POLITICA
Quem esas fotos

¿Qué hacían en los ´90 los que denuncian que Macri rifará el país?

El terror del oficialismo a perder los privilegios de la oligarquía política y el debate sobre la supuesta lucha del kirchnerismo al neoliberalismo.

Néstor Kirchner, Carlos Ménem y Cristina Fernández de Kirchner.
| Cedoc

“Si gana Macri tus hijos no van a tener educación, ni salud, vamos a volver a los noventa, porque si gana Macri…” El joven militante de La Cámpora repartía folletos en una esquina de Villa Luro, titulados “Tus derechos o Macri. Scioli Presidente”. Repetía como loro consignas infantiles sobre lo que pasó y pasará en la Argentina. Cuando apeló al golpe bajo de señalar a mis hijos le pedí respetuosamente que se callara la boca. En la puerta de mi casa me encontré con más folletos. Tras el cimbronazo de la inesperada paliza electoral y el discurso de CFK que no fue cadena, el kirchnerismo resurgió con más odio que nunca: O ganamos o ganamos.

En pocas horas, la inmensa mayoría de argentinos que no votó al kirchnerismo aguantó una feroz campaña mediática y callejera financiada por todos y todas. También soportó, entre sus propios familiares y amigos, como si fuesen una secta, reproches y chicanas para bancar el “proyecto” (el de quedarse en el poder, mantener sus cargos, beneficios y secretarias). Durante una década mi madre nos pidió, a mis hermanos y a mí, que no discutiésemos de política. Así lo hicimos. Ni siquiera la alegría de publicar un libro sobre el kirchnerismo y sus negociados se pudo discutir en su casa para no herir susceptibilidades. El domingo pasado, la costumbre se rompió. Un rosario de insultos y críticas a Macri soportamos en la comida familiar por parte del único integrante que apoya al “modelo”. Las reglas están para romperse.

“Estos años me compré dos aires ¡dos aires! ¡Y me los dio Cristina! ¿Cuántos viajes hiciste gracias a la Presidenta?”, me gritaba un compañero de trabajo indignado tras mi confesión de que, efectivamente, había votado a Cambiemos. Su supuesta bronca confirmaba que, a pesar del relato, los kirchneristas también quieren vivir bien, viajar por el mundo y comprarse aires acondicionados (eso sí, utilizándolos con mesura, porque así lo señaló su Reina).

La estrategia del miedo y la victimización da para todo. Una niña llora porque ganará Macri. Su madre la consuela argumentando que atentarán contra un gobierno democrático porque no es el que ellos consideran legítimo. Los “perseguidos” del mañana abren el paraguas y frivolizan el exilio: “Me iré del país si gana Macri”, denuncia el cantante de un grupo de rock amigo de Amado Boudou que no se escandalizó por Ciccone ni Milani. Pablo Echarri nos recuerda que resistió a la dictadura –en pañales— y también al neoliberalismo. Como si se tratase de un Juan Cabandié esquivando una multa porque se bancó la dictadura, nos enteramos que el marido de Nancy Duplaá estuvo prohibido durante el menemismo.

Pero ¿cuántos personajes que hoy aseguran que Macri regresará a los noventa combatieron realmente al menemismo? Con la excepción de Hebe de Bonafini –es justo decirlo- ninguno de los que se llenan la boca hablando del neoliberalismo hizo nada por evitarlo.

Aquellos años felices. Los noventa fueron los años en que Marcelo Araujo relataba los partidos de fútbol desde Canal 7. Como lo haría con Néstor pero… en la TV Pública, o sea el 7. En los 90 Moria Casan se metía en la cama con los funcionarios del patilludo presidente como ahora se mete en los actos de La Cámpora. Durante el neoliberalismo, Víctor Hugo Morales cantaba los goles y sólo hablaba de política para denunciar a Magnetto. Ahora canta las virtudes del modelo y sigue denunciando al CEO de Clarín. En los ´90, Fito Páez le cantaba al amor después del amor y despolitizaba sus canciones. No le daba tanto asco el votante ni tampoco la corrupción. Como ahora. No había relatores militantes ni Brancatellis. Estaba Bernardo Neustadt pidiendo que, en caso de robar, los funcionarios lo hiciesen sin que se note. Orlando Barone tenía trabajo en un diario como La Nación e Ignacio Copani nos escupía cuántas minas tenía. No parecía un tipo desdichado. Marcelo Tinelli recibía al presidente en su programa. Lo hacía quedar rubio y con ojos celestes como ahora intenta hacer con el motonauta más famoso. Daniel Scioli ganaba carreras sin contrincantes y su lanzamiento a la política era auspiciado por un tal Carlos Saúl Menem. El riojano visitaba Santa Cruz y Néstor Kirchner decía que era el presidente que más había hecho por la Patagonia en la historia. Su esposa, una tal Cristina, elogiaba las políticas de Domingo Cavallo. No en 1990. En el 2000, también. Los docentes levantaban una carpa y salían en canal 13 como los Qom del presente. Norma Plá hacía llorar a un ministro y se moría luchando en la calle. Hoy la Presidenta recibe a los familiares de las víctimas de la tragedia de Once y les miente en la cara. La humanidad pasó de moda. El llanto es sólo por Él.

Estela de Carlotto amagaba con denunciar los indultos pero terminaba arreglando con Menem la creación del CONADI con su hija Claudia al frente del organismo. Corría 1992 y la lucha por los derechos humanos no era una cuestión de vida o muerte: los represores estaban libres, eran mucho más jóvenes y peligrosos. Sólo HIJOS levantaba la voz. Camilo García se preparaba para contar chismes y se preparaba, lentamente, para defender al futuro “proyecto nacional y popular”. Miguel Ángel Pichetto era de derecha y no un revolucionario. Jorge Milton Capitanich empezaba a hacer negocios privados desde la función pública en el banco de Formosa con un joven Axel Kicillof. Oyarbide hacía de las suyas en Spartacus y Diego Armando Maradona descorchaba champagne con Menem y su amigo Guillermo Coppola. Charly le tocaba al piano al poder, ayer Carlos, mañana Néstor. Alberto Nisman se iniciaba en la justicia. Vivía.

Daniel Scioli asumía como diputado por el menemismo. La década se iba y el futuro hombre naranja defendía la privatización de YPF. Cada mes cobraba una jugosa pauta publicitaria de la empresa energética a través de los servicios de inteligencia. Había corrupción, impunidad e injusticia. Los dirigentes ingresaban a la función pública pobres y se iban ricos. La cadena de la felicidad deambulaba en el periodismo como la pauta publicitaria actual. El dueño de la Ferrari roja que todos deseaban era el mismísimo Presidente y a los “progres” que hoy denuncian que Macri rifará el país, les causaba gracia. Hoy se callan con Chevron, las mineras como la Barrick y los chinos en el sur. Queda poco por vender.

Cuando la década menemista se moría y gran parte de la clase media salía, en silencio, a pedir un cambio (allá por 1998), el riojano apelaba al miedo: “Soy yo o el caos”. La historia se repite. El kirchnerismo reinventó la historia para asegurarse su permanencia en el poder. Hoy no controla el presente. 1984 se termina y el miedo se rompió.

Autor de El negocio de los DDHH y El negocio de la impunidad. La herencia K. Twitter: @luisgasulla.