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Las urgencias de Uruguay

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Durante 2006, 17.497 uruguayos se fueron de su país, según datos oficiales. Para ser una cifra de un solo año, de una población que oscila en los 3.300.000 habitantes, no es poca cosa. ¿Por qué se fueron? ¿Serán todos blancos y colorados que “huyen” del gobierno izquierdista del Frente Amplio? Seguramente, no. Al revés: lo más probable es que muchos hayan votado por Tabaré Vázquez en octubre de 2004 porque la mayoría de los uruguayos lo apoyaron.

¿Y por qué se fueron 8.962 uruguayos en 2005 y 7.148 en 2004? ¿Por qué se fueron 52.000 uruguayos entre 2002 y 2003? ¿Por qué se fueron otros 18.000 en 2000? En definitiva, ¿por qué hay 460.000 uruguayos (14% de la población actual) viviendo fuera de Uruguay?

Si no hay desastres naturales, ni guerras, ni persecución política, ni terrorismo, ni fundamentalismo religioso, lo único que puede explicar que Uruguay expulse a la gente en lugar de atraerla es que Uruguay no es un país de oportunidades. La oferta de trabajo es escasa y, además, lo poco que hay es remunerado con salarios que van desde la indecencia hasta la mediocridad.

No siempre fue así la historia de Uruguay. Antes, hace ya muchas décadas, era una orgullosa nación de inmigrantes, la población crecía y la sociedad se desarrollaba. La “Suiza de América” prosperaba y sus futbolistas ganaban campeonatos del mundo. La gente no se iba de Uruguay sino que venía a Uruguay. Ahora es al revés. La gente se va. Y se va más allá de quién esté en el gobierno. No les importa quién dirige el Estado. Les importa llegar a fin de mes sin ahogos económicos o financieros y contar con alguna capacidad de ahorro.

Para eso se precisa trabajo decente. Y para que haya trabajo decente, se necesitan —entre otras cosas— inversiones y empresarios que decidan radicarse en Uruguay, se necesita un Uruguay abierto al mundo entero y no encerrado en la jaula en que se ha convertido el Mercosur, se necesita un Estado cuya burocracia franquee el paso a las oportunidades y no que se dedique a trancarlas.

Cuando hace una semana, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, comentó en Montevideo que horas antes le había ofrecido al presidente Tabaré Vázquez mantener una línea directa entre ambos, todos quienes le escucharon llegaron a la misma conclusión: el famoso “tren” acerca del cual el mandatario uruguayo había hablado en agosto de 2006 para aludir metafóricamente a la posibilidad casi única de suscribir un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, estaba otra vez en la “Estación Uruguay”.
Un TLC con Estados Unidos, como dijo el año pasado el ministro de Economía, Danilo Astori, sería “una cuestión estratégica y fundamental para que Uruguay ingrese en una etapa superior de evolución económica, tanto desde el punto de vista de las inversiones y del empleo como de la producción y el comercio”. La razón es muy sencilla: Estados Unidos cada día compra al resto del mundo 5.000 millones de dólares en bienes y servicios. Es un poco más que lo que Uruguay exportó en 2006 por bienes y servicios. O sea que todo lo que Uruguay exporta en un año, Estados Unidos lo compra en menos de 24 horas.

El presidente Vázquez tiene ahora, una vez más, la responsabilidad de decidir qué hace. Y esa decisión, tanto si es a favor como si es en contra, tiene la potencialidad de marcar al Uruguay por décadas. Si es a favor puede habilitar al país a dar un salto cualitativo hacia el progreso. Si es en contra, entonces Uruguay quedaría, en el mejor de los casos, estancado respecto a sí mismo, prisionero de las veleidades incontrolables de Argentina y Brasil.

* Director-Editor General del semanario uruguayo Búsqueda.