Néstor Kirchner tiene una debilidad por los casinos. Su devoción por el juego ya era evidente cuando gobernaba Santa Cruz. La leyenda cuenta que cada vez que viajaba a Caleta Olivia, cruzaba la frontera de la provincia y se quedaba a dormir en Comodoro Rivadavia para jugar unas fichas en el casino de esa ciudad. A esa casa de la manejaba un humilde hombre llamado Cristóbal López, transformado hoy en uno de los máximos exponentes de los empresarios (y la riqueza) K.
En el camino de la construcción de su imperio del juego denominado Casino Club SA, López no sólo recibió la invalorable ayuda del entonces gobernador santacruceño. Recorrió ese camino de la mano de un grupo de socios de antecedentes oscuros y polémicos.
Héctor Cruz, un ex militar que fue interventor del Casino de Neuquén durante la época del Proceso y que realizó tareas de inteligencia en el Ejército. Ricardo Benedicto, un apostador crónico y esposo de la dueña de una constructora acusada de corrupción. Y Juan Castellanos Bonillo, un empresario hotelero de su misma ciudad que López convocó para no perder influencia en la sociedad a manos de Cruz y Benedicto.
Con estos acompañantes logró transformar en sólo 15 años un emprendimiento que a principios de los 90 sólo contaba con una sala de juegos en Comodoro Rivadavia, en un gigante hoy con 13 casinos y unas 6.360 máquinas tragamonedas distribuidas en 9 provincias.
Sus ganancias anuales se miden en miles de millones de pesos. Y su ganancia se va a ampliar aún mucho más a partir del escandaloso decreto que firmó Kirchner antes de dejar el poder, que le "exige" a Casino club aumentar de 3.000 a 5.100 el número de maquinitas en el Hipódromo de Palermo.