje. Francisco aceptó reconstruir su relación con Cristina Kirchner tras años de enfrentamiento.
| Cedoc Perfil
La ex jueza Alicia Oliveira enfrenta por estos días una cruda batalla por su salud asistida por médicos y religiosas. En los suburbios del poder y poco reconocida, Oliveira jugó un papel determinante en el acercamiento de Cristina Kirchner y el papa Francisco. Fue a quien recurrió la Presidenta cuando la llegada de Jorge Bergoglio a la cima del Vaticano la convenció de la necesidad de reconstruir lazos con quien había considerado un adversario. Oliveira tendió un suave puente de charlas en Olivos, llamados de larga distancia y gestos de cordialidad que entrelazaron nuevamente a Cristina Kirchner con Francisco.
El Papa ahora sigue desde Roma las vicisitudes de la salud de Oliveira, su amiga desde hace décadas, y las convulsiones permanentes que mantienen en vilo la política argentina, frente a la cual su preocupación primordial es ayudar a una transición sin apresuramientos, una diferencia crucial con la ansiedad de muchos de quienes van al Vaticano a retratarse.
Una multitud de candidatos sólo está esperando que la pelota deje de girar en Brasil para lanzarse a la campaña. El anhelo de una bendición papal motivó incesantes viajes a Roma. Francisco tiene sus preferencias, pero sólo quienes ignoran su forma de moverse pueden creer que las manifestará públicamente. Daniel Scioli se cree entre los favoritos. Fue convencido especialmente por su operador en la Santa Sede, Aldo Omar Carreras, quien conoce a Bergoglio desde su juventud en la agrupación de la derecha peronista Guardia de Hierro. Carreras nunca abandonó el contacto con el jesuita, ni siquiera cuando acompañó a Carlos Corach en el Ministerio del Interior. Sus críticos lo acusan de exagerar las señales del Vaticano.
Sergio Massa aún anhela el indulto papal. No es el único. También Elisa Carrió, a quien su fervor religioso le resulta por ahora insuficiente para levantar las barreras que tendió Francisco. Las señales papales, en cambio, envalentonaron a Julián Domínguez, presidente de la Cámara de Diputados, quien se ilusiona con que la ayuda clerical colabore para elevar su tímido grado de conocimiento entre los votantes.
Eduardo “el gordo” Valdez, quien fuera jefe de Gabinete de Rafael Bielsa, fue uno de los operadores que colaboró para lograr los 20 minutos de diálogo de Domínguez con Francisco en Santa Marta, a pocas horas de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Nada compite, de todas formas, con el protagónico que logró Valdez en la trastienda del histórico papelón que llevó a muchos medios a dar por falsa una carta de Francisco a Cristina Kirchner que, horas después, el Vaticano confirmó verdadera. En las últimas horas de aquella noche de mayo, cuando las principales señales de noticias insistían en calificarla de apócrifa, como también los diarios tradicionales, Valdez envió un correo electrónico a Francisco para rogarle claridad sobre la carta. El Papa dormía para entonces. Pero a la mañana siguiente, cuando Valdez encendió su computadora, descubrió la respuesta de Francisco que prometía llamar al embajador argentino en la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, para ratificar la validez de la carta. Cuando la producción de Radio Ciudad encontró a Valdez despierto y lo sacó al aire, logró la inesperada primicia que contradecía los títulos principales de los diarios tradicionales.
Para Julián Domínguez la tarea es ardua. En primer lugar debería reconstruir su relación con Scioli. Y en segundo término revertir su baja performance en las encuestas. Otros miden mejor. Por caso, Martín Insaurralde, quien edificó una candidatura en ShowMatch junto a Marcelo Tinelli y los aportes desinteresados del dinero del juego. Así y todo también logró una fotografía con Francisco, cuando en plena campaña fue incluido en una delegación encabezada por CFK.
Oliveira estuvo también detrás de aquellas gestiones, aunque fuera la contracara de la política farandulesca. Conoció a Bergoglio cuando la dictadura la echó como jueza de menores y lo visitaba en villa San Ignacio junto a Nilda Garré, en un tiempo en que nadie soñaba que fuera a convertirse en Papa. Y pocos intentaban una fotografía a su lado