Con menos de una semana de gobierno, un consejo surgido de su núcleo de amigos le provocó a Mauricio Macri una crisis política que lo obligó a dar marcha atrás con el mecanismo elegido para nombrar a dos nuevos jueces de la Corte Suprema. Su compañero del colegio Cardenal Newman y abogado, Fabián Rodríguez Simón, le aconsejó ignorar la división de poderes, obviar el Senado y nombrar a los jueces en comisión. Lo empujó así a un tembladeral político. El tropiezo dio nuevas energías al bloque peronista, generó malestar en la UCR, sorprendió al Poder Judicial y descolocó a sus propios referentes en el Congreso, como Federico Pinedo, presidente provisional del Senado, o la vicepresidenta Gabriela Michetti, que debieron salir luego a enfriar las brasas del Parlamento.
El sentido común ahora sólo le deja un camino a Macri: deber retomar el camino institucional y enviar al Senado los pliegos de los candidatos a la Corte Suprema, Horacio Rosatti y Carlos Rosencrantz. De lo contrario, en las sesiones ordinarias de marzo la mayoría peronista podría rechazar los pliegos y enfrentar a Macri a una derrota a sólo tres meses de asumir en el gobierno. El peronismo sólo los aceptará si se nombran con acuerdo del Senado, como les transmitió a Pinedo y Michetti.
Rosatti y Rosencrantz no pueden arriesgarse a asumir en la Corte Suprema y luego tener que irse a su casa por un voto negativo. Significaría demasiado daño político para un camino que era sencillo. En efecto, después de la reunión de los gobernadores, la mayoría de los senadores peronistas hubieran avalado las designaciones sin excesivas complicaciones. Incluso le habían hecho llegar mensajes de acuerdo a Pinedo y Michetti.
Pero Macri eligió el camino que le propuso su amigo Pepín Rodríguez Simón. Y la historia terminó en escándalo.
Ahora la realidad enfrentó al Presidente con la comprobación de que el método de gobierno que practicó en la Ciudad de Buenos Aires, y que se recostó en un círculo de amigos provenientes de estudios jurídicos y grandes empresas, puede ser explosivo cuando se trata de gobernar la Argentina.
Rodríguez Simón estaba lejos de mostrar antecedentes como un artesano fino de la política. Llegó al PRO de la mano de José Torello, con quien había compartido el estudio legal Llerena y Asociados. Su ámbito de negociación es el subsuelo del Club Pericles, un local en San Telmo que combina boxes reservados, mesa de pool y barra de bebidas. Estuvo en el centro de algunas de las polémicas más ásperas de la Legislatura porteña, como la redacción del contrato de basura o los abusos de la unidad encargada de los desalojos. Se presenta como especialista “en litigios de alta complejidad”, fue asesor del Grupo Clarín y autor de algunas de las cautelares que frenaron la Ley de Medios. Recomendó como juez en la Ciudad a Martín Farrell, quien debió renunciar como director de Habilitaciones ante las denuncias por la tragedia del boliche Beara. Ninguno de los antecedentes encendió una luz amarilla.
Su socio en el estudio Llerena y Asociados, José Torello, fue invitado a encabezar la ex SIDE. Algo lo convenció de rechazar la oferta. Lo reemplazó otro amigo sin experiencia política, el empresario Gustavo Arribas. Por ahora, entre las primeras preocupaciones de Arribas estuvo encontrar un lugar para vivir en Buenos Aires. Macri llegó a ofrecerle su departamento. Al fin y al cabo es un amigo.