Desde que Cristina enviudó, los periodistas comenzamos a preguntarnos si iría por la reelección. "No se hagan los rulos", decía ella entre llantos y desconsolados pedidos de colaboración para que la acompañasen a gobernar el país. La inmensa mayoría de trabajadores de prensa nos hicimos los rulos y hasta la permanente. Luego del abrumador 54%, desde las usinas del pensamiento oficialista, cuya tarea primordial es obstaculizar, valga la redundancia, el pensamiento crítico de su masa acrítica, se instaló la idea de Cristina Eterna. El súmmum del proyecto "nacional y popular" era el proyecto mismo que implica la perpetuación en el poder. Entre elección y elección, una generación de argentinos, solo ha conocido una forma de hacer política: la de los Kirchner; totalitaria, absoluta y sin escrúpulos. El periodista y autor de "Indec: Historia Íntima de una estafa", Gustavo Noriega, afirma que muchos periodistas caen en la trampa al creer que la única salida a este modelo de hacer política es hacerlo con su propia lógica, esto es, repitiendo inmoralidades, vivezas criollas y avivadas. Noriega hace referencia a los periodistas "críticos" que son funcionales a los intereses del gobierno, y que repiten, hasta el hartazgo, ciertos lugares comunes para cuestionar al poder político sin dejar, previamente, de reconocer sus aciertos y virtudes. Son los conductores de programas periodísticos que reproducen la "teoría de los dos demonios" entre el oficialismo y la oposición por aquella de que "el gobierno hace lo que quiere porque la oposición es un desastre". Son los periodistas que destrozan al gobierno en sus editoriales solitarios pero que se transforman en Poncio Pilatos cuando arman debates, "con todas las voces", en las que el oficialista siempre sale mejor parado pues "da la cara" en campo adversario. El funcionario sabe a qué debate asistir y a cuál no, en qué programa el "relativismo" periodístico terminará por mantener el status quo del sistema político por el cual "los únicos que pueden gobernar son los peronistas" y en que "el resto acompaña".
El periodismo "militante" funciona para reforzar a un grupo social, mezcla de talibanes y fanáticos de una supuesta ideología que ya no se comprende cuál es. En los últimos años se ha profundizado esa brecha entre los que piensan distinto. Por lo tanto, el oficialista evita dar entrevistas con el periodista que es capaz, no solo de preguntar, sino de repreguntar. En 678, por ejemplo, las únicas preguntas que se formulan son: "Ministro, ¿Cuál es su visión sobre el informe que acabamos de ver?", para luego subrayar algún párrafo de las extensas respuestas en las que, seguramente, se habla contra monopolios, grupos concentrados, oligarcas, Magnettos, Lanatas o abuelos amarretes. Cuando alguien se anima a saltar el cerco, se lo ataca desde una altura moral inexistente. Es lo que le pasó a Juan Miceli semanas atrás cuando, por una simple pregunta, descolocó al diputado, Andrés "El Cuervo" Larroque. Sin embargo, lo que le molestó aún más al camporista fue el razonamiento del conductor del noticiero de la Televisión Pública ante la intempestiva respuesta del diputado quien, lejos de callar, reafirmó su "pregunta política" dándole sentido. El periodismo argentino ha perdido, con algunas dignas excepciones, la posibilidad de preguntar y mucho menos, de repreguntar al poder. Preguntas puede hacer cualquiera pero la repregunta no es moco de pavo.
La Repregunta y, más aún, la Re-Repregunta debería ser la guía que ilumine el camino de los estudiantes de Periodismo, muchos de los cuales, hoy se los forma para que salgan "prenseros" o "gacetilleros" de los funcionarios de turno. Sus maestros y muchos colegas que han ascendido en redacciones de medios estatales y paraestatales de esta última década, alabando las enseñanzas y la militancia del genial Rodolfo Walsh, olvidan que al autor de "Operación Masacre" no lo asesinaron, los militares, por estar sentado en la primera fila de un acto oficial de gobierno sino por escribirle una Carta Abierta a la Junta Militar repleta de información, razón y sentimiento. La repregunta es una forma de cuestionar o indagar en la respuesta del entrevistado. Durante el 2012, en la única oportunidad que tuvo Jorge Lanata, desde su programa Periodismo Para Todos, de entrevistar a un funcionario, Héctor Timerman, su entrevistado, quedó descolocado y tuvo que mentir burdamente sobre la "democrática" Angola. Los movileros de CQC son otro ejemplo de grandes repreguntadores, lástima que, durante estos años, sólo lo hayan hecho ante los funcionarios macristas o para hacer reír a nuestra Presidenta. Es que el mensaje que da el poder es evidente: El negocio es ser compinche del poderoso y no cuestionarlo. "Hoy el ascenso periodístico está con nosotros" me confesó hace tiempo un funcionario de tercera línea del actual gobierno. Este gobierno detesta que le pregunten porque sus referentes se creen dioses y a la religión no se la cuestiona. Mucho se debatió sobre la pregunta, acertada o desubicada, de Juan Miceli pero poco se habló de los comentarios –ni siquiera fueron preguntas- del movilero del noticiero al "Cuervo". El periodista que pregunta es visto como un "conspirador" y, ejercer su profesión, no es gratuito. En febrero del 2011, Sebastián Turtora, compañero de radio, le preguntó a Juan Cabandié qué opinaba de la tapa de la Revista Noticias que hablaba de "La Otra Viuda" de Néstor Kirchner. El legislador quería seguir hablando de las políticas del PRO en la ciudad y no de "pelotudeces". El colega periodista le insistió y le intentó explicar por qué consideraba que saber sobre esa, hasta ese momento, ignota mujer, le resultaba interesante. Cabandie optó por agredir hasta concluir la nota. A la semana siguiente, nuestro programa de radio había sido levantado abruptamente del aire de Radio Cooperativa. Roberto Espinoza trabajaba en un programa televisivo en Resistencia, Chaco. Ágil y rápido, en sus móviles con funcionarios del gobierno de Jorge Capitanich, consiguió que diputados oficialistas le reconociesen que habían votado un aumento del boleto de colectivo "porque nos extorsionaron" los sindicatos. Lo hizo preguntando hasta que el entrevistado pisó el palito. Ambos casos demuestran una inquietud de los profesionales y un deseo constante de desenmascarar el poder de turno. El problema es cuando los "periodistas" no desean cuestionar a ese poder sino formar parte de él o, al menos, sentirse que pueden influir en sus decisiones. Mientras que en los archivos de programas televisivos que reciben miles de pesos en pauta publicitaria, se recuerda con risa al periodista que quiso influir en el poder como nadie, hoy proliferan los mediocres que homenajean a Bernardo Neustadt "sin querer queriendo".
(*) Especial para Perfil.com.
Autor de El negocio de los Derechos humanos (Sudamericana, 2012).
Conductor de Ahora es Nuestra la Ciudad- FM Identidad 92.1
@luisgasulla