Cuál fue la razón de la cadena de sinsabores -y desaciertos en que ella y sus colaboradores incurrieron- es el misterio a desentrañar, la pregunta del millón que hasta ahora ni la flamante presidenta, con su estilo frontal confirmado, supo intentar contestar.
La Presidenta usó el atril, como lo hacía antes su esposo, para lanzar interpretaciones y acusaciones, para difundir su propio análisis sobre las supuestas implicancias de la reaparición del tema de "la valija" del venezolano Guido Antonini Wilson, pero en cambio nada dijo, al menos en público, sobre los ataques prematuros del líder de los camioneros, Hugo Moyano, y la reaparición en escena de los piqueteros.
Pasaron apenas 24 horas de su asunción, cuando Moyano lanzó la advertencia más dura que salió de sus labios desde que se inició la era kirchnerista: hizo una demostración de poder que la CGT no había efectuado desde que concluyó el castigado período presidencial de Raúl Alfonsín.
Cristina Kirchner había protagonizado su asunción a la Presidencia en un acto que poco tuvo de alegría ciudadana. Fue como si en las calles del país el acontecimiento hubiera pasado casi desapercibido, tanta sensación de continuidad del anterior mandato había. Evidentemente se había instalado más que lo que los politólogos podían presagiar, la sensación de que simplemente se estaba asistiendo a una prolongación por cuatro años más del mandato del santacruceño.
No hubo líderes de la oposición -salvo los legisladores de todos los partidos- en el magno acto en el Congreso.
Roberto Lavagna fue el único dirigente de cierto fuste que presenció el traspaso del bastón de un Kirchner a otro. No hubo ex presidentes presentes, ni otros líderes opositores. Ni el oficialismo, ni los partidos de la vereda opuesta, se allanaron a mostrar la faz democrática y republicana que todavía la sociedad espera con ansiedad.
Tal vez la obcecación de los Kirchner, renovada por la mujer ahora en el sillón de Rivadavia, a la hora de rechazar consensos y preferir los enfrentamientos, sea uno de los primeros boomerang que si bien no lastimaron a la gestión anterior, pueden signar de fragilidad a la que recién comienza.
Si Cristina decidiera realmente ir a una verdadera concertación con todas las fuerzas políticas -y por más que lo declame, está claro que no lo pretende- estos momentos de desasosiego con que tuvo que estrenar su Gobierno le serían mucho más leves.
Hugo Moyano supo negociar con su esposo, no por civilidad democrática, sino porque el anterior presidente resignó rápidamente su intención de desplazar al viejo sindicalismo para dar protagonismo a la CTA.
Al comprobar el poder de fuego del virulento camionero y sus socios, Kirchner dejó abandonados y desencantados a los dirigentes que intentaban rediseñar el sindicalismo para volver a las viejas fuentes.
Alguna señal habrá dado Cristina para que Moyano se sintiera en peligro y lanzara la amenaza implícita de pararle el país si ella no hace lo que los popes le piden.
Detrás del discurso patoteril del líder de la CGT en el estadio de Obras Sanitarias algunos observadores interpretan que está la presunta intención de la Presidenta de dar el visto bueno a los barrionuevistas que hace rato que lo quieren desbancar al dueño del transporte automotor en el país.
Tampoco sería una decisión consecuente con su discurso aparentemente progresista, pero quedó claro a lo largo del extensísimo ejercicio de poder del matrimonio que a la hora de retener poder de decisión no hay postura pseudo ideológica que valga.
La reaparición impensada de los piqueteros en la escena porteña también fue un dato más que curioso a tener en cuenta por la mujer que viste el traje presidencial.
¿Qué medió entre la luna de miel de los expertos en cortar calles que reinó en la última mitad de la presidencia de Néstor Kirchner y esta sorpresiva demostración de poder intacto de convocatoria? ¿Cuál fue el verdadero mensaje que le dirigieron esas fuerzas que tan fácilmente habían sido cooptadas por el marido de Cristina? ¿Acaso se trata de resabios de poder del duhaldismo, dispuesto a darle una primera lección a la Presidenta, cuando ni siquiera había cumplido una semana en el poder? La lectura del episodio de los "valijeros" puede tener otras interpretaciones.
El gobierno de los Estados Unidos, a través de su embajador aquí, Earl Wayne, se apresuró a intentar despejar cualquier duda de intencionalidad política a la detención de los allegados a Antonini Wilson y a la posterior difusión de que el dinero que el venezolano intentó ingresar al país en agosto pasado era un obsequio de Hugo Chávez para ayudar a financiar la campaña de Cristina.
El Gobierno reaccionó demasiado rápido y mal. No hubo seguramente pedidos previos de asesoramiento en materia de diplomacia y la Presidenta aprovechó un acto en el que se tomaban medidas sobre basurales para tildar de "basural de política internacional" a una noticia que la perjudicaba.
Antes, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, lanzó un desafío y una retahíla de improperios que hubieran sido tachados de entrada como de torpe movida en el mudo tan delicado de las relaciones internacionales.
Decir que los Estados Unidos "desprecian" a la Argentina fue demasiado. Curiosamente ni a la Presidenta ni a sus colaboradores se le ocurrió hacer la única declaración que hubiera convenido: la de señalar que los temas de justicia deben resolverse en ese exclusivo ámbito, sin dar a entender así que en muchas ocasiones , para ellos, la Justicia actúa en consonancia con el poder de turno.
La respuesta elocuente del gobierno norteamericano no se hizo esperar: "En nuestro país, la Justicia es independiente del Poder Ejecutivo", dijo el embajador Wayne. El mensaje fue claro: allá no pasa lo que aquí. Fue contundente, pero en el Gobierno flamante no pareció haberse entendido esa primera lección.
Por si tuviera dudas, Cristina Fernández ya tiene claro que la clemencia y casi obsecuencia de que disfrutó su esposo no fue renovada para ella. No están muy claras las razones todavía, pero tal vez esos primeros golpes, por brutales, deberían ayudar a la mandataria a reflexionar rápidamente y entender que el período de gracia al kirchnerismo pareció acabado, y que llegó la hora de hacer política republicana en serio.