A sus 95 años, el filósofo, físico y epistemólogo argentino Mario Bunge sigue tan activo como siempre. El autor de La ciencia, su método y su filosofía (1960), La investigación científica (1967) y los ocho volúmenes de Tratado de filosofía (1974-1989), entre otros setenta libros, contesta mails, lee revistas científicas y sigue fiel una rutina de trabajo diaria que incluye una siesta de no más de una hora.
En medio de la polémica desatada por el Gobierno sobre la supuesta incapacidad del longevo ministro de la Corte Suprema, Carlos Fayt, Bunge dialoga con PERFIL desde su casa en Montreal, Canadá, donde reside desde 1966. “El año pasado publiqué mis memorias y ahora estoy terminando un artículo sobre filosofía de las ciencias. Además, acabo de inventar una teoría matemática de la solidaridad. El día que deje de trabajar me aburriré y escribiré cuentos”, asegura.
Para Bunge, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1982, no todo el mundo envejece de la misma manera. “El gran químico Linus Pauling siguió trabajando hasta los 95 años y publicó uno de sus trabajos más importantes a esa edad”, ejemplifica sin querer opinar sobre el caso del magistrado.
—¿Hay un límite de edad para que una persona pueda ejercer su profesión?
—Depende muchísimo de la persona. Hay gente que tendría que jubilarse a los 20 años y otros que pueden seguir trabajando hasta una edad avanzada como la mía. Habría que someter a todos los profesores, jueces y funcionarios a exámenes periódicos. Propuse eso en la asamblea universitaria de la UBA hace muchos años y me silbaron. Pienso que no debería haber nombramientos definitivos porque hay mucha gente que una vez que alcanza la estabilidad en su trabajo deja de pensar. Eso ocurre no sólo en la Argentina sino en todo el mundo.
—¿Cree que en ciertos ámbitos, como la política, se discrimina por la edad?
—Depende del país. En Europa nunca hubo tal discriminación pero sí en EE.UU. No sé qué pasa en América Latina. Pero lo cierto es que algunos de los políticos europeos más importantes han sido tal vez demasiado viejos, como Charles De Gaulle o Konrad Adenauer. Al contrario, suele tenerse un respeto excesivo por los ancianos. En política no hay que hacer concesiones a los viejos. Otra cosa es en el subterráneo, donde hay que cederles el asiento. Pero en política no hay que ceder el asiento a nadie. Hay que exigir honestidad y competencia.
—En varios países se discute extender la edad jubilatoria a más de 65 años. ¿Qué opina?
—La edad jubilatoria no debería tener un límite. En algunos lugares, como la provincia de Quebec, donde vivo, se puede seguir enseñando hasta cualquier edad. De hecho, yo me jubilé a los 90 y porque ya no escuchaba del todo bien. Lo que pasa es que a la mayor parte de los profesores no les interesa seguir enseñando, no les interesa el intercambio con los jóvenes. La persona debería proponer y un tribunal de sus pares debería verificar si esa persona sigue siendo capaz de producir ideas o acciones originales. La cuestión es si uno sigue siendo útil a la sociedad.
La receta del intelectual
—¿Hay una receta para mantenerse lúcido y activo a su edad?
—No tengo recetas. Lo único es seguir estudiando, leyendo, discutiendo con gente joven. Por ejemplo, hace unos meses estuve en Grecia y ahi se me acercó un chico de 14 años muy interesado por la astrofísica. Nos reuníamos todas las semanas. El me hacia muchas preguntas interesantes sobre agujeros negros y en ocasiones con sus planteos me hacía pensar. Para mí el intercambio fue tan fructífero como para él. Uno de los motivos por los que dejé de enseñar a los 90 años era que me había vuelto más sordo. Era muy difícil mantener una conversación en clase. Pero otra cosa es mano a mano. Por eso me jubilé hace cinco años como profesor en la Universidad McGill. De lo contrario, hubiese seguido dando clases.