Tras el doble movimiento en que el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, ordenó la cancelación de contratos y la intervención de la obra social, y explicitó que avanzaba en la disolución del financiamiento político con recursos públicos, las partes quedaron niveladas.
Ahora todos necesitan una mesa de negociaciones: Macri precisa sentarse con el gremio municipal, transformar en acuerdo lo que apareció como enfrentamiento, y reconocer que gobernar es más que gerenciar; el gremio sabe que debe transitar otros caminos, porque el gobierno porteño jugó antes de decir cuál era el juego o al menos avisó, pero no fue escuchado.
Esa necesidad, tramitada entre sectores que se reprochan vicios y pasan revista al pasado en declaraciones y afiches, es parte de lo requiere la Ciudad para ser gobernada en el marco de las contradicciones avaladas por las últimas gestiones, que insistieron hasta el final en llamarse progresistas.
Las dos partes enfrentadas hoy en la Ciudad deben saber reconocerse en aquello que las refleja y ninguna de ellas, hasta hoy, habló con claridad de esos reproches.
Pero más allá de eso, la Ciudad debe iniciar, de la forma que sea, el camino para desandar la acumulación de nichos de corrupción y prebendas, generación de empleos fantasmas para corresponder favores políticos, administración al menos oscura de recursos públicos.
Una de las preguntas es si Macri es la figura adecuada para desandar ese camino o se limitará a un intercambio de nombres y grupos. Es necesario saber, como saben los porteños, que la corrupción puede tener muchos caminos y uno de ellos culminó en Cromañón.
Hoy, el jefe de Gobierno reclamó apoyo en lo que considera es el inicio de una transformación de la Ciudad y llegó a la suspensión del paro de tres días tras una secuencia de golpes que no cesó con la movilización encabezada por Hugo Moyano y tuvo capítulos judiciales, políticos, negociaciones y videos.
Son pocos los grupos sociales que soportan la presión incesante de un gobierno que llega con un caudal electoral alto y capital suficiente para realizar 'gastos políticos' en el primer tramo de gestión, pero también son pocos los gobiernos que soportan la prolongación en el tiempo de un conflicto que puede tomar el ritmo cada vez más acelerado de su deterioro.
La táctica es golpear y esperar, pero la estrategia es acordar, y ambas forman parte de la misma moneda que jugó Macri en su primer movimiento de gobierno, que fue nivelar fuerzas con un gremio poderoso, con mayor concentración en componendas políticas que en la defensa de sus afiliados.
La obra social y la cancelación del contrato político con dineros públicos, pero también la revisión de los recursos que se destinan a proveedores, constituyen el eje, al menos declarado, del universo que parece imaginar Macri en estos días.
De todos modos, son sólo, en principio, el formato que le permite al jefe de Gobierno actuar con el apoyo de la gente, que sin dudas va a reclamar pruebas concretas de que eso que aparece bajo la figura política de la transformación, no sea sólo un traspaso de beneficios.
Los gremios aprendieron, en estos días, que Macri y su gestión pueden requerir más esfuerzos que agitar el pasado o poner a Moyano en la calle a recordar los 90, como si sus aliados en la Casa de Gobierno viniesen de otro tiempo y otra geografía.
Pero Macri debe saber que el campo político es mucho más complejo de lo que quizás imagine y puede requerir decisiones más estratégicas que movimientos rápidos con efectos inmediatos.