A los economistas les sucede algo parecido que a algunos periodistas. Tantas veces últimamente han advertido sobre posibles problemas que finalmente terminaron desvaneciéndose, que ya pocos los quieren escuchar. Por el contrario, pareciera haber un consenso generalizado de que nada malo puede suceder con la economía argentina, que nuestro crecimiento es irrefrenable y el modelo K, indestructible. Estamos condenados al éxito, como decía Duhalde, y vamos a alcanzar el nivel de vida del primer mundo, como decía Menem. Las dos citas pretenden llamar la atención al lector sobre nuestro exitismo, fuente posterior de nuestro también exagerado pesimismo.
El 50,3% de votos de Cristina Kirchner en las primarias ha convencido a muchos de los antes escépticos y no pocos críticos de que la inflación del 25% anual no es un grave problema porque Colombia convivió con una inflación estable de alrededor del 20% más de una década y siguió creciendo (poco y en épocas de inflación). Ni sería problemático el atraso cambiario acumulado en los últimos años y su consecuente déficit comercial porque las políticas que restringen las importaciones de Moreno lo solucionarán.
Tampoco esta segunda nueva fase de la crisis internacional nos tocará (a pesar de que en 2009 nos pegó fuerte y le costó la derrota a Néstor Kirchner) sino, por el contrario, como dijo el insospechable de kirchnerismo Juan Llach: “Nos sacamos la lotería con esta crisis”, ya que los precios de los alimentos no bajarán porque los chinos e hindúes que cambiaron su dieta no volverán a comer menos después de haber probado comer más. Cortarán otros gastos.
Tal vez sea así, pero por las dudas vale leer el reportaje a la mayor autoridad mundial sobre Keynes y autor de su biografía canónica, Robert Skidelsky, que se publica en página 38 de esta edición. Para él, los precios de los alimentos bajarán en los próximos años como también bajaron en 2008/9 después de la primera ola de esta crisis. Agrega Skidelsky que Keynes estaba en contra de la inflación y que no promovía una constante intervención del Estado en la economía. Que se usa el nombre de Keynes para hacer cosas muy distintas a las que el “gran maestro” predicó.
Keynes, como todos, también se equivocó en algunos conceptos; podría estar desactualizado y el modelo económico argentino ser una versión superadora. Pero es preocupante la certeza que arrastra a tanta gente hacia un pensamiento único.
Quizá no sea así y se trate sólo de una puesta en escena, donde la comida de la Unión Industrial en Tecnópolis haya resultado una teatralización y no sean (o no sean sólo) los empresarios que caen rendidos a los pies del nunca tan triunfante modelo sino que la propia Presidenta, de cara a su segundo mandato, haya iniciado una segunda fase de la política económica kirchnerista que no sea contra el capital ya ni siquiera en el discurso y trate ella misma de acercarlos.
Desde hace varios meses, en esta contratapa se viene contando que empresarios con llegada al Gobierno informan que la “profundización del modelo” o la “chavización” no está en la mente de la Presidenta, quien tendría mayor disposición para frenar las presiones sindicales, iniciar un proceso decreciente de aumentos de precios y salarios y comenzar a corregir los efectos negativos de sus políticas.
Asumen como confirmaciones la orden de que el salario mínimo suba el 25% y no más del 40%, como quería Moyano, o el 28%, como contraofertaba el ministro de Trabajo. O que en su discurso en la comida de la UIA en Tecnópolis, la Presidenta dijera: “Vamos a revisar si ha habido distorsiones en determinados sectores, actividades o rubros. Todos nos podemos equivocar y cometer errores”. Otra lectura en sintonía con lo anterior sería que al viceministro de Economía, Roberto Feletti, después de haber declarado que vendría mayor intervención en las empresas privadas, lo hayan “mandado a ser diputado” para correrlo del ministerio a partir de diciembre.
Quedan quienes piensan que la moderación es sólo una estrategia preelectoral del kichnerismo y que en diciembre, o cuando se produzca alguna turbulencia macroeconómica, volverán a colocar a los empresarios en el papel de chivos expiatorios, ampliando en lugar de reducir las distorsiones. Por ejemplo, parte de quienes compran los 18 mil millones de dólares que se fugarán de la economía este año.
La característica del peronismo, hoy el único gran partido, es su optimismo. Mientras otros partidos guardaban por temor al futuro, el peronismo gastó, sea con superávit o con deuda –como Menem–. Ideales para los momentos de bonanza. Es natural, entonces, que irrite un economista (o un periodista) que advierta en medio de una fiesta.
Mientras, en Brasil se asustan porque su inflación supera el 6%, y se blinda frente a la crisis mundial.