POLITICA

¿Lo mismo?

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¿Seguirá todo igual en 2015? La pregunta se refiere a lo esencial de la política argentina, a lo que con mínimas excepciones se viene repitiendo desde hace décadas, más allá de los nombres de los presidentes. A que el peronismo aglutine en un mismo partido a sectores que expresan ideologías casi opuestas y, más allá de las disputas, todos se mantengan juntos para garantizarse la continuidad en el poder.

La hipótesis que tiene más consenso es que sí. Que cuando se acerque 2015 y el kirchnerismo vea que no tiene candidato propio con posibilidades de triunfo, aceptará a Scioli como un mal menor, quien a la vez será aceptado por el peronismo no kirchnerista como prenda de unión. Porque si se profundiza lo suficiente, las diferencias son más estéticas que ideológicas. Y en el fondo, ni Kirchner era de izquierda, ni Scioli es de centro ni De la Sota es de derecha, sino que cada uno es la combinación entre el espacio que quedó libre para ocupar y las tendencias del momento.

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Otra hipótesis es que la década menemista extremó tanto la veta de conservadorismo popular que habita al peronismo, sumado al desenlace disruptivo de la crisis de 2002, que se terminó de romper la fractura que ya se había comenzado a gestar en los 70 con los cambios expresados por la Juventud Peronista, más de clase media, menos obrera y más ilustrada. Que el kirchnerismo es el ascenso al poder de aquella rama que por una cuestión generacional precisaba tiempo para alcanzar su madurez y hoy, ya adulta y desarrollada, no se va a resignar con volver a diluirse en la hibridez. Y que enfrentados a no tener un candidato propio triunfador para 2015, preferirán perder la presidencia con un candidato propio, manteniendo coherencia y suficientes legisladores, para desde la oposición controlar a un gobierno de otro signo y construir su regreso triunfal en 2019. Esta hipótesis necesariamente divide al peronismo en dos partidos y cambia la matriz del sistema político argentino.

Si un próximo gobierno no kirchnerista no pudiera mantener el nivel de consumo de la población y no encontrara la forma de continuar o sustituir los subsidios con alguna compensación alternativa, como un boom de inversiones lo suficientemente grande como para que derramara prosperidad también en las clases bajas, la protesta social sería incontrolable en una sociedad muy entrenada en oponerse a cualquier ajuste. Y le sería muy cómodo al kirchnerismo ser el principal partido de oposición en el Congreso y condicionar a quien gobierne.

Que alguien como Scioli, que proviene de una familia filo radical, que no es peronista de esencia como sí lo fue Kirchner y lo son Menem o De la Sota, pueda ser la prenda de unión del peronismo mostraría la necesidad de encontrar un tercero, mediador de sectores excluyentes entre sí.

Pero resultaría paradójico que tanta intensidad militante del kirchnerismo durante doce años en el poder deviniera en Scioli presidente. Y que no se hayan producido cambios estructurales en algunos campos de las ideas que resulten más o menos duraderos, independientemente de las personas.

Tensando la polaridad, aunque fuera imaginaria, entre derecha e izquierda, o conservadorismo y tradicionalismo, o revisionismo y rebeldía, Macri sorprendió esta semana al declarar que está dispuesto a ir a una interna con De la Sota (aunque por ahora éste lo rechace como si se tratara del abrazo del oso) para dirimir quién será el candidato opositor a presidente para 2015. Además, chicaneó a Scioli para que se definiera sobre si es oficialista u opositor.

Desde la oposición y también desde el no kirchnerismo (Scioli), es lógico que se haya colocado mucho énfasis en los nombres de los candidatos. Y que desde el kirchnerismo se minimice el tema porque, al no poder ser Cristina reelecta en 2015, la falta de un candidato puramente kirchnerista con posibilidades de triunfo se hace evidente.

Pero, quizá, detrás de los nombres se esté librando una batalla más profunda, por ideas que perduren independientemente de quienes gobiernen, la famosa batalla cultural. Y que después de 12 años de kirchnerismo y del estrés postraumático de la crisis de 2002, el país y su sociedad se hayan corrido unos grados hacia algún lado, como sucede con las placas en los terremotos. El nombre de ese lado tampoco sería lo más importante (izquierda, rebeldía, revisionismo, etc.), sino las ideas que cristalizaría, como por ejemplo mayor intervención del Estado en la economía o el asistencialismo en algunos casos universal. Hasta hace algunos años, la mayoría de la clase media estaba en contra de otorgarles una remuneración a adultos que no realizaran ninguna contraprestación o que se le concediera una jubilación similar a quien aportó que a quien nunca aportó.

Hoy es difícil imaginar un próximo gobierno eliminando la asignación universal por hijo, promoviendo el regreso de las AFJP o la reprivatización de YPF. También es cierto que el menemismo dejó su huella y nadie imaginaría hoy los teléfonos nuevamente estatales.

El tiempo dirá si el kirchnerismo es la etapa actual del peronismo, como lo fue el menemismo en los 90, a la que sucederá otra diferente, pero siempre de un peronismo unido, o es el comienzo de otra fase no ya del peronismo, sino de la política argentina en su conjunto con el peronismo dividido.

“El peronismo será revolucionario o no será nada”, decía Eva Perón, y “cuanto más de izquierda, más peronismo será”, escribió el columnista del diario Tiempo Demetrio Iramain.

Uno solo revolucionario, uno solo conservador popular o dos peronismos, ésa será la cuestión.