No está de más recordar, aunque sea políticamente incorrecto, que hay quienes tienen una interpretación más amplia de los delitos de lesa humanidad, como Luis Moreno Ocampo, fiscal ante la Corte Internacional de La Haya, quien sostiene que, en general, también la guerrilla puede cometer crímenes de lesa humanidad ya que, en su opinión, la clave no está en quien realiza estos hechos sino en quienes los sufren. Es decir, también una organización que no sea estatal puede cometerlos.
Pero, como la realidad es la única verdad, en la justicia federal prevalece, y más aún en este momento de nuevo esplendor político del kirchnerismo, la tesis de que sólo el Estado puede cometer delitos de lesa humanidad.
Podría ser distinto si el juez Ariel Lijo lograra establecer que hubo colaboración de funcionarios del gobierno de la provincia de Buenos Aires con los atacantes de Rucci, como me lo dijo un ex funcionario cuyo nombre mantengo en reserva de acuerdo con el secreto periodístico, que está contemplado en la nueva Constitución y en normas internacionales.
La hija de la víctima, Claudia Rucci, asegura conocer el nombre de esa fuente, pero eso corre por cuenta de la investigación que ella ha realizado en los últimos tiempos, según declaró públicamente al presentar una lista de 13 ex montoneros que quiere que la Justicia cite a declarar como testigos.
Claro que un periodista puede tener libertad, voluntad y conocimientos profesionales, pero eso no lo convierte en un juez, ni en un fiscal ni en un policía. Sólo el repetido fracaso de la justicia en investigar ciertos tipos de delitos, relacionados con el poder, puede haber convencido a algunos de que un periodista es un justiciero.