POLITICA
Diez preguntas

Las penumbras de Oviedo

El escritor cordobés ha publicado cuentos, poesía, novelas y ensayos donde analiza las obras de Juan Filloy, Oscar del Barco, Carlos Schilling, Jorge Baron Biza, Daniel Moyano, Luis Gusmán, Borges y Nabokov. A continuación, los deslumbramientos por Quiroga y McCarthy, y sus confesiones sobre el oficio de escribir.

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"No pude terminar de leer ni El Evangelio segn Jesucristo ni La insoportable levedad del ser". | Cedoc

Antonio Oviedo publicó, entre otros, los relatos de La sombra de los peces; las poesías de Sobre una palabra ausente; las novelas Manera negra y Los días venideros; y como crítico, Realidades exiguas y Un escritor en la penumbra. Hace cuatro años inició su Tetralogía de la ciudad con Intervalos, Restos y Trayectos (esta última publicada en 2006).

—¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—En cuarto o quinto año del secundario una selección de cuentos de Horacio Quiroga, en particular uno, El almohadón de plumas. Todavía puedo rememorar de esa lectura el extraño contraste que de manera intuitiva, sin demasiados fundamentos, establecí entre un objeto destinado al reposo, al acto de dormir, y la muerte.

—¿Cuál es su autor favorito vivo?
—Quizás Cormac McCarthy. Leí varias de sus novelas, se le otorga el estatuto de heredero o continuador de Faulkner. Con Meridiano de sangre creo que se aleja de Faulkner y su prosa adopta un rumbo propio. Mejor diría que construye un mundo literario propio. Uno de los epígrafes que el autor elige para este libro contiene palabras de Paul Valéry según las cuales piedad y crueldad se hallan desprovistas de calma. Me parece que esa falta de calma orienta hacia uno de los núcleos del texto, acaso el más drástico y el más angustiante.

—¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
—Acepto la existencia de una isla desierta como locus donde por ejemplo se pueda leer Jakob von Gunten, de Robert Walser. También las Memorias del general Paz. O a El ingeniero, de J.R. Wilcock.

—¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
—Kirilov, del alemán Andreas Maier. Si bien dicho nombre es el de uno de los personajes de Los demonios de Dostoievski, el acierto de Maier ha sido casi disolver esa procedencia en su relato y elaborar una historia autosuficiente, milimétricamente soldada, gobernada por sus propios registros y escalas.

—¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
El evangelio según Jesucrito, de Saramago, y hace algunos años La insoportable levedad del ser, de Kundera. En los dos casos fue un apartamiento que no tuvo un carácter conflictivo, no me despertaron rechazo, simplemente la lectura se había desalentado, por así decirlo, a sí misma.

—¿Qué libro quisiera releer pronto?
La calera, de Thomas Bernhard. Asimismo, puedo decidirme por el Diario, de Gombrowicz o por Almacén de atrocidades, de J.G. Ballard.
—¿Cuándo escribe?
—Con bastante frecuencia durante la noche. Las pausas pueden entonces transcurrir en una mayor cantidad de lugares de la casa, lo cual posibilita o da nuevos impulsos a la tarea de escribir.

—¿Quién debería ser el próximo Nobel?
—El otorgado a Elfriede Jelinek me pareció una decisión interesante. En esta oportunidad puede ser John Banville. Peter Handke es otro candidato, aunque le juegan en contra sus opiniones a favor de los serbios.

—¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—Tomar mate, pocas veces café; y en el plano más específico de la escritura, realizar una actividad manuscrita (notas, frases, correcciones) casi siempre paralela a la efectuada en la computadora.

—¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
—El de El astillero, de Onetti: “ Hace cinco años, cuando el gobernador decidió expulsar a Larsen (o Juntacadáveres) de la provincia, alguien profetizó, en broma e improvisando, su retorno, la prolongación del reinado de cien días, página discutida y apasionante –aunque ya casi olvidada– de nuestra historia ciudadana”. Una frase que posee estratificaciones, de allí proviene su sonoridad entrecortada. Reúne elementos del pasado y a la vez anticipa con escepticismo que no es despreocupación hechos que sobrevendrán en el devenir de la novela.