El 27 de octubre de 1983, una tarde-noche en la avenida 9 de Julio, Herminio Iglesias quemó el ataúd que llevaba las siglas y los colores de la Unión Cívica Radical, actitud que sepultó las aspiraciones electorales del peronismo de entonces. Las cámaras de televisión, en directo, potenciaron aquella brutal agresión a la convivencia democrática que hizo tan particular dirigente frente a la última gran concentración de masas que vivió la Argentina. Tres días después, Raúl Alfonsín fue elegido presidente.
El viernes pasado por la noche, en Río Gallegos, un hombre de la pingüinera, el ex subsecretario general de la Presidencia, Daniel Varizat, vuelto a radicar en Santa Cruz por necesidades de la política y hoy funcionario de la empresa minera estatal, arremetió con su camioneta contra una manifestación anti-K, dejó a su paso un tendal de heridos, hombres, mujeres y niños, y desató los demonios. ¿La historia recordará a Varizat como el Herminio Iglesias de los Kirchner?
Los escenarios son singularmente distintos por magnitud y repercusión y, en este caso, la TV se mostró más que contemplativa, ya que apenas difundió el viernes por la noche el video real de lo sucedido, que ya ha dado la vuelta al mundo a través de "youtube". En el mismo se ve a una Cherokee gris pasándole por encima a la gente, aún sin que estos manifestantes agredieran previamente a su conductor, como éste mismo declaró y como cuenta la historia oficial para ayudarlo a diluir su responsabilidad. Fotografías indubitables muestran al ex ministro de gobierno provincial al volante de la 4x4, enfundado en una capa de color amarillo.
Esta vez, la difusión se atenuó también porque las cámaras estaban masivamente en el acto de lanzamiento de campaña, siguiendo a los oradores, especialmente a Cristina de Kirchner, quien se mostraba por primera vez como candidata en la provincia que la encumbró políticamente. La paradoja fue que casi en simultáneo con su discurso, mientras la senadora criticaba de modo tajante la violencia, a cuatro manzanas de distancia, un hombre de su estricta confianza por lealtad y afinidad ideológica, más allá de su desborde criminal, le estaba propinando a la candidata un singular golpe político. Hacía más de cuatro meses que el matrimonio presidencial no pisaba Río Gallegos, debido a la activa movilización de docentes y estatales, gremios que hace unos meses tuvieron a maltraer a Varizat, hasta que fue removido a pedido del actual gobernador. Después de haber hecho vallar casi toda la ciudad, los Kirchner se encontraron en su terruño con este verdadero presente griego.
En esta ocasión, el atentado no fue un mero simbolismo como aquel que se gestó a la sombra del Obelisco, sino que hubo seres humanos en juego, lo que potencia en todo caso una alta dosis de desprecio personal del ejecutor por la vida de los demás, que va más allá de su pensamiento o adscripción política. En todo caso, lo que hay que marcar es que la metodología de los episodios de Iglesias y Varizat tiene un mismo patrón: el halo de impunidad que asalta a aquellos que se creen ganadores o que suponen que lo serán, sea como fuere.
Ni Italo Luder ni el presidente Kirchner ni tampoco su esposa, desde ya, fueron los culpables de las atrocidades de ambos personajes, aunque como jefes o referentes políticos hayan sido o son los responsables naturales de su accionar. Luder pagó con su ostracismo aquel disparate de Herminio, mientras que todavía habrá que ver si el episodio santacruceño le pega debajo de la línea de flotación a la candidatura de la senadora, bastante horadada en las últimas semanas por los episodios de corrupción y por el descrédito del INDEC. También durante los últimos días, la situación financiera internacional no jugó del todo para el Gobierno, porque los ciudadanos siguieron de reojo, aunque no preocupados como en otros tiempos, las turbulencias que castigaron más que a ningún otro país a la Argentina por el lado de los bonos, debido a su desaprensión a integrarse al mundo y además por la exacerbada fiesta de gasto público y consumo, a la que no se le observa final hasta octubre.
Todas esas manifestaciones de la política, que se exacerban en tiempos electorales, tienen una constante: los protagonistas suelen creer que la gente tarda en reaccionar, porque está anestesiada o bien porque los aparatos de desinformación funcionan aceitadamente. Lo cierto es que, a la corta o a la larga, la opinión pública se sobrepone y el descrédito llega en cadena, si no que lo diga Carlos Menem.
A veces, los disparadores son groserías manifiestas; en otros casos, multiplicidad de gestos o situaciones comprometidas que se multiplican en cascada hasta que la dinámica los torna imparables o quizás desenlaces que se van cocinando de a poco a partir de grandes conmociones, como la renuncia de Chacho Alvarez, por ejemplo.
No obstante, el Gobierno ya había tomado nota de la situación y, tras el affaire de la valija del venezolano Antonini Wilson, salió en la semana a ocupar nuevamente el centro del ring, el lugar donde se siente más cómodo. Encuestas muy serias de fuentes no gubernamentales dicen que, a pesar a todo, los números de la candidata siguen viento en popa y que, sin proyección de indecisos, su intención de voto ha subido y se acerca al número mágico de 40 por ciento, lo que le estaría dejando un holgado margen, a dos meses vista.
En su ofensiva económica, el Gobierno adelantó el anuncio de aumento a los jubilados, un mendrugo en lo individual del orden de los 60 pesos para la mínima, pero que importa un gasto anual que orilla los $ 5 mil millones. También aprovechó para tomar medidas de protección a la industria nacional, algo que está muy bien visto en las encuestas, aunque el perjudicado final pueda ser el bolsillo de los mismos encuestados. Con mucho voluntarismo y sin exigirles alguna contraprestación en materia de empleo, por ejemplo, el Presidente le pidió a los industriales que no suban los precios.
Por el lado de la política, primero se registró un tironeo muy fuerte para tentar a la pelea a Mauricio Macri, tras sus declaraciones sobre la valija de dólares, ya que el Gobierno necesita a alguien de la otra vereda a quien cachetear. La prédica oficial para convencer a la sociedad de que no hay oposición, quizás el mayor acierto comunicacional de los últimos meses, ha tenido tanto éxito que todos, periodistas, analistas o gente del común lo expresan a diario como un sonsonete. Lo más patético es que aún los mismos opositores repiten el latiguillo como loros y hasta los propios candidatos de la vereda de enfrente se lo han creído. Ese apichonamiento hace que hasta tengan verg�enza de decirle a la sociedad qué son, dónde se ubican, qué ideas defienden o qué cosa diferente se proponen hacer si llegan a ocupar la presidencia. Tienen cierto miedo de confrontar en cuestiones centrales y por ese motivo, la campaña es tan anodina, casi estúpida y sin propuestas.
En este contexto de casi único interlocutor, el oficialismo hizo otra jugada central y puso todos los cañones en darle brillo al lanzamiento de la fórmula presidencial del Frente para la Victoria, compartida con una fracción del radicalismo, de allí las apelaciones a la pluralidad que se escucharon en el escenario.
Desde lo formal, el acto del Luna Park, que salvo la marcha partidaria que cantaron las barras y que no gustó en el escenario, poco tuvo de encuentro típicamente peronista y fue de una frialdad extrema, dirigido más a los cuadros políticos que a los votantes. Por su calculado orden y hasta por la simetría de los asientos, un analista describió irónicamente la velada como "un acto del Partido Comunista chino" y aunque el tono de voz y la admonición permanente de Cristina no le caiga del todo bien a muchos desde las formas, más importó la sustancia de lo que allí dijo la candidata que la escenografía.
En el discurso no hubo referencia alguna a planes de gobierno ni a su concepción del cambio en continuidad, sino que la senadora sobrevoló el modo en llevar adelante el proyecto intelectual que anima su candidatura, la reconstrucción del Estado y el Pacto Social que involucra además a empresarios y sindicatos para superar "falsos dilemas y contradicciones se reconozcan en un proyecto de país", sintetizó la candidata.
También justificó la necesidad de construir "una Argentina plural y federal", dos conceptos que se dan de patadas, al menos, con lo que el actual gobierno ha venido haciendo hasta ahora: para el oficialismo, "plural" son todos aquellos que piensan como él y "federal" es una concepción archivada, ya que nunca un gobierno centralizó tanto los recursos, y por ende las decisiones autónomas de las provincias, como el actual.
"Ninguno...puede decir que lo hemos hecho todo bien. Ahora o décadas atrás, nos hemos equivocado. Asumir esas equivocaciones, no para autoflagelarnos sino para no volver a repetirlas, no es un deber, es una obligación", fue la autocrítica que hizo la senadora a las frustraciones de los argentinos.
La enjundia de este párrafo tiene connotaciones cuasi religiosas, algo que ciertamente luce más en cuestiones de fe: el acto de constricción sobre los errores del pasado resulta creíble y gratificante, pero hay que apuntar que el propósito de enmienda de la clase política no depende tanto de la convicción o de su corazón, sino de los vaivenes propios de la actividad, los que son también disparadores de cambios inesperados. Por lo pronto, y para marcarle de algún modo la cancha a la candidata, la CGT ya ha puesto en vidriera un documento de 26 puntos, que aunque no se conoce del todo en sustancia tiene un tufillo similar a aquel de 1984, cuando los gremios comenzaron a condicionar a Raúl Alfonsín, para ganarle en el desgaste lo que Herminio había perdido en el palco.