POLITICA

La salud de los presidentes siempre ha sido un asunto de Estado

Desde Manuel Quintana a Cristina, pasando por Irigoyen, Perón, Menem y Kirchner, la historia de la salud en el sillón de Rivadavia.

Parecidos. Cristina tomó mucho de la gestualidad (real y política) de Juan Domingo Perón.
| Cedoc.

Por primera vez desde la vuelta de la Democracia, un jefe de Estado argentino, Cristina Fernández de Kirchner, se toma licencia por problemas de salud. Sin embargo, no es la única mandataria de nuestro país a quien la salud le jugó una mala pasada en el ejercicio del poder: varios de sus antecesores tuvieron alguna internación o licencia por enfermedad que generó distintos grados de alarma. En varios casos, la enfermedad generó serios problemas institucionales.

Manuel Quintana (1835-1906) era un hombre enfermizo que llegó a ser el primer presidente argentino fallecido en el ejercicio de su cargo. Llegó a la presidencia a los 70 años, pero se sentía fuerte y saludable pese a muchos de sus allegados anunciaban la pronta llegada de “la parca” a la Rosada: “¡Ojo, que Quintana está viejo y enfermo!”, dijo un funcionario.

En diciembre de 1905, ya muy enfermo, Quintana siguió concurriendo a su despacho y atendiendo las tareas del Gobierno, llegando a gobernar durante 17 meses, en momentos dramáticos y de agitación social, y pese a que sus médicos le habían ordenado reposo absoluto. Murió en la madrugada del 12 de marzo de 1906, siete meses después de haberse salvado de milagro ante el atentado cometido por un anarquista catalán. Su vicepresidente, José Figueroa Alcorta, ocupó el “sillón de Rivadavia” hasta completar el período.

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Su sucesor, Roque Sáenz Peña (1851-1914) tampoco gozaba de una buena salud cuando asumió la presidencia, el 12 de octubre de 1910, para un mandato de seis años. Su estado empeoró en 1913, año en que se vio obligado a solicitar varias licencias al congreso. En julio de 1914, una mejoría había esperanzado a la población y hasta se hicieron los preparativos para que reasumiera el cargo, pero lo venció la enfermedad, que lo postró hasta la muerte, el 9 de agosto de 1914, dos años antes de terminar su mandato. Su vicepresidente, Victorino de la Plaza, lo remplazó.

El 12 de octubre de 1928, Hipólito Yrigoyen (1852-1933) asumió el gobierno por segunda con 76 años de edad, y el peso de los años se notaba. Perdía la memoria fácilmente y su capacidad de concentración era pésima, por lo que sus funcionarios le ocultaban las malas noticias. El 5 de septiembre de 1930, a los 80 años, pidió licencia y cedió el poder al vicepresidente, Enrique Martínez, pero la situación política ya era indomable: un día más tarde se produjo el golpe de Estado que puso fin a su segunda presidencia.

Roberto Marcelino Ortíz (1886-1942) pagó muy caro sus excesos gastronómicos. Era diabético y su estado de salud, que no era bueno al llegar a la presidencia (el 20 de febrero de 1938) y su afección renal se agravó aún más, lo que finalmente lo obligó a renunciar a su cargo, el 24 de agosto de 1940. Para entonces, ya había quedado ciego.

“Ortíz intentó luchar contra la adversidad, aún cuando la ceguera avanzaba ya sobre un ojo”, escribe Cristina Galasso. “(...) Atendía las audiencias en la residencia, demostrando que podía ejercer las funciones de la presidencia. Sin embargo, cuando se esfumó la esperanza de una operación a cargo de un especialista internacional, Ortíz cayó en una profunda melancolía y dejó de pelear por su vida”. Murió el 15 de julio de 1942.

Perón, agonía y silencio. El 21 de noviembre de 1973, cuarenta días después de asumir su tercera presidencia, Juan Domingo Perón (1895-1974) tuvo una recaída de su enfermedad. Pronto el presidente sufrió un segundo ataque cardíaco pero respondió rápidamente al tratamiento para cortarle el edema de pulmón que lo asfixiaba.

Cuatro días más tarde, la Secretaría de Prensa distribuía fotos del General en bata, besando a su esposa, que el 12 de octubre había jurado como Vicepresidenta. “El general persiste en vivir y seguramente lo seguirá haciendo por décadas”, afirmaba la militancia peronista.

A principios de 1974, Perón continuaba ostentando la jefatura del Estado, habiendo cedido a Isabel la representación en asuntos protocolares y viajes. El círculo más íntimo del General -en el que estaba incluido “el Brujo” López Rega- y funcionarios del gobierno pensaban que no era necesario que cediera sus funciones por enfermedad. En junio, el presidente realizó un viaje a Paraguay, a pesar de las recomendaciones de sus médicos. “Cuando volvió, se descompensó, una afección respiratoria grave que se empezó a complicar con una insuficiencia renal y fiebre. Entonces ya no hubo forma de manejarlo. Estuvo enfermo como diez o doce días, realmente mal”, recordó el doctor Domingo Liotta, su médico personal.

El 28 de junio, al aterrizar en Ezeiza luego de una gira europea, Isabel de Perón se enteró de la gravedad del estado de su esposo. Desde hacía diez días que el presidente no podía ejercer sus funciones, se preparó el acto de transmisión de mando y la vicepresidenta ordenó confeccionarse un vestido negro para las inminentes exequias.

El 13 de septiembre de 1975 la viuda y sucesora de Perón, Estela Martínez de Perón, pidió una licencia de poco más de un mes por problemas de salud, y, acompañada por las esposas de los comandantes de las tres armas -Videla, Massera y Fautario- viajó a descansar a la localidad cordobesa de Ascochinga. El Poder Ejecutivo quedó en manos del titular del Senado, Italo Lúder.

La licencia de "hasta 45 días" dio lugar a especulaciones acerca de la posibilidad de su renuncia definitiva y un adelanto de elecciones que nunca llegó. El 16 de octubre regresó a Buenos Aires para retomar sus funciones y, aunque se la vio físicamente desmejorada, y debió someterse a distintos estudios clínicos, no volvió a pedir licencia.

Los últimos presidentes. Los problemas cardíacos fueron casi una constante en los presidentes Ménem, De la Rúa y Kirchner. Mientras jugaba al golf en la Quinta de Olivos, el 14 de octubre de 1993, Ménem sintió un dolor, un cosquilleo incómodo que le impidió terminar el partido, siendo operado de urgencia, esa misma noche, en el Instituto Cardiológico de Buenos Aires.

Su sucesor, Fernando De la Rúa, fue internado en el Instituto del Diagnóstico un mes antes de asumir la presidencia, el 12 de noviembre de 1999, para someterse a una intervención pulmonar conocida como “neumotórax". El viernes 8 de junio de 2001, ingresó al Instituto Cardiológico de Buenos Aires donde se le realizó una angioplastía para liberarle una arteria.

“Me quieren matar, me quieren enfermar, pero gracias a Dios gozo de muy buena salud”, dijo Néstor Kirchner (1950-2010) cuando apareció públicamente luego de una descompensación gástrica, en enero de 2006. En abril de 2004, se descompuso en El Calafate y tuvo que permanecer internado durante una semana en Río Gallegos. Sus problemas cardíacos se hicieron evidentes tras dejar la presidencia, en diciembre de 2007.

El 7 de febrero de 2010, tras sentir falta de sensibilidad en su brazo y pierna izquierdos, Kirchner fue operado de urgencia en la carótida y le removieron una placa ulcerada de la arteria. El ex mandatario continuó con un ritmo frenético su vida política, y el 11 de septiembre del mismo año sintió un fuerte dolor en el pecho, tras lo cual le realizaron una angioplastia con la colocación de un “stent” en una arteria coronaria que se encontraba obstruida.

En enero de 2009, una lipotimia la obligó a permanecer una semana en reposo absoluto a Cristina Fernández de Kirchner. A mediados de abril de 2011, un cuadro de hipotensión arterial la obligó a suspender un viaje oficial a México. Poco antes debió retirarse de la Casa Rosada por indicación médica tras sufrir una baja de presión, producto del calor que azotaba a Buenos Aires. Semanas después de iniciar su segunda presidencia, Cristina Fernández fue operada (el 4 de enero de 2012) luego de que le detectaran un “carcinoma papilar en el lóbulo de la glándula tiroides”.

Las especulaciones sobre la salud de la mandataria se acrecentaron luego de la muerte de su marido, el ex presidente Kirchner, en octubre de 2010. Entre la avalancha de documentos secretos que divulgó WikiLeaks figuró uno sorprendente, en el que la secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, solicitaba información detallada sobre el estado de salud mental de Cristina.