La inflación continúa haciendo estragos. Para algunos sectores se trataría casi de algo normal. Para la generación más joven, se trata de un fenómeno nuevo al cual todavía no logran calibrar en su fatal dimensión. Pero para quienes peinan canas, la inflación es veneno.
Se trata de la usina generadora de pobres. Con la inflación aumenta la pobreza, la marginalidad, la exclusión y el crimen. No sólo deteriora la economía del país sino que desgarra a girones el tejido social.
Sin embargo, resulta llamativo como en un país donde la inflación, literalmente, "se comió" a tres generaciones, todavía la dirigencia política, sindical y empresaria minimice sus devastadores efectos. Desde el cinismo oficial de negar y mentir sobre el alza de precios hasta el silencio cómplice de empresarios y gremialistas.
"Empezamos a percibir una sensación de falta de manejo, un clima de sálvese quien pueda, con una clase dirigente que se mira entre sí y nadie toma decisiones. Eso es peligroso porque si se generaliza la sensación de vacío de poder en todos los niveles, la confusión va a ser generalizada. En este clima, es imposible invertir", comentó un alto ejecutivo de una multinacional. Esta sensación se percibió durante el agudo conflicto en las terminales portuarias de Rosario. El gobierno creyó que podía amedrentar al principal sector exportador del país dejando que el paro madurara a niveles insostenibles. Nadie tomaba decisiones, a pesar de conocer la gravedad del conflicto. Lejos de imponer su autoridad, la administración Kirchner reaccionó una semana después cuando tomó cuenta que el paro le estaba provocando pérdidas al fisco por más de 100 millones de dólares, sólo por caída de ingresos por retenciones y por el hecho que se perdería aun más porque los armadores irían a cargar soja a los puertos brasileños.
Algo similar ocurre a nivel empresario. El tibio documento del Grupo de los 6 (G-6) eludiendo mencionar la inflación y sus causas -gasto público elevado y emisión monetaria y de deuda sin control-, es una prueba del vacío institucional. De una bravuconada prometiendo "levantar polvareda" a un silencio procaz. Todo en cuestión de horas. Ni una palabra tampoco respecto del congelamiento de precios con que amagó el gobierno. El coraje cívico de algunos empresas damnificadas que enfrentan la arbitrariedad y el atropello oficial demuestra que un modelo basado en el ejercicio del poder, al estilo draconiano, llegó a su fin. El silencio desde el gremialismo corporativo se emparenta con actitud medrosa.
A nivel sindical, la defensa de los sectores de ingresos fijos es una quimera. Nunca reclamaron una baja de los impuestos al consumo, nunca les preocupó la situación de los jubilados. De la inflación no hablan y avalan la falsificación estadística oficial.
Mientras tanto, el gobierno echa mano nuevamente a los fondos jubilatorios justo un día después de anunciar un incremento en los haberes del sector pasivo. Con pompa y circunstancia, la Presidenta de la Nación anunció que el haber mínimo recién llega a los 300 dólares. Después de años de crecimiento económico a tasas chinas, de retenciones y de impuestos de emergencia y de una presión fiscal inédita, la jubilación mínima llega a 300 dólares, el mismo valor que tenía durante la Convertibilidad. ¿Cuál es la diferencia? En la Convertibilidad no había inflación, mientras que sólo en 2010, la inflación llegó al 25 por ciento...¡en dólares!
Años de autoritarismo, emergencia y superpoderes, produjeron una formidable debilidad institucional y dieron como resultado una dirigencia prohijada en el miedo y la mediocridad. La Argentina reposa hoy, peligrosamente, sobre un andamiaje endeble y viaja sin ideas hacia un abismo de incertidumbre. Este vacío institucional cruza a la Nación en todos sus niveles. Son las secuelas del modelo.
(*) Agencia DYN