“Ella no cambió; lo que cambió fue la sociedad, que ahora volvió a interesarse por la corrupción”. La frase de uno de los más cercanos asesores de Elisa Carrió resume lo que vivió la diputada en las últimas semanas: el reverdecer de su figura a partir de las denuncias contra empresarios y funcionarios kirchneristas.
Tras el 1,84% en las elecciones, Lilita había decidido recluirse: dejó de dar notas, armó una pequeña agrupación y dijo que estaría en “la resistencia al régimen kirchnerista”. Hoy, mientras se encamina a sellar una alianza en la Ciudad con Pino Solanas, que la llevará como candidata a diputada, no dejó sus tareas diarias: además de su trabajo en el Congreso, dedica horas a leer, dar clases en el Instituto Hannah Arendt y ahora sumó el hobby de diseñar su propia ropa.
“Muchos la daban por muerta; hoy es la Lilita de 2001”, suelta uno de los dirigentes cercanos a la chaqueña. Agrega que está “enérgica” y que, tras la derrota electoral, le costó mucho sostener sus posiciones. La estrategia de no llegar a acuerdos le valió el descontento de gran parte de la Coalición Cívica-ARI. Entre ellos, su delfín y candidato a vice, Adrián Pérez, quien tuvo que salir a anunciar la derrota, se quedó con el partido e incentivó una alianza de centroizquierda con la UCR y el FAP, junto a otros dirigentes de la CC. Hoy Carrió critica a Pérez e incluso no quiere que sea candidato. En Capital, Lilita está distanciada tanto de Alfonso Prat Gay (quien cerró una alianza con Victoria Donda y el radical Ricardo Gil Lavedra) como de la senadora María Eugenia Estenssoro (cercana al FAP).
Su búnker sigue siendo su piso sobre la avenida Santa Fe. Carrió se maneja con un pequeño círculo íntimo. Entre ellos, los legisladores Maximiliano Ferraro y Fernando Sánchez (a quien conoce desde su Chaco natal), el dirigente Toty Flores, la auditora Paula Oliveto y la santacruceña Mariana Zuvic, una de las denunciantes del Lázarogate. Por lo pronto, el equipo de Lilita ya armó carteles con fondo gris y distintas consignas, pero una misma firma: “Elisa Carrió. ¿Y si ahora la ayudamos?”.
En su vida personal, adquirió un nuevo hobby: diseñar su propia ropa. Suele ir a comprar telas al barrio de Once y elegir su futuro atuendo. Luego entrega las telas a una modista para que le confeccione la ropa. El jueves pasado, antes de viajar a Santa Fe para una minirrecorrida por el interior, anduvo por Corrientes y Pasteur buscando un lugar donde comprar.
Más distendida aun, ayer al mediodía, en Santa Fe, estuvo a punto de volver a uno de sus placeres: la milanesa con papas fritas, su plato preferido en campaña. Aunque su amiga, la psicóloga Haydée Copolechio, pidió el clásico plato, ella decidió no caer en la tentación.
Sus días en campaña por el interior son austeros. Se mueve con pocos asesores para difundir su Movimiento de Resistencia dando charlas.
Pero esta semana fue particular para Carrió. Su excursión a Tribunales el martes le dejó un sabor amargo: el fiscal del Lázarogate, Guillermo Marijuán, le confesó que estaba asustado por una foto que le hicieron llegar con un jardín de paz donde estaban inscriptos los nombres de sus hijos.
También la mantiene ocupada su trabajo dando clases en el Instituto Hannah Harendt, en un primer piso de una vieja casa en Recoleta. Allí tiene tres cursos a cargo y organiza, cada lunes, un desayuno con un intelectual. Primero Santiago Kovadloff, ahora Beatriz Sarlo. La entrada cuesta 200 pesos.