POLITICA

Nisman, el héroe trágico y la elección de la impiedad

Por Cristina Pérez | A casi un mes de la muerte del fiscal, la pregunta es por qué el gobierno no se conmueve, y contradice así la amplia conmoción social.

Fiscal Alberto Nisman
| Cedoc

En el caso Nisman el gobierno ha optado por desterrar o negar la piedad de lo que constituye su comunicación política. Como en otros casos resonantes que lo ponen bajo el cuestionamiento público, ha elegido la confrontación. Ante el hecho trágico de la muerte del fiscal, a sólo días de denunciar a la Presidenta de la Nación por supuesto encubrimiento del atentado terrorista a la AMIA, la ausencia hasta de un pésame para la familia genera al menos perplejidad y la pregunta de por qué el gobierno no se conmueve o por qué no lo manifiesta, contradiciendo incluso la amplia conmoción social.

Repite Confucio que “la benevolencia es el principal requisito de un líder” y la sabiduria oriental hace hincapié en la “simpatía” profunda que implica ser capaz de “llorar con el que llora y reir con el que rie” con sinceridad de corazón. También Aristóteles promulga que la tragedia, al provocar conmoción, apela a nuestra humanidad. Porque “la piedad despierta ante el inmerecido infortunio” y junto con el horror por el que sufre injustamente surge el miedo al sentir que también podría pasarnos a nosotros. En su celebrado parlamento sobre “la calidad de la misericordia”, William Shakespeare suma que la clemencia como “atributo del mismo Dios” adorna al rey “mejor que la corona” y lo acerca a la divinidad porque está “entronizada en su alma”.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Si efectivamente estuvieramos sólo ante la representación teatral de una tragedia nos encontraríamos con un público desconcertado que mientras llora por los padecimientos que ve en la escena escucha reir a otros asistentes a la obra, sin entender por qué. Cuando la Presidenta plantea que “nos quedamos con los cantos” o “estamos tercamente empecinados en brindar alegria” no registra o decide no registrar que la alegria en medio de la consternación por la muerte de otro se torna en una burla macabra. Nadie rie en los funerales. Claramente, la misericordia, como afirma Shakespeare “no es una cualidad forzada” y acaso sería hipócrita mostrar sentimientos particulares que no se posee por una persona o un grupo de personas determinado. Pero en este punto entra en juego la consideración por el otro y no de parte de cualquiera, sino de la Presidenta que como tal dirige los destinos de toda una nación incluyendo no sólo a quienes comulgan con su pensamiento. Lo cierto es que en cado evento trágico que involucra la otredad, -el otro que piensa distinto-, el “modus operandi” vincular del gobierno, ha sido sistemáticamente la negación de ese otro.

Se plantea así, una suerte de convocatoria al amor contra el odio. Pero ese amor no está destinado a todo el prójimo como plantea la moral cristiana. Hay un prójimo al que se le niega la condición de tal. Nisman no es prójimo. No hay pésame para sus hijas. No hay tragedia en su tragedia. Tampoco hay restricción de esa consideración selectiva con respecto a los otros porque se descalifica el silencio del duelo, reduciéndolo a un significante político de quienes confrontan con el gobierno.

Probablemente si no hubiera un muerto, y si ese muerto no fuera un fiscal de la Nación que representa en sí mismo el bien común de la justicia, -lo que le da una dimensión colectiva superior porque todos perdemos justicia si se suspende la vida de quien la persigue en nombre de la comunidad- la posición oficial sería naturalmente recibida como parte de un estilo político que ha sido tributario de los antagonismos. En un plano aún más complejo, podría decirse que la piedad sólo se suspende en las guerras, y de hecho si algo han intentado los hombres ante la escala industrial de las muertes del siglo XX ha sido construir algún canal de contención para esa impiedad.

Para el gobierno la muerte de Nisman y su “catarsis” por justicia a nivel público con la marcha del día 18 de febrero son parte de esa confrontación donde sólo parecen contar como en los enfrentamientos bélicos, “los muertos propios”. En ese terreno bélico no sólo queda suspendida la piedad, sino también los hechos, y así, una imputación judicial se convierte en algo que “no significa nada” en boca de los funcionarios más altos de la administración. El otro, es nada; el sistema judicial republicano es nada.

Si seguimos este razonamiento a la luz de la visión aristotélica, podemos recordar que en la tragedia se produce el “reconocimiento” o acto de aceptar una verdad sumamente dolorosa que permitirá un cambio desde la ignorancia al conocimiento”. Ese cambio, dice Aristóteles en su Poética, llevará al amor o al odio entre personas, destinadas así a la buena o a la mala fortuna. En esa obra, el autor también se inclina por la tragedia en detrimento de la comedia porque afirma que “la comedia representa a la gente peor de lo que es en realidad” y “la tragedia la muestra mejor de lo que es”, como podría llegar a ser. Las tragedias, en el profundo abismo de la desolación, al que nos arrojan, parecen implicar también, una oportunidad de ser mejores.

(*)Periodista. Publicado en www.cristinaperez.info