Venezuela va a ser para K lo que el tema armas fue para Menem”, confió a PERFIL una alta fuente de la Cancillería. El funcionario no se refería al flirteo con Washington y mucho menos a posiciones ideológicas: estaba hablando de negocios; negocios que han puesto hace tiempo la piedra fundamental de una Embajada paralela en Caracas en la que Julio De Vido es el embajador real y Alicia Castro, la embajadora nominal, mira para otro lado y cobra puntualmente los 45.000 pesos por mes que constan en su declaración jurada. Como corresponde a países tropicales con estación húmeda y sin seguir a rajatabla la Teoría de los Climas de Montesquieu, el eje Buenos Aires-Caracas aparece sazonado con extraños fideicomisos, música caribeña, un poco de socialismo rojo rojito, mucha retórica anticapitalista y frases de Bolívar, quien parece haber tenido frases para casi todo. El vínculo con Venezuela es tan cercano que el embajador De Vido ya sabe de memoria el himno –que entonó en el último encuentro de los dos presidentes, luego de cantar a media voz el argentino:
“Gloria al bravo pueblo
que el yugo lanzó
la ley respetando
la virtud y el honor.
Abajo cadenas
gritaba el Señor
y el pobre en su choza
libertad pidió.”
El asistente del embajador De Vido –y cicerone para cerrar contratos con toda empresa que pretenda un negocio seguro– es el director del Organo de Concesiones Viales, Claudio Uberti. El encargado de las autopistas argentinas es, a la vez, quien informa sobre los peajes a las empresas que intentan negociar con la Revolución Bolivariana. La fiebre transformadora del embajador De Vido y su fiel asistente Uberti es tal que, en repetidas ocasiones, han formado parte del “grupo de avanzada” de las giras presidenciales. Este último viaje no fue la excepción: ambos ya estaban en Caracas una semana antes de la llegada del presidente K y la numerosa comitiva. Uberti –quien es también, junto a Sergio Taselli, el encargado de recibir a venezolanos silenciosos en Ezeiza, tema sobre el que volveremos más adelante– se ocupa puntillosamente hasta del protocolo. En Caracas, mientras toda la comitiva oficial se alojaba en el Intercontinental de Puerto Ordaz, Uberti se adelantó en combi hasta la Franja del Orinoco para organizar cada detalle del acto e incluso controlar la presentación que haría el locutor venezolano, el sitio que iba a ocupar cada presidente, el orden de los discursos y los saludos. Uberti ha contado, en los últimos viajes, con la inestimable colaboración de un consejero económico de la Embajada argentina nominal quien, a instancias de su apellido, parece haber sido convocado luego de un casting de nombres; es el hombre justo en el sitio exacto: se llama Alberto Alvarez Tufillo.
Algo huele mal en Caracas. Para la Real Academia Española, ese simpático y prestigioso grupo de carceleros del idioma, la palabra “tufillo” no existe en el diccionario. Sí se encuentra la palabra tufo, del latín typhus, vapor o miasma dañino. La Academia señala olor y hedor como equivalentes y da en la tecla política al referir “sospecha de que algo está oculto o por suceder”. El tufo es, finalmente, la “emanación gaseosa que se desprende de las fermentaciones y de las combustiones imperfectas”, y entre Caracas y Buenos Aires hay, sin dudas, fermentaciones y combustiones imperfectas. Para colmo de la casualidad, la cuarta acepción del diccionario acierta en el contexto en el que se desarrolla esta historia: “Soberbia, vanidad o entonamiento”, dice.
A Tufillo no sólo le importa el dinero: en el último tiempo se muestra desesperado por ascender de categoría en la Embajada, ya que sólo dos cargos lo separan del nivel de embajador. Tufillo tiene unos 50 años y más de cinco en Venezuela y aterrizó allí desde la Secretaría de Comercio. Tanto Eduardo Sadous como Nilda Garré y ahora Alicia Castro –esto es, los embajadores nominales anteriores y la actual– han mirado a Tufillo siempre con cierta desconfianza: hay quienes dicen que el ambicioso consejero fue quien operó la salida de Sadous de Caracas cuando el entonces embajador descubrió un faltante de varios millones en el fideicomiso y cometió la ingenuidad de informarlo en Buenos Aires:
—Que no joda con el fideicomiso, que lo manejamos nosotros –dicen que le dijo entonces a Tufillo el encargado de las autopistas y vicecónsul real. Algunos empresarios argentinos se asombraron hace poco cuando Alicia Castro decidió apartar a Tufillo de una negociación por maquinarias y lo reemplazó por un hombre de “propia tropa”. Pero los hombres del embajador De Vido lo defienden y consideran:
—Es un buen “cuentaporotos” –dicen de él en privado, como un elogio que tal vez no tenga vínculo con ningún juego de cartas.
En dos oportunidades (ver PERFIL del 27/11/05 y del 10/12/06) nos hemos ocupado de informar sobre el fideicomiso con Venezuela, advirtiendo sobre las irregularidades en el mismo. El fideicomiso opera con el dinero que Argentina le paga a Venezuela por la compra de petróleo; por cada venta Camesa (compañía administradora del mercado mayorista eléctrico) deposita el pago en una cuenta que el Bandes (Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela) tiene en Nueva York. La entidad del fideicomisario es PDVSA, y por ese fideicomiso circulan unos trescientos millones de dólares. Con ese dinero el Estado venezolano compra productos argentinos en un trámite que no debería durar más de cuarenta y cinco días pero que demanda hoy unos siete meses por cada contrato. Por reglamento, el fideicomiso adelanta un 30% del pago a la empresa proveedora que, así, prepara su primer envío. Es lo que se llama un negocio seguro.
Tan seguro y pretendido que en esos siete meses el vicecónsul real Uberti se hace unas horas para conversar con cada empresa y, cuando se lo solicitan, “agiliza” el trámite con el visto bueno de su par venezolano, Franklin Méndez, director del Bandes. Del fideicomiso, como se informó en estas páginas en su momento, desaparecieron 91,3 millones de dólares que, luego de conocido el hecho, volvieron a aparecer. Pero más allá de los faltantes (¿quien no ha tenido alguna vez, en su cuenta corriente, un faltante de varios millones?) lo escandaloso del fideicomiso con Venezuela tiene que ver con dos contrataciones: la de ascensores Servas y la de Faraday, una empresa sin actividad económica y con cinco empleados que se presentó para solucionar los problemas energéticos de la región.
¿ A qué piso van?. Si usted, lector, es un empresario argentino que desea desembarcar en Venezuela, no debe preguntar en la Embajada respectiva ni siquiera en la Cancillería local; debe seguir la siguiente ruta: arme una cita con el ministro De Vido, que le hablará de la integración continental, el crecimiento, Bolívar y San Martín y lo derivará luego a Uberti. No se pregunte por qué, y tampoco se ocupe de aclarar que no quiere instalar una autopista Buenos Aires-Caracas: Uberti maneja las autopistas, pero recuerde que cada autopista tiene su peaje. Encuéntrese entonces con Uberti para discutir el punto, y negocio cerrado. No tenga dudas, son gente de palabra; en estos días hemos sabido de algunos empresarios que llegaron asombrados a la Cancillería
preguntando si todo lo que habían visto y escuchado era cierto. Lo es. Si Ascensores Servas pidiera ahora mismo un crédito en Garbarino para comprar una multiprocesadora, no se lo darían, ya que la empresa es incapaz de superar un Veraz. Sin embargo, los presidentes de Argentina y Venezuela avalaron un convenio entre Ascensores Servas y la República Bolivariana de Venezuela por el suministro e instalación de los primeros 160 ascensores por un monto de 25 millones de dólares para el equipamiento de hospitales”, y la “II Etapa del Convenio de Suministros por un monto de 30 millones de dólares”. También se firmó con el Ministerio de Defensa otro acuerdo por dos millones para instalar ascensores en dos hospitales militares y otros dos en el Palacio de Miraflores, mientras se ultiman los detalles entre Ascensores Servas y el Ministerio de Industrias Ligeras y Comercio bolivariano por un monto de 39 millones de dólares “para impulsar el establecimiento de cadenas industriales y la radicación de una planta de fabricación de ascensores en Venezuela”. Ninguna de las fuentes consultadas por PERFIL pudo confirmar que uno solo de los ascensores se haya construido, y todas coinciden en afirmar que en Venezuela no se necesitaban ascensores. En la Cámara Argentina de Fabricantes de Ascensores (donde no hay ningún miembro que represente a Servas, que es muy conocida y está muy desprestigiada) el tema de los convenios con Venezuela forma parte de todos los corrillos:
—Al contrato de Servas no pueden llegar nunca las empresas normales. Sólo se lo consigue con contactos políticos de muy alto nivel. La experiencia de Servas es irrepetible para otra empresa –confesó a PERFIL un empresario del sector.
Ascensores Servas es proveedora del Estado desde el 14 de marzo de 2002 y tiene registrados dos incumplimientos graves en sus contratos: uno de ellos por una falsificación de certificado fiscal que le costó un contrato con el Ministerio de Economía. En enero de 2004, el director de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo decidió suspender el servicio de Servas por 12 meses debido a reiterados incumplimientos. Su balance de ese mismo año es, en verdad, un poco desalentador: tiene activos por cinco millones y pasivos por catorce. La empresa avalada por el Estado argentino está en situación irregular con el Banco del Suquía y tiene una extensa ristra de pedidos de quiebra: de Mario Dacunto, Enrique Toloza, Fortinox S.A., Carlos Nebbia, Marcelo Pintos, Juan José Gómez, Pablo Wolf y Asociados, Néstor Escobar, Claudio Barraza, Patricio Masutti, Seguí 3927 S.A.,Mejores Hospitales S.A., Adolfo Laniado, Sport & Trading, entre otros.
Tampoco se la observa, en realidad, muy solvente: en los autos caratulados Carabajal Oscar c/Ascensores Servas, el Tribunal del Trabajo Número 3 decidió, ante la falta de pago de la empresa, rematarle tres soldadoras rotativas, lo mismo sucedió en la causa Adolfo Mercado que tramitó ante el Tribunal del Trabajo Nº 4, que le remató una máquina para cortar chapa gruesa, una microsoldadora, una agujereadora vertical. Algo similar sucedió con sentencias de los Tribunales 1 y 5.
Ascensores Servas está presidida por José Aizpún y todos sus directores son mujeres: Nely Dutriel (irrecuperable para las agencias de créditos), María de las Mercedes Primitiva Aizpún Noain (que según su declaración de impuestos se dedica a la fabricación de ropa interior, medias y corsetería, irrecuperabe para el Banco Provincia y el Citi), Marta Elena de Pedro de Aizpún (con un largo registro de cheques voladores a lo largo de 2002) y Cristina Aizpún Noain (también considerada irrecuperable).El propio Aizpún tiene una extensísima lista de cheques rechazados y varios créditos con los Bancos Nación y Provincia.
Gira mágica y misteriosa. Durante los días en que formó parte del grupo de avanzada, el embajador real De Vido se reunió con directivos de Cadafe (una compañía energética venezolana que ya tiene varios acuerdos por insumos y servicios con Argentina y que cerró hace algún tiempo un contrato con Transener por 43 millones d dólares, contrato que De Vido demoró tres años en firmar) y les propuso que enviaran algunos gerentes a Buenos Aires para conocer tres empresas argentinas con buenos productos para ofrecerles.
El viernes 16 Cadafe confirmó al Gobierno argentino que un gerente general y un técnico llegarían a Buenos Aires por 36 horas. Claudio Uberti y Sergio Taselli fueron su comité de bienvenida en Ezeiza (Taselli, recordemos, es el ex accionista del yacimiento de Río Turbio, ex concesionario del Ferrocarril San Martín, accionista del Roca, de Massey Fergusson y de Parmalat, entre otras empresas).Taselli llevó a los venezolanos a Faraday, una empresa ubicada en San Luis, sin actividad económica y con menos de cinco empleados. Los venezolanos, luego de la gira, se quejaron de la situación y volvieron a Caracas sintiéndose engañados. Taselli, a pesar del papelón, fue incluido por De Vido en la lista de 67 empresarios que viajaron invitados por el Gobierno.
(*) Columnista Diario PERFIL.