POLITICA

Los derechos del público

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Ahora que el Estado se propone repartir nuevas licencias de canales de televisión por aire entre sus amigos –algunas de ellas con tanto afán que fueron entregadas antes de la licitación correspondiente, como 360TV– tal vez valga la pena preguntarse en qué otros asuntos, más allá de los monopolios, se vulneran derechos del público.

Nadie puede estar en contra de democratizar el espectro radiotelevisivo: ojalá esto suceda, y existan también los suficientes proveedores de contenido y el financiamiento publicitario para que todo eso sea posible y no signifique un nuevo lastre para un Estado que debería procurar “salud” o “vivienda” o “educación para todos” antes que fútbol o TV.

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Pero, más allá de la multiplicidad de emisores, haría bien el Estado en preocuparse por lo que se ve en los receptores. Desde hace ya cinco o seis horas escucho en las radios todo tipo de comentarios indignados, bromas o suspiros por el striptease de Cinthia Fernández en el programa de Tinelli.

 

La chica del hilo dental se quedó, en cámara, sin hilo. Hoy ese es el tema del día de internet, y el video del strip se reproduce sin parar desde YouTube hacia los distintos portales. En efecto, Cynthia se quedó en bolas. Pero, mientras las abuelitas se persignan, quería decir que mucho más que ver el sexo de Cinthia Fernández me asombró ver el alma de los gordos de Cuestión de Peso.

 

El programa conducido por Claribel Medina se tambalea desde hace mucho en la cornisa: con la misma lógica que haría invitar a un diabético a una fábrica de chocolate, Cuestión de Peso se ha transformado en una especie de sádico tour de force en el que la enfermedad y la voluntad son puestas a prueba, en vivo, en la televisión.

 

Gordos que se prenden fuego, gordos que lloran, gordos que ceden ante su propia enfermedad, un padre que –es lo que me tocó ver ayer– luego de diez años de ignorar a su hijo “reaparece” en vivo y, luego de escuchar las quejas del hijo diciéndole que pasó una infancia de hambre le dice, con desdén: –Tanto no se nota, mirá cómo estás.

 

La desnudez del alma es mucho peor que la del cuerpo. En esos momentos la televisión se transforma en una máquina de triturar a los más débiles. Lo mismo sucede en los programas policiales con cámaras ocultas: sólo se ven pobres, desesperados y borrachos. Los mismos tipos que el sistema desprecia, pero que antes de abandonarlos los convierte en mercancía: la violencia mide.

 

Importa que tengamos multiplicidad de canales pero importa, también, lo que se vea por ellos. La televisión nos muestra, y eso es lo que nos molesta de ella. Cuando expone grupos vulnerables al escarnio del poder de la cámara y nadie interviene, también habla de nosotros. 

 

(*) Columnista de Diario Libre.