Por poquito o por mucho, la sociedad exigió al gobierno una revisión de lo actuado hasta aquí. El intento oficial por plebiscitar su gestión no dio los resultados deseados para la Casa Rosada. Sin embargo, la administración parece todavía no haber acusado el impacto. Ya no alcanza con distorsionar las estadísticas oficiales, amedrentar a empresarios, confiscar ahorros privados, estatizar empresas en quiebra y menos aun con superpoderes o emergencias.
La realidad se encargó de poner las cosas en su lugar y la sociedad pasó la factura a tantos errores. ¿Qué fue lo que falló? El modelo. Simplemente, el modelo. Un esquema de poder basado en el despilfarro de años de trabajo, con una fenomenal transferencia de recursos del sector asalariado hacia los formadores de precios no sólo mediante subsidios sino a través de la brutal devaluación de la moneda.
El esfuerzo dio sus frutos y el modelo dejó una huella en toda la sociedad. Las consecuencias son la desaparición de empresas, pérdida neta de capital, fuga de divisas y los mismos problemas que en 2002: desempleo, inflación, inestabilidad social, epidemias y una ola criminal sin precedentes.
Nada alcanza. El botín de las AFJP está mostrando signos de vaciamiento. Hoy el gasto público está absolutamente desbordado y supera ampliamente al crecimiento del producto. La utopía del desendeudamiento dio paso a más emisión de bonos que pagan tasas exorbitantes.
La inversión se derrumba y deja paso a un agotamiento de la capacidad instalada. No hay reposición de capital lo cual empieza a traer problemas de productividad y más tarde de competitividad, en especial, en el área de infraestructura. ¿Dónde fue a parar el aumento de recaudación de impuestos, en especial los ingresos por el tributo al cheque y las retenciones? Sin contar, el gravamen al cheque, los derechos de exportación dejaron en las arcas públicas unos 30.000 millones de dólares. ¿Cuántas centrales energéticas se podrían haber construido, ferrocarriles a nuevo, autopistas, puertos, hospitales, escuelas, tribunales? ¿Dónde están? La industria enfrenta hoy severos problemas de competitividad derivados no sólo de la crisis internacional sino también de las rigideces del modelo.
El campo, además de los efectos de la sequía, soporta desde hace años un fuerte proceso de descapitalización. Los rodeos cayeron, la faena aumentó y se liquidan cada vez más vientres. Una situación similar viven los tamberos que en lugar de aumentar la productividad deben disminuir la carga por hectárea y el rendimiento por animal para no aumentar sus costos. En el caso de los granos, no alcanza con la rotación y la soja ya no sirve para llevar la ecuación a terreno positivo.
Los servicios se deterioran a la par de la caída del consumo. El cierre de empresas del sector comercial es una muestra palmaria de la crisis. La sola mención de los empresarios del transporte de pedir subsidios al Estado para poder pagar sueldos y aguinaldo es otra señal del quiebre productivo.
Todo esto enmarcado por la aparición de epidemias vinculadas con pobreza, marginalidad y desnutrición, una prueba más que el modelo no era adecuado. Primero, el cólera, luego la tuberculosis, más tarde el dengue y ahora la gripe porcina que hizo colapsar todo el sistema de salud.
El Estado ya no cumple siquiera con su rol mínimo y se lanza a ser empresario quitándole fondos a los sectores básicos para privilegiar a minorías. Aún con la declaración de emergencia el Estado destina este año unos 1.000 millones de pesos para atender esta crisis sanitaria, mientras aporta unos 500 millones de dólares (1.800 millones de pesos) en una empresa quebrada como Aerolíneas Argentinas. ¿Cuál es la prioridad? La clave hoy pasa por devolver a los sectores productivos la rentabilidad necesaria para que puedan aumentar la oferta global de bienes y evitar un colapso inflacionario.
Para ello, es necesario disminuir la carga tributaria sobre aquellos sectores con una alta incidencia impositiva en los costos de producción. Toda baja de impuestos debe estar necesariamente acompañada de una baja del gasto público para evitar ampliar el déficit fiscal. Y este es el desafío para el resto de la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. ¿Está en condiciones de afrontar esta tarea? El modelo se autofagocitó. No dio respuestas a la demanda de la gente porque privilegió la construcción de un poder draconiano que la sociedad rechazó y que ahora desconfía hacia adelante de los mismos actores.
(*) Agencia DYN