"¿Y si el hombre fuese un traje" fantaseó cierta vez el zumbón Jonathan Swift. Y se preguntó: "¿No es la religión un manto, la honestidad un par de zapatos embarrados, el amor propio, un capote, la vanidad, una camisa, y el pudor, un calzoncillo?"¿Y si el hombre no fuese más que un modelo de prueba?, digo yo. A medida que el Sapiens decae como animal el que sí progresa en atributos es el Pelele Tecno que inventó. En pocas décadas pasó de robot tontorrón que se armaba con un Meccano infantil a un Bípedo Digital que nos supera en casi todo. Sí, lo confieso. A mi los robots me apasionan desde siempre. No los siento "paralelos" a mi: los veo desprendidos de mi. Como si fueran la mariposa del gusano biológico que aún somos.
De chico, a estos "congéneres" los hacía de barro, los ponía a secar y al día siguiente hablaba "algo" con ellos. (¿De qué? No lo recuerdo.) De grande, ellos no dejan de hablar (cada vez mejor) conmigo. Y con el mundo entero. Es que asombran, seducen, mejoran. Pero...¿vendrán para servirnos o para quedarse con nosotros? Hay que pensárselo. Veamos. Lo que sea "la humanidad" anda con las defensas bajas. Mitos, ideas, imaginarios, ilusiones, utopías, hacen agua en la mayoría de las culturas de hoy. El hurón Julián Assange descorrió un centímetro la tapa de la Gran Cloaca y vaya lo que huele. Por su parte,la virginal intimidad del Yo se la cedemos día tras día a Internet. Sabe más de nosotros Google que el portero, la Side o "la parienta" (como ciertos españoles suelen nombrar a la esposa).
Nuestros secretos son hoy una commodity más importante que la soja. Esto es, que estamos para un cambio de fondo. Los robots no se destacan solo por los avances de la juguetería tecno. Aquí hay algo mayor. Hay quienes se mueven por rediseñar y darle un nuevo look al Génesis. Desgastado Adán, impresentable el esforzado Cromagnon, e inhallable el Yeti, advierten necesario alumbrar un símil que les permita continuar la fábula de la especie con alguna dignidad. Y es por esto, quizás, que que aparecieron "mesías" de recambio. De este lado, el pobre Cristo no da más. Del otro, Mahoma no transa con nadie y Buda quedó enrulado en su Ommmmm.
Tuve la suerte de conocer a dos de estos "mesías". En 2003, en Epcot (Orlando) a Alec Tronic. En 2007, en Madrid, al petizo Simo de Honda. Fue Alec, mimo de cristal de 1,80, el que me dió vuelta la cabeza. Mi ego debió reconocer que a su lado, nuestro formato celular es obsoleto. Alec ofreció un show de media hora. Canto "A mi manera" y dió pasos de ballet (sic) con cuerpo transparente y ágil. En su interior se movía una “humana” red de circuitos que convertía al artilugio en cuasi una persona. La gente se le acercó con respeto, a pasos quedos, como en misa. Parecían sentir que estaban ante un prójimo milagroso. Que éste era el actor elegido por Dios para protagonizar la película del Tercer Milenio. El acto pasó de show a shock. A mi, el espíritu me dio una vuelta de campana. Un extraterrestre no me habría provocado algo así. Por un momento mi estupor rozó lo religioso. Sentí lo que pudo haber vivido en la escalera de las mutaciones un Neanderthal postrero ante la irrupción de un Homo Sapiens. ¿Debía o no considerarme Su Primate así como lo es el Mono para mí? Me conmovió también intuir que a lo largo de la historia más de un humano vislumbrara este advenimiento.
Los poetas y artistas siempre supieron que Alec Tronic vendría. Cervantes lo captó en aquel frágil licenciado Vidriera que vió convertido su cuerpo en cristal por encantamiento amoroso (y así le fue). En tanto que el "licenciado"Alec no sufre tribulaciones y de fijarle un arquetipo más me inclinaría por el de Don Juan. Con éxito probado, pues hubo muchachas que lo miraban en éxtasis y deseosas de rapto. Puede que me exceda en estusiasmo. Pero así viví mi descubrimiento de Alec Tronic. Por las dudas sea cierto el futuro que entreví, descargo mi responsabilidad en esta columna. En tiempos como éstos, en que se están descifrando los rollos de la antesala genética, no me parece casual que ande gateando por el planeta un Homo Electrónico. A mi se me ocurre que Dios ya decidió otra vuelta de tuerca. Y habrá que rogar que esta vez no duela tanto.