El pasado miércoles 27 almorcé con Joaquín Morales Solá aquí en la editorial. Habíamos combinado el encuentro la semana anterior cuando nos encontramos en el Colegio Nacional Buenos Aires para presentar el libro de Pepe Eliaschev, Lista Negra.
Era un clásico almuerzo de amigos de muchos años: antes de pasar al diario La Nación, Morales Solá escribió su panorama político durante casi cuatro años en la revista Noticias, entre 1992 y 1995, cuando yo la dirigía.
Conversábamos sin imaginar que horas más tarde, durante el acto en el que se firmó un convenio con quince municipios bonaerenses en la Casa Rosada, a las 19, Kirchner acusaría –erradamente– a Morales Solá de haber escrito un artículo elogioso sobre Videla.
Durante el postre, se produce el siguiente diálogo:
—¿Estás recibiendo amenazas?
—No, ¿por qué me lo prenguntás?
—Porque yo sí, y creo que si me amenazan a mí por PERFIL elegirán a alguien de La Nación, y retirado Escribano, esta vez te tocará a vos. Tené cuidado.
Al día siguiente, por la tarde, yo viajaba a México para exponer ante la Asamblea Anual de la SIP los problemas de la prensa argentina. Antes de partir, llamo a Joaquín por teléfono para comentar sobre la acusación de Kirchner y tenemos este diálogo:
—Tenías razón, se la iban a agarrar conmigo. Sos adivino.
—No totalmente, aún no recibiste amenazas.
—Hablando de eso, ¿puedo mencionar en mi panorama político del domingo las amenazas que estás recibiendo?
—Dejámelo pensar, no sé, mi primer impulso es no difundirlo para no generar temor, de hecho Noticias está cerrando hoy y no va a publicar nada. Pero hagamos lo siguiente, yo ahora estoy saliendo para Ezeiza, pero Claudio (Gurmindo, jefe de Redacción de PERFIL) te llama mañana y te avisa: si nosotros lo publicamos el domingo, en ese caso vos también podrías hacerlo.
El vuelo a México demora doce horas incluyendo la breve escala en Bogotá. Llegué al hotel en México pasada la medianoche, entré a perfil.com y comprobé que todo se había acelerado: ahora también Joaquín había recibido amenazas y ambos casos habían tomado estado público. Me fui a dormir inquieto.
El ministro. Bien temprano a la mañana (en México son dos horas menos) me despierta mi secretaria desde Buenos Aires para decirme que el ministro de Interior quería hablar conmigo, si me podía pasar. Le respondí: “Transmitile vos que le agradecemos su interés pero no me pases”.
Para que Aníbal Fernández no crea que se trata de una descortesía hacia él motivada en que alguna vez dijo que el diario PERFIL “es un pasquín”, aprovecho estas líneas para explicar que trato de mantenerme lo más alejado posible de los funcionarios públicos de todos los gobiernos.
Para los lectores más nuevos: ya conté que con un amigo de años como Rodolfo Terragno, colaborador de las publicaciones de la editorial desde la Guerra de Las Malvinas (recuerdo su frase “bienvenido al exilio” cuando me recibió en el exterior durante el gobierno militar), siempre mantuvimos un pacto tácito: cada vez que fue ministro dejamos de hablarnos, y luego retomamos nuestra relación de siempre.
El temor. Aunque al lector le pueda costar comprender, los periodistas, a lo largo de la vida, nos vamos acostumbrando a convivir con situaciones anormales como si fueran algo normal. Entre ellas las amenazas.
Robert Cox, ex presidente de la SIP, cuenta en una columna de la última edición de Noticias que cuando era director del Buenos Aires Herald en los 70, había instruido a las telefonistas que dijeran: “Disculpe. Pero atendemos amenazas solamente los miércoles entre las 8 y 11 de la mañana”.
Esa actitud no aparece de la noche a la mañana, sino que es el resultado de los golpes que van generando una dureza sobre la cual cada vez duele menos el golpe siguiente. El 6 de enero de 1979 fui secuestrado por un grupo de tareas al mando del conocido “Turco” Julián. Luego de ese episodio, no pude ir en un auto en que otro manejara: precisaba ir yo mismo viendo el espejo retrovisor. A los dos años me desapareció esa manía.
Otros dos años más tarde, cuando vino a la editorial a detenerme el jefe de la Superintendencia de Seguridad Federal de la Policía Federal para colocarme a disposición del Poder Ejecutivo, pude asilarme en una embajada. De ese episodio, a diferencia del anterior, ya no me quedó ninguna secuela de estrés postraumático ni siquiera temporal.
En la época de Alfonsín ya era un experto: mi esposa y mis dos hijos mayores, entonces casi bebés, salían hacia Uruguay cada vez que los “carapintadas” se levantaban en alguna guarnición. Durante la época de Menem en diferentes momentos dos bombas explotaron en el frente del edificio de la planta de impresión de PERFIL produciendo destrozos de envergadura. Y ni qué decir del asesinato de nuestro fotógrafo José Luis Cabezas, y sus eventuales similitudes con la desaparición del testigo en el juicio de Etchecolatz, Jorge Julio López.
Cuento todo esto al lector para que pueda comprender que quienes hacemos periodismo sabemos que tenemos una profesión con riesgos, como otras: la jueza de la Corte Suprema Carmen Argibay contó a clarin.com que todos los jueces penales reciben amenazas y saben que son parte de su trabajo.
Pero el acostumbramiento no hace a las personas insensibles, sino que sólo las entrena para resistir ese tipo de tensión sin fatiga emocional. Y vale aclarar que una cosa es que las puedan soportar “los entrenados” y otra es la familia o, incluso, quienes deben estar en contacto por la causa que sea con el amenazado.