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Regreso sin gloria

En medio de tantos conflictos domésticos, una escapada a Nueva York a nadie le viene mal.Pero a la Presidenta y a su esposo el paso por la Gran Manzana no les acarreó los réditos que habían planeado con tanto esfuerzo.

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| Tlam

En medio de tantos conflictos domésticos, una escapada a Nueva York a nadie le viene mal, pero a la presidenta Cristina Fernández y a su esposo y antecesor, Néstor Kirchner, el paso por la Gran Manzana no les acarreó los réditos que habían planeado con tanto esfuerzo.

Antes de hablar ante la Asamblea de las Naciones Unidas, la Presidenta volvió a sorprender a su auditorio internacional -y a los argentinos que lo veían por TV- con su anuncio sobre una propuesta para canjear las deudas con los bonistas, justo lo que hasta entonces venía jurando que nunca haría.

Y eso que venía de la mala experiencia de haber revelado sin anestesia la decisión de pagar en forma "total" la deuda que venía sosteniendo con el Club de París, y de haber recibido como toda respuesta de los mercados calificaciones aún peores del "riesgo país".

"Ahora es el turno de pagar la deuda interna", se animó a afirmar ante la prensa el líder de la CGT, Hugo Moyano, pese a su categoría de casi incondicional de los Kirchner.

Es que como dirigente del sector obrero agremiado, Moyano no podía menos que hacer recordar a las autoridades del país que dentro de los confines de la República hay millones de seres humanos que sufren una situación de injusta y de desesperanzada postergación.

Aunque la Presidenta se haya autosatisfecho, ante un selecto grupo de inversores y consultores en el Council of Americas, al explicar que nunca menciona la palabra "inflación" en sus discursos, simplemente porque para ella el fenómeno no existe, aquí en la Argentina, la crecida de los precios sigue haciendo estragos.

Al punto que el consumo bajó de forma tan drástica que incluso las mediciones privadas de la evolución de precios dan cuenta de un estancamiento.

Lo que el año pasado valía 10 pesos este año vale 20 ó 30 y así no hay bolsillo que alcance. La gente compra mucho menos que antes y obliga así a la desaceleración en los precios, mientras el Estado se regodea en la indiferencia.

Los argentinos, una vez más, están en el trance de apretarse al máximo los cinturones, mientras caen negocios e inversiones que venían pintando al país en los últimos años de color rosa.

Ya la tonalidad pasa de castaño oscuro, y en verdad la deuda interna que este gobierno mantiene con sus ciudadanos es enorme.

No hace falta más que recorrer los barrios periféricos, que están a menos de diez kilómetros del epicentro de la Casa Rosada. Barrios paupérrimos y decenas de miles de personas que ya pasaron de la marginalidad a la indigencia, con el peligroso incremento de la inseguridad y de la destrucción de generaciones enteras de niños y jóvenes que hoy ven en el "paco" la única salida a sus desastrosas existencias.

Nada de eso parece reconocer la presidenta Cristina Kirchner, quien en el púlpito de las Naciones Unidas se presentó a sí misma y a su esposo como los autores de un "milagro" argentino que sólo existe en las mentes de quienes ocupan el círculo áulico del poder.

No hay siquiera funcionario kirchnerista que sobreviva a una critica leve al modelo y al manejo de poder. Así le fue a Alberto Fernández, quien creyó que con sólo amenazar con su renuncia el matrimonio presidencial iba a recapacitar sobre algunos hechos de desacierto histórico como el manejo de la crisis del campo.

Hoy Fernández quedó fuera de las mieles del poder y observando cómo el matrimonio prefiere seguir viendo la realidad bajo el filtro que ellos mismos se colocan. Claro, si total manejan a discreción fondos para solventar a interminables manifestaciones de adhesión en cada acto en el que se presenta la primera mandataria.

Sin embargo, ese manejo peculiar de la realidad argentina no le asegura a los Kirchner el triunfo en las próximas elecciones legislativas.

Gracias al "voto no positivo" del vicepresidente y radical ex K Julio Cobos, la oposición juntó un poco de valor y entusiasmo para intentar reinventarse. Tan frágil estaba que el revés de un proyecto oficialista en el Congreso les hizo sentir a los dirigentes de la vereda opuesta al kirchnerismo que estaban recibiendo por fin el oxígeno que tanto les había escatimado.

En este momento -y una vez más- a la oposición le cayó del cielo una ventaja extraordinaria, pero habrá que ver si es capaz de aprovecharla.

En tanto la situación social se sigue deteriorando mientras el Gobierno prefiere mantenerse en la ignorancia sobre factores insoslayables para los hombres y mujeres comunes.

La inseguridad, palabra que tampoco suele habitar en los discursos presidenciales, es un fenómeno que, como la corrupción, adquirió características de estructural, y eso significa que es una tarea harto difícil, rayana en lo imposible, el tratar de hacerla desaparecer como una de las preocupaciones centrales en la Argentina.

La crisis hospitalaria sigue su marcha lenta pero irreductible, así como la que afecta a la educación pública. Los servicios de transporte colapsaron hace rato sin que en la Casa Rosada se haya tomado nota de ello. Y para colmo, volvió a instalarse en la central escena política la imagen de la corrupción, de la mano de la famosa "valija" del venezolano Guido Antonini Wilson.

Se trata de uno de los mayores escándalos de corrupción -junto con el caso Skanska- que roza al kirchnerismo, sin que sus presuntos autores se den por aludidos.

En estos tiempos impera en el poder la convicción de que la actitud del tero, que pone los huevos en un sitio y luego grazna más lejos, o la del avestruz, que prefiere ocultar su cabeza en un hoyo en el suelo, son las que le permiten seguir transitando en el poder sin mayores sobresaltos.