Pasa el tiempo --hasta el segundo milenio pasó-- y no zafamos de adolescer. La transición se ha vuelto rancia. Cada nueva efeméride reaviva el retraso de los sueños de 1983. La salida de la dictadura solo parió una lánguida república verbal. Aumenta la melancolía social y sobre una realidad de yeso la dirigencia chapita baila autómata su desafinado bolero de Ravel. La transición (que los íberos llamaron “la movida”) aquí es fenómeno quieto.
Palabra sin nacer. Si no que alguien explique este oxímoron. Si ésto es una democracia...¿la anarquía cómo es?. Hamlet nos queda grande. Mishkyn (más que "príncipe idiota", un ingenuo, un inmaduro) se nos parece más. Hasta un esquimal se asombraría del parvulario en que hemos convertido el país. Sociedad frenada. Groggy. Autista.
Sobre el final del siglo XX se decía que había cuatro clases de países: ricos, pobres, Japón y Argentina. Puede seguir diciéndose. Se involucra más el mundo con nosotros que nosotros entre sí. Lo ve bien Sarkozy: "A los argentinos se los conoce en todo el mundo. A la Argentina, no". Nos persigue el absurdo. En el país "entran" hasta 300 millones de personas pero 40 millones de argentinos abultamos hasta hacernos la vida imposible. Como hoy.
Aquella tipología de países se redujo a una módica opción: existen los países y existe la Argentina. Para nuestro peligro y por nuestra declinación, la clase política (y nosotros en su base) hace agua. Falta de vocación, de pasión social, de idoneidad. Sus casas públicas (comité, parroquia, unidad básica, quincho, café, oficina) hospedan lo políticamente fósil. Pícaros grupos que parodian la vida democrática, transan, eluden, disfrazan la realidad. De estos antros surgió el timo de las listas sábana, el secreto mafioso de la financiación partidaria, los fondos reservados, las legislaturas digitadas, y el asalto, con patente de corso, de los recursos del Estado. ¿Pero de dónde saldrán los políticos si no es del comité?. De cada uno. De cada familia. De cada manzana. De cada barrio. ¿Es acaso antidemocrático tener una reunión de consorcio, manzana o villa para debatir problemas del país y luego peticionar?.
Ante el desatino del Modelo que padecemos bien estaría ser ciudadano en ejercicio y no en omisión. Ciudadano que tras debatir con su conciencia hablase rápido con otro después y con más prójimos más tarde. Y rehacer así la red que por uno va a otro, y por todos al país. No es fantástico: de cada uno depende en algo el curso de los hechos. Solo se trata de actuar los verbos que no actuamos. Verbos que anidan y nos esperan en la mismísima Constitución. La esperanza social consiste en creer que otra vida es posible.Por ella sobrevivimos al lunes, a la guerra, al terremoto, a la corrupción, a los dioses, a lo que sea.
Una tarde en Madrid Juan Carlos Onetti nos dijo a Daniel Moyano y a mi que nos dejáramos de hablar “macanas”, que “la historia no existe”. Que solo la habría cuando cada terrícola (ya letrado y adulto) redactara la historia de su vida según su memoria o su imaginación (que para Onetti eran lo mismo). “Esos miles de millones de testimonios serían el primer borrador de una historia humana. Lo demás es cuento". En política igual. O militamos o nos llevan puestos.
(*) Especial para Perfil.com