—Nosotros nos conocimos hace 26 años, cuando ambos vivíamos en Nueva York y en la Argentina todavía gobernaba la dictadura. ¿En qué es distinta aquella Nacha Guevara de la de hoy?
—En los modales. Uno sigue con las mismas convicciones, creyendo en las mismas cosas, pero logra cambiar la manera en que lo comunica; es mucho más poderoso que estar a los gritos. Es el resultado de un trabajo muy largo que empecé en el exilio. Un viaje hacia adentro, que es la aventura más grande que una persona puede tener porque es un viaje infinito, lleno de curvas, de precipicios, de subidas, pero siempre maravilloso, y que hace que uno vaya encontrándose a uno mismo, y en realidad, en el fondo, todos somos iguales, y entonces cuando uno logra llegar más cerca de uno mismo, logra llegar más cerca del uno mismo del otro. Y ése sería como el gran cambio. Son como treinta años de estar trabajando para educar al monstruo, como yo lo llamo cariñosamente. Porque al monstruo no hay que rechazarlo, ni odiarlo, ni ponerlo bajo la alfombra. Hay que conocerlo, hay que comprenderlo, hay que perdonarlo y hay que educarlo.
—Todos los analistas dicen que Néstor Kirchner luego de oficializar su candidatura pronuncia discursos con tonos más amigables. ¿Tuvo algo que ver con ese cambio de su compañero de lista? ¿La consultó, o le sugirió Ud. que podía decir lo mismo con otros modales?
—No. Mis experiencias las conocen, saben desde dónde hablo y qué es lo que quiero hacer, pero no. Sí, todo el mundo percibe ese cambio (en Kirchner), creo que es un cambio para bien. Yo a lo que aspiro es a que todo el mundo hable desde lo más alto. Que desde nuestras posiciones, políticas, no políticas, en la empresa, en la escuela, en los hospitales, en todos lados, tratemos de hablar desde nuestra parte más alta y comunicarnos con la parte más alta del otro. No es una tarea sencilla, pero es posible. El esfuerzo de algunos en hacer eso puede ser una cosa que modifique y transforme. Digamos que los que tenemos más visibilidad tenemos la obligación de comportarnos como la gente.
—Cuando vivió en EE.UU. habrá escuchado hablar del psiquiatra norteamericano Albert Ellis (N de R: murió en 2003, con 93 años), creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual y padre de las terapias cognitivas actuales, quien tenía como una de sus especialidades el tratamiento de la ira. Pienso que a Ud. no le debió ser fácil dominar a su “monstruo”.
—Es una tarea. Y para dominarlo primero hay que hacerse amigo, porque si empleamos las mismas armas que él emplea no podremos dominarlo nunca. Gandhi decía una cosa maravillosa: “Si para combatir al mentiroso, miento; si para combatir al ladrón, robo; si para combatir al asesino, mato, ¿cómo hará Dios para distinguir a los malos de los buenos?”. Todos tenemos lo mejor y lo peor. Si no nos amigamos con esa parte y seguimos poniendo la que se le parece, no hay manera de transformarse. Y yo creo que nos olvidamos que estamos en el nuevo milenio, porque como pasó hace nueve años… es una antigüedad. Y hay que crear la nueva utopía, porque las utopías del siglo pasado no van más. ¿Y qué es una utopía? Es un sueño colectivo, un sueño imposible ahora, en este momento, pero no en el futuro.
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