Para un político del montón, ser un piantavotos constituiría un problema insuperable, pero parecería que para Néstor Kirchner sólo se trata de un inconveniente menor. El ex presidente y actual hombre fuerte del gobierno está tan acostumbrado a ganar sus apuestas que la mera idea de que un día podría perder le suena ridícula.
Cree que con un poco de astucia podrá derrotar a cualquiera. Puesto que a su entender el género humano se divide entre obsecuentes e inútiles, se supone plenamente capaz de descolocar una vez más a los agoreros que están escribiendo su obituario político. Después de todo, ya lo ha hecho en varias ocasiones, razón por la que sería peligroso subestimarlo.
Al darse cuenta de que su propio ráting estaba en el suelo y que de postularse como candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires correría el riesgo de verse humillado, al santacruceño se le ocurrió hacerse acompañar por una horda de personajes de mayor atractivo electoral: gobernadores provinciales encabezados por Daniel Scioli, intendentes del superpoblado conurbano bonaerense y así por el estilo. Kirchner calcula que, merced a los votos que aporten tales aliados, saldrá fortalecido de una aventura que en buena lógica debería serle fatal.
Por motivos comprensibles, los jefes opositores están protestando con furia contra una maniobra que según ellos es esperpéntica, con toda seguridad ilegal, y tan fraudulenta como la protagonizada por el Indec cuando Kirchner decidió regalarle al país una economía paralela que sería mucho más pujante que la que efectivamente existe.
Es evidente que los gritos de alarma que están profiriendo no tienen por qué preocuparle: por el contrario, cuánto más histérica parezca la oposición, mejor será para quienes se presenten como los guardianes de la sacrosanta gobernabilidad.
(*) Columnista de Revista Noticias